Vivir de una hoja en blanco
Han pasado unas horas apenas y aún siento los nervios. No es la primera vez...
Han pasado unas horas apenas y aún siento los nervios. No es la primera vez que me paro frente a un micrófono en un escenario. Es más, no es siquiera la primera vez que lo hago en su representación. Pero hace unos días me toco hacerlo por primera vez desde que mi padre, el compositor, dejara este plano de existencia.
Le digo el compositor, porque a pesar del amor filial, hoy no quiero enfocarme en el padre, sino en el hombre que por oficio tomó las letras, las cuerdas de la guitarra y una hoja en blanco.
—“Cincuenta años de vivir de una hoja en blanco…”, me dijo con orgullo una noche de octubre cuando salíamos de una sesión de grabación en el estudio Calma Music de Rodolfo Baeza. Ahí grabó la primera de una colección, ahora inconclusa, de sus canciones en estado natural, el compositor, guitarra y voz. Habíamos elegido con cuidado las canciones que iba a grabar y recordaba cada una por su época y su circunstancia, la reflexión lo llevó a sacar cuentas y a percatarse que estaba próximo a cumplir cincuenta años de escribir canciones.
Un par de años después llegó la llamada de la Sociedad de Autores y Compositores de Música. Recibió la noticia como siempre, con humildad y gratitud; por alcanzar cincuenta años de labor ininterrumpida, la SACM le iba a hacer un gran reconocimiento.
El destino, sin embargo, tenía otros planes. Llegó la pandemia que obligo a los organizadores a posponer el evento hasta este año y me gusta pensar que mi padre ya había hecho otros planes para ir a explorar los misterios del universo.
Así fue como, acompañado de una de mis hermanas, pero en representación de toda la familia, me paré en ese escenario a recibir el reconocimiento para él, el compositor. Poco podría decir acerca de las enormes muestras de amor, cariño y respeto que recibí aquella noche. Muchas acerca de su persona, sus virtudes y su calidez. Pero tantas otras acerca del valor y la trascendencia de su obra. Tantas emociones me obligaron otra vez a pensar en la obra que nos dejó a todos. Testimonio intemporal de la persona que dejo su forma de ser y entender la vida plasmada detrás de cada una de sus canciones.
De un compositor que fue siempre orgulloso de serlo, orgulloso de la laboriosa tarea de escribir bien. Que supo entender la responsabilidad que como compositor tenía que asumir para convertirse en narrador de su tiempo. Que supo hallar un lenguaje propio, lo suficientemente sencillo para apelar a las emociones universales que nos vinculan a todos y al mismo tiempo lo suficientemente profundo como para llevar un mensaje poderoso que ha trascendido tiempo y fronteras por igual.
Más allá de todos los tesoros que a nivel personal me regaló. Encuentro en su obra un legado inconmensurable que nos acompañará el resto del camino.
El hombre fue compositor. Sobre su escritorio dejó pedacitos de una última canción en un pedazo de papel. Se fue en paz, sabiendo que el día iba a llegar en que nos iba a dejar atrás, pero esto es algo temporal. Que eventualmente todos regresaremos al mismo origen y mientras tanto, nos deja su obra que lo trasciende en este mundo, hasta que llegue el día en que volvamos a estar juntos.