Sismo de 1985: 'Los rechazados por la sociedad ayudaron a México'
La falta de medios y una mala coordinación sacó a la gente a la calle y despertó una ola de solidaridad con los miles de afectados.
EFE
MÉXICO, D.F.- El 19 de septiembre de 1985 un terremoto de magnitud 8.1 en la escala de Richter acabó con la vida de más de 10 mil personas en la capital mexicana, que pudieron ser muchas más si no fuera por la heroicidad de miles de ciudadanos anónimos que salieron a la calle a levantar escombros con sus propias manos.
Eran las 07:19 horas y los mexicanos acababan de despertar cuando se vieron sorprendidos por un movimiento sísmico, trepidatorio y oscilatorio a la vez, que puso a prueba a una de las ciudades más pobladas del mundo y dejó en evidencia a las autoridades, incapaces de afrontar la tragedia.
La falta de medios y una mala coordinación sacó a la gente a la calle y despertó una ola de solidaridad con los miles de afectados, con los vivos que estuvieron horas o días atrapados entre los escombros, y con los muertos, cuya cifra extraoficial cuadruplicó la reconocida por el Gobierno de Miguel de Lamadrid.
A sus 65 años, Jesús Palacios recuerda con la voz quebrada aquellos días dolorosos en los que "se mostró el corazón de los mexicanos",
"Veíamos que no había dinero, no había razón social, no había gente que fuera pobre o rica sino que todos los que íbamos ahí acudíamos con la finalidad de hacer algo", narró en una entrevista con Efe.
Entonces trabajador del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) estuvo "seis o siete días" ayudando a un compañero médico a sacar a su familia fallecida, que quedó sepultada, "escarbando con palas y con las manos".
"Hasta que llegamos a su casa, llegamos a donde estaba su familia. Estaba su esposa, junto con sus dos hijas y la señora de la limpieza, se veía que estaban abrazadas. Fue muy difícil, hubo mucha desesperación y angustia", explica Palacios.
Con los fallecidos contados por miles, las morgues pronto se llenaron y hubo que habilitar lugares como el estadio de béisbol Parque Delta, donde eran llevados los cuerpos, especialmente los no identificados.
Algunas asociaciones civiles situaron la cifra de muertos en los 45 mil, muchos de los cuales acabaron en fosas comunes. El terremoto y las réplicas posteriores derrumbaron más de 300 edificios y centenares más quedaron fuertemente afectados.
Decenas de edificios oficiales se cayeron, entre ellos varios hospitales. El Hospital de Pediatría del Centro Médico Nacional quedó fuertemente dañado y el personal sanitario tuvo que evacuarlo.
Guadalupe Iturria, de 71 años, era jefa de la terapia intensiva neonatal en la sexta planta con capacidad para 42 bebés prematuros.
"Tranquilas, no pasa nada, esto es suavecito", les dijo a las enfermeras cuando comenzó a moverse todo.
Pero las incubadoras empezaron a chocar unas con otras, a abrirse, a romperse.
"Entonces nosotras empezamos a abrazar niños", relata a Efe entre lágrimas.
En su amplio uniforme, Iturria y sus compañeras se metieron varios bebés y al resto los arroparon en mantas atadas con nudos. Con los sueros de vidrio rotos, a aquellos bebés prematuros les conectaron sueros y les dieron respiración artificial.
Las escaleras estaban destrozadas y tuvieron que salir por la de emergencias.
"Por ahí sacamos a nuestros niños todas las enfermeras. La gente que era floja, nunca fue floja. La gente que era haragana, nunca fue haragana en esos momentos. Parecíamos hormigas sacando a la gente", cuenta.
De aquel hospital de pediatría fueron sacados más de 400 niños y llevados a otros centros en ambulancias o incluso en taxis. "Fue una entrega total de la gente".
Los horarios de aquellos días fueron infinitos para el personal sanitario, médicos como el doctor Luis Arturo Chávez dieron toda su energía para lograr salvar supervivientes entre los escombros del Hospital General.
Cuatro días después del terremoto, en plena noche, un llanto de bebé recordó que los milagros existen.
Jesús Francisco Santamaría, nacido poco antes del terremoto, era encontrado entre los escombros, aprisionado entre las paredes y los barrotes de su cuna. Fue uno de los llamados "niños milagro" del sismo.
Durante los cuatro meses que siguieron al temblor, la escritora y Premio Cervantes Elena Poniatowska documentó muchas historias de héroes y villanos, con nombres y apellidos.
En una entrevista con Efe Poniatowska recordó que "hubo muchos mexicanos heroicos como 'La Pulga', chiquitito, flaquito, que se metía por un agujero" y que "logró sacar a mucha gente".
"Me impactó un joven llamado 'El Lobo', los rescatistas, los brigadistas, los jóvenes punk, esos con los pelos parados y pulseras de cuero, que estaban toda la noche cargando los escombros y se iban a las 05:00 horas cuando llegaba un relevo", rememora.
Paradójicamente, esos ciudadanos "rechazados por la sociedad, considerados los chavos (jóvenes) banda que no sirven para nada, que no tienen oficio ni beneficio, pues esos eran los que estaban ahí fajándose (peleando)".
La gente "más pobre", los que pasaban por la calle y veían llorar a una persona y le decían "no llore, ¿por dónde pasaba su mujer?, ahorita traigo un pico, una pala y vamos a escarbar", esos fueron los que ayudaron a México a resurgir de sus cenizas, sentencia.