Crónicas urbanas: Ángel del Amor, gladiador

El profesional de este deporte-espectáculo es egresado de la UNAM y sufrió lesiones, perdió empleos y una novia.

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El Ángel del Amor ambiciona trascender y para eso se prepara arduamente con el entrenador Rocky Santana. (Facebook Angel del Amor)
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Humberto Ríos Navarrete
MÉXICO, D.F.- El curtido Rocky Santana, de 53 años, quien empezó a los 13 en la lucha libre, se mueve veloz alrededor del cuadrilátero, dictando instrucciones, mientras sus pupilos vuelan y caen liados.

Entre ellos Ángel del Amor, un gladiador cuya máscara esconde el rostro de un egresado de la Facultad de Ciencias Políticas de la UNAM, quien siguió el ejemplo de El Chico Rompecorazones, de nacionalidad estadounidense, y disintió de su abuela, que de niño lo llevaba a las luchas y aplaudía a los rudos.

—¡Jálalo para atrás, Ángel, jálalo para atrás! —surgiere, ordena Santana, de baja estatura, cuerpo robusto y coletita que baila sobre su nuca.

Y determina:

—¡Sale, sale; quién sigue!

Y otros saltan al ring.

—¡Enséñalo a meterlo, métalo, métalo, métalo! —vuelve a ordenar Rocky Santana, mientras cuchichea con Ángel del Amor, quien asiente respetuoso.

Y vuelve a gritar:

—¡Niños, niños!

Ángel vuelve al ring.

Y se arma la pelotera.

Por allá una voladora. Una tenaza en medio de la lona. Un lance desde la esquina. Gemidos. Manazos sobre la tarima. Costalazos. Las cuerdas como columpio.

—Kate face, kate face! —masculla Rocky Santana, mientras se mueve alrededor del cuadrilátero de la Arena López Mateos, en Tlalnepantla, Estado de México, donde practican la llamada lucha independiente.

Y ahí, agitado,  Ángel del Amor recuerda que ha luchado contra los júniors Tinieblas y Escorpión, y también con Silver King y Doctor Wagner, para luego mostrar las figuras de su máscara: un corazón en la frente y sus alas que forman el antifaz, inspirada, dice, mientras veía un árbol de Navidad hace cinco años.

La lucha es un espectáculo que ofrece satisfacciones, pero también es algo serio, dice Ángel del Amor, quien trata de conciliar este deporte con su trabajo formal, en el que ha tenido problemas cuando sufre lesiones y no puede justificar las ausencias.

***

—¿Y cuál es tu filosofía?

—Prepararme día a día porque la lucha libre, como la vida misma, es perseverancia, pues la vida nos va a tirar, pero de uno depende levantarse o quedarse ahí, porque a veces hemos tenido lesiones y gracias a Dios nos hemos rehabilitado y regresado a lo que nos gusta: nuestra pasión.

—¿Qué tipo de lesiones?

—Las tres más fuertes que he tenido en mi carrera han sido fractura del metacarpiano, fisura en coxis y una abertura en la rodilla mientras hice un giro hacia afuera, que pegó en la ceja del ring, que es metálica; y aún trayendo mi rodillera de cojín, me abrió la rodilla y me tuvieron que suturar, cuatro, cinco puntadas, interna y externamente, y anduve cinco, seis semanas en muletas.

—Las más fuertes.

El pago, aparte de una remuneración económica, es el aplauso, el reconocimiento de la gente, que te pidan un autógrafo, una fotografía…

—Sí, porque la lucha libre no es un juego, por eso hay que prepararse todos los días, para saber caer y no lastimarse tanto; la lucha es real; como ustedes pueden ver —dice mientras golpea la base del cuadrilátero— es cemento, estas son tablas, estas son de acero, cubiertas por un tubo y cinta de aislar; o sea, esto es de a de veras.

Por eso, para quien trabaja como auxiliar de aduana en una empresa internacional de paquetería no es fácil combinar con una labor mejor retribuida, sobre todo cuando se mueve en el ámbito de la lucha libre independiente.

—¿Y qué pasa cuando tienes incapacidad?

—He perdido un par de trabajos porque, pues, no me he accidentado en mi ámbito laboral; entonces, en ocasiones, pues no te entienden o no te aguantan. Es muy difícil tener esta doble vida, si le podemos llamar así. Es difícil que tus jefes te entiendan.

***

—¿Y tu novia qué dice?

—Ya no tengo novia, pero no era muy adepta a ver cómo te golpean; mi madre solamente ha acudido a verme un par de veces, porque a quién le va a gustar ver que a su hijo lo golpeen.

Este es un deporte-espectáculo en el que todos los movimientos va implícito un riesgo. Hay gente que ha perdido la vida arriba de un ring.

El pago, aparte de una remuneración económica, es el aplauso, el reconocimiento de la gente, que te pidan un autógrafo, una foto…  Te ayudan a no claudicar, a alimentar el alma, para seguir en este deporte que es muy duro, como la vida misma.

—¿Y tu abuela viene a verte?

—Ella también ha acudido solo un par de veces, pero ya es grande y está un poco delicada de salud. Lo mismo que a mi madre, no le gusta ver que me golpeen, porque se quiere subir a defenderme. Todo eso es muy bonito.

—¿Y por qué no te dedicas totalmente a ser luchador?

—Porque soy un luchador independiente. En México existen dos empresas muy importantes a las que algún día quisiera pertenecer. Como luchador independiente es muy difícil sobrevivir solo de la lucha libre. Hay que alternarlo o hacer otra cosa para ir más o menos justificando los gastos o las responsabilidades.

—¿Sí alcanzan a sobresalir los independientes?

—Te digo: tenemos que hacer una actividad alterna para sobrevivir y seguir en nuestra pasión. Creo que se le está dando mucho auge a la lucha libre independiente, porque el público dice que nosotros ponemos el alma. Y cuando le gusta lo que ve arriba de un ring, te premia con dinero, nos avienta dinero y eso te hace sentir que estas haciendo muy bien tu trabajo.

—¿Y qué es lo que más te satisface de la gente, aparte de eso?

—Pues que hayas ganado o hayas perdido —yo me preparo para ganar, pero a veces nos toca perder— y que la gente se acerque y te quiera tocar, te pida un autógrafo o una foto, es un gran aliciente. Es parte de la tradición mexicana, porque el bien contra el mal siempre va a estar ahí. Y una magia: las máscaras.

De pronto algunos costalazos lo han enviado a reposar. Es algo que lo entristece. Pero vuelve con más ganas.

—Cuando me he lastimado, la verdad me siento fatal —comenta—, porque la gente a veces paga un boleto para verte y tú no te vas a poder presentar; para mí eso es doblemente triste, ya que por un tiempo no voy a poder hacer lo que me gusta…

Ángel del Amor ambiciona trascender y por eso se prepara bajo la dirección de un fibroso Rocky Santana, con quien aprende que por cada caída debe sacudir las alas, alzar el vuelo, planear  y atacar con precisión.

Y sin alas rotas.

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