En Altar, migrantes pagan al 'pollero' y derecho de paso al crimen

Antes de que llegara el crimen organizado, este municipio de Sonora gozaba de bonanza, ya que era la última parada de los migrantes.

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En Altar hay más de 100 casas de huéspedes en el lugar. (Ariana Pérez/Milenio)
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Israel Navarro/Milenio 
ALTAR, Sonora.- No solo tienen que pagar cuantiosos recursos a los coyotes que los cruzan por el desierto de Arizona y quedarse a merced de la fauna nociva, sino que ahora deben sufragar los altos costos del “derecho de paso” que les imponen grupos criminales. De otra manera, no les permiten continuar su viaje hacia Estados Unidos para cumplir con el sueño americano.

Altar, para los migrantes —antes un punto de arranque para desbordar sus ilusiones— se ha convertido ya en una pesadilla.

Localizado a 89 kilómetros de la frontera con Arizona, este municipio de Sonora se convirtió durante décadas en la última escala de miles de mexicanos y centroamericanos que buscaban un mejor futuro.

Los altarenses se encargaban de dotar a los migrantes de todo lo necesario para cruzar el desierto de Arizona y capotear todas las vicisitudes del camino: lo mismo encontraban mochilas, navajas, gorras, tenis, botas, pantalones y camisas camuflajeados con los colores de la temporada (verde u ocre), así como toda variedad de medicinas.

Una embotelladora de agua también atendió a los migrantes: creó envases negros. Las botellas transparentes provocaban que el reflejo de la luz, de la luna o el sol, fungiera como destellos de un espejo que la Patrulla Fronteriza detectaba fácilmente.

El padre Prisciliano Peraza fue testigo, la década pasada, de los tiempos de bonanza de la industria del migrante en Altar, que pasó de de dos a 14 hoteles y más de 100 casas de huéspedes en tan solo unos años.

“Nos fue superando la gente que llegaba, que cruzaba por aquí, de tal manera que comenzó a crecer el pueblo, pues hubo demanda de servicios. Nos complicó un poco la existencia, al principio creció el triple de lo que éramos”, dijo.

Los habitantes recuerdan la gran cantidad de camiones que aparcaban en la plaza de la catedral municipal, cuando no se podía ni caminar: “Parecía que había fiesta, había mucha, mucha gente”, recordó Francisco, sacristán de la iglesia.

Dentro del recinto religioso los altares a la Virgen de Guadalupe y a San Judas Tadeo eran los más venerados por los migrantes, que en ofrenda les dejaban una veladora “para que les iluminara el camino”.

Los indocumentados tienen que pagar una cuota que oscila entre tres mil 500 y ocho mil pesos

Justo para el último tramo de su periplo hacia el sueño americano, mexicanos y centroamericanos se dotaban de su equipo para cruzar el desierto: gorra, playera y pantalón camuflajeado; varios pares de calcetines, agua, suero, vendas, navajas, medicinas... y en el caso de las mujeres, pastillas anticonceptivas, pues a los horrores que soportan los demás, se les suma el machismo delincuencial: 80 por ciento de las mujeres son violadas en el camino.

La familia de Daniel Ramírez llegó a Altar hace 15 años, proveniente del Estado de México. Se percataron de las grandes ganancias, establecieron un negocio de ropa para los migrantes y hasta inventaron alpargatas especiales para migrantes: “Para no dejar huellas en la arena y que fueran detectados por la migra. Pero lo que más vendíamos eran los trajes completos: le ganábamos como 50, 70 pesos a cada pieza. En los primeros meses del año hacíamos la venta de todo el año, porque la raza prefiere cruzar el desierto en invierno y no sufrir el calor en el verano”, explicó.

Sin embargo, como en muchas zonas del país, la industria del migrante no pasó desapercibida para un sector: el crimen organizado, que cobra “derecho de paso” a cada migrante que pise Altar. De lo contrario no pueden salir de sus hoteles o casas de huéspedes.

La cuota oscila entre tres mil 500 y ocho mil pesos. Se tiene que entregar en la plaza municipal, donde curiosamente están las oficinas de gobierno, y no está incluido en el servicio que da el pollero.

Walter es un migrante de Nicaragua que busca llegar a Estados Unidos para encontrarse con su hermano. Ambos huyeron de su país por no querer participar en el trasiego de droga proveniente de Colombia para el norte del continente, contó.

Llegó a Altar para establecerse unos días, pues su intención era cruzar por Tijuana. Al llegar a la terminal de camiones, se llevó una sorpresa: “Estaba en la terminal El Chihuahuense y el señor de los boletos me dijo que si no le daba la clave, no me podía vender el boleto. Le pregunté que de qué clave hablaba, que no entendía y fue cuando se me acercó otra persona y me dijo que tenía que pagar un derecho de paso por estar aquí de cinco mil pesos y si quiero salir”.

Este tipo de prácticas han alejado a los migrantes de Altar. Así lo reconoce Martha Espinoza, dueña de la casa de huéspedes El Éxodo, que hace una década recibió 200 migrantes en una noche de enero, y este 2017 recibió… tres en el primer bimestre.

“Esto se amafió… ya llegando a Altar tienes que pagar derecho de paso de siete mil 500, hay otros que cobran hasta ocho mil. La mafia agarró al pollero y acabó con los negocios del municipio, porque el migrante no quiere venir, tiene miedo. La semana pasada vino uno y le dije: ‘Déjame tomarte una foto, porque ustedes ya están en peligro de extinción y quiero dejarte de muestra’…”, contó con sorna.

Los locatarios estiman que sus ventas han caído entre 70 y 80 por ciento. Ahora en el municipio de apenas 10 mil habitantes hay muchos elefantes blancos: hoteles y casas sin huéspedes.

“Antes cobraba 25 pesos la noche y les daba sus cobijas y su buen colchón para dormir, no dejaba que se quedaran en el piso. También les vendía la comida y si querían tele, les costaba más. Cuando empecé traían una fotito de San Judas y los veías rezando de rodillas antes de irse. Por eso que les hice una capillita. Ahora al último que vino le cobré 140 pesos, para sacar de menos para pagarle a alguien que me limpie el baño y me lave las sábanas. Esto ya no es negocio, le invertí mucho a esto y ahora no se qué hacer, ya no se paran los migrantes por aquí”, lamentó Espinoza.

Para los migrantes el municipio de Caborca se ha convertido en una alternativa, pues ahí diariamente el grupo “Laura ayúdame a volver a casa” entrega más de 200 desayunos a migrantes que llegan en tren.

“Lo que sigue después de Altar es todavía más difícil, son siete días caminando en el desierto hasta la ciudad más próxima que es Tucson. Ahí el migrante pasa frío, calor, se expone a animales venenosos, a pasar hambre y hasta a que los dejen a su suerte los polleros”, narró el padre Prisciliano Peraza, fundador del Centro Comunitario de Atención al Migrante Necesitado.

El religioso consideró que el muro que pretende construir Donald Trump solo aumentará los precios para el cruce de migrantes y las muertes.

“Ojalá su muro detuviera la migración, así detendría todas las muertes que hay, en promedio dos diarias por estos cruces, sería algo que en la conciencia ya no nos gritaría”, ironizó.

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