Historias: Compran una vida... en la cárcel
En el reclusorio hay escenas que parecen de película, desde un capo que se lleva a vivir a su familia a la cárcel hasta otro que sale a beber a una cantina.
Staff/Agencia Reforma
MÉXICO, D.F.- Cuando llegué a la cárcel, uno de los presos antiguos me dijo que aquí sólo estamos "los jodidos, los pendejos... y los que queremos estar".
Cuando lo dijo me pareció una bravata, pero luego entendí que es verdad.
Los hay jodidos, como Eleuterio, que no sabe ni porqué lo levantaron junto a los otros en Milpa Alta.
Los hay pendejos, como Jonathan, que todavía espera a su abogado.
Y los hay que quieren estar aquí para librarla, como Samuel, después de despacharse a dos que se la tenían jurada.
Hay muchos que jamás en su vida podrán salir; otros, menos, que aunque puedan salir no quieren ("si estuviera afuera ya me hubieran matado") y unos, pocos, que entran y salen a capricho.
La diferencia entre unos y otros son los recursos para sobrevivir en la cárcel, principalmente, el dinero.
Para quienes no lo tienen es el infierno, pero para quienes tienen el dinero suficiente, la vida en la cárcel no es muy distinta a la que tendrían afuera. Tienen todo lo que quieren.
Allá vivían escondidos o a las vivas de que no los apañaran. Aquí están a sus anchas. Afuera tenían la protección de la policía; aquí también está a sus órdenes. Afuera tenían drogas, mujeres, fiesta; aquí también. Afuera controlaban actividades delictivas en todo el país y el extranjero; desde aquí, es lo mismo. Afuera tenían dinero a manos llenas; aquí lo tienen de sobra. Afuera, se sentían los patrones, aquí lo son.
Además, están protegidos de las amenazas del exterior. Aunque aquí, todo puede suceder, generalmente ese "todo" les sucede a los que no tienen nada: los matan, los apuñalan, los violan, los esclavizan.
Vida de lujos
A los que tienen el poder y el dinero, que generalmente es lo mismo, no les pasa nada, cuando menos, nada malo.
Por ejemplo, si quieren estar con su familia, pueden traerla cuando quieran, sin importar los días de visita, inspecciones u horarios; eso no va con ellos.
Hay quienes han traído a su familia a vivir ¡aquí en la cárcel! Y desde aquí tratan de hacer una vida "normal": en la mañana la señora sale en su camioneta, escoltada, a llevar a los niños a la escuela, va al súper y regresa por ellos.
Por las tardes, los niños hacen la tarea en la celda que ha sido acondicionada como un cuarto más de su casa-habitación.
Hay pasillos privados, en los que las paredes interiores se han tirado para crear la sensación de una casa: una celda es la sala, otra, el comedor, una más, el despacho de trabajo del señor y luego, las recámaras.
Un ejército de internos cuida la reja de entrada al pasillo, otros están de servicio, además de los cocineros, escoltas personales y lo que haga falta.
Si su vocación no es tan familiar y quieren, digamos, unas prostitutas, no hay más que pedirlas. Los custodios y las autoridades se encargan no sólo de dejarlas entrar y salir con toda libertad, sino de conseguirlas. Tienen su propio catálogo y, obviamente, sus acuerdos económicos.
Si una operación (tráfico, secuestro, extorsión) está en proceso y los padrinos quieren relajarse, pueden invitar a la autoridad designada o, en el peor de los casos, a su custodio favorito y salir a dar un "rol".
Es decir, salen de la cárcel a cenar en algún restaurante, beber en cualquier antro, emborracharse en una cantina, meterse a cualquier tugurio o un prostíbulo... lo que quieran.
Sólo hay una condición: no armar escándalo. Al final, la misma patrulla que lo sacó, lo llevará de regreso al hogar (la cárcel).
Tienen a su disposición la droga que quieran, en la cantidad que se les antoje, que para eso son los que mandan.
"Trabajan" día y noche pues, quizá por la misma droga, todo el tiempo están despiertos. De esa forma capos, padrinos o jefes de distintas bandas (narcos, secuestradores, roba-autos, extorsionadores, etcétera) se reúnen cotidianamente, negocian, discuten, pelean, acuerdan como cualquier grupo de hombres de negocios, bajo el cobijo del sistema penal.
Y luego, cuando quieren, si quieren, salen a seguir con sus negocios.
Aquí tienen montado, de manera natural, un sofisticado sistema de información: como el personal de la institución no es suficiente, mucho del papeleo, del trabajo de oficina, de los ingresos, registros, documentos, procesos, expedientes ¡lo hacen los propios reos!
Son presos seleccionados por las autoridades y los padrinos, que colocan a su gente en lugares estratégicos a fin de obtener la información que requieran. Conocen los datos personales de los presos, de sus familias, de sus delitos, de sus procesos, dónde viven, cuándo entraron, cuándo saldrán.
Por lo tanto saben qué pedir a cada quién.
Además se enteran antes que nadie cuándo se realizará un operativo "sorpresa", un recorrido "inesperado" de alguna autoridad o la visita de la Comisión de Derechos Humanos.
Las autoridades les avisan a los reos poderosos y éstos se encargan de que su ejército limpie, pinte, esconda, borre lo necesario.
"Nos acaban de avisar que viene el director" y los padrinos arreglan, esconden a los más drogados, cierran... cada uno sabe lo que tiene qué hacer. Al final, los visitantes ven lo que las autoridades y los internos quieren que vean. No más.
Es un caos en el que todo está organizado. Las bandas se organizan, los golpes se planean, las instrucciones se giran diariamente. Realmente no importa si estás adentro o afuera mientras sigas "trabajando".
Así, entrando y saliendo, Elías ha gastado en la cárcel unos ochenta mil pesos diarios, durante más de cuatro años, porque "hay que vivir como se debe".