Los vigilantes de Pancho, el 'come perros'
Pepe Martínez es uno de los fundadores del cocodrilario de La Manzanilla,un proyecto de conservación, investigación, ecoturismo y lugar donde vive Pancho.
Milenio
MÉXICO, D.F.- Pancho tiene 43 años, mide cuatro metros y pesa 380 kilos. Le dicen el "come perros" y no es sólo la mala fama: se devoró cuatro canes cuando todavía andaba suelto por el estero de Boca de Iguanas. Los preocupados pobladores llamaron a Pepe Martínez, el "cazacocodrilos" de La Huerta, Jalisco. Y allá fue Pepe con sus hombres, que utilizaron una soga para enlazar a Pancho del hocico y llevarlo a su propio estanque en el cocodrilario de La Manzanilla.
Martínez narra la historia mientras él y Abraham, su joven ayudante, limpian la mayor de las tres piletas donde viven los cocodrilos en cautiverio. Siete reptiles de todos los tamaños reposan a unos cuantos metros, en la parte terrestre del espacio cercado; sin ningún tipo de barrera entre los dos hombres y los animales.
De repente se mueven para cambiar de posición y Abraham les avienta un chorro de agua con la manguera que usa para remover el lodo y las hojas en descomposición. "Es algo que los relaja", asegura el estudiante de veterinario, quien luce igual de tranquilo que Martínez durante la faena.
Los turistas no paran de entrar y salir de la instalación en el periodo de vacaciones decembrinas. Sobre todo familias mexicanas y viejos retirados norteamericanos, quienes pasan la temporada de invierno en este pueblo costero.
Una vez que conocen a Pancho, al Gordo, a la Güera y al resto de los cocodrilos que viven entre muros, continúan el recorrido por el sendero de madera que atraviesa la laguna cubierta de mangle. Desde ahí es posible observar a algunos de los cocodrilos acutus que habitan libremente en el estero. Son aproximadamente 400, la población más numerosa de esta especie en México.
Pepe es uno de los ejidatarios de La Manzanilla del Mar, el pueblo de los cocodrilos. También es uno de los fundadores y el encargado actual del cocodrilario, que abrió sus puertas de manera formal en 2007.
Pero fue algunos años antes y a raíz de dos situaciones de emergencia cuando realmente comenzó el esfuerzo de conservación, investigación y turismo en este ecosistema rico en biodiversidad: con tres tipos de mangle, más de 60 especies de aves y numerosos peces, moluscos y crustáceos.
Un terremoto de ocho grados en la escala de Richter sacudió las costas de Colima y Jalisco el 9 de octubre de 1995, provocando un tsunami que dejó incontables daños materiales en el pueblo. Tras la tragedia, llegaron a La Manzanilla distintos equipos del Gobierno de Jalisco y la universidad jesuita ITESO para ofrecer apoyo económico y psicológico a sus habitantes.
Los estudiantes y profesores de las carreras de arquitectura e ingeniería civil propusieron intervenir el estero de 264 hectáreas para implementar un proyecto de ecoturismo que generara empleos.
Así se puso en marcha una cooperativa que ofrecía recorridos en lancha. "Después el gobierno nos quiso cobrar tres pesos por metro cuadrado, pero ni vendiendo el ejido podíamos pagarlo", recuerda Pepe, un hombre en la cincuentena que sonríe en cada frase que pronuncia. Aún cuando explica la incongruencia que en su opinión suponía fiscalizar la protección y conservación de un área natural como esta.
Por eso la iniciativa se mantuvo en pausa durante algún tiempo. Hasta el 2001, cuando la Secretaría del Medio Ambiente y Recursos Naturales comenzó a aportar fondos para hacer frente a la sequía de tres cuartos de la laguna que provocó la muerte de varios cocodrilos y otras especies.
El apoyo del gobierno federal se reforzó con dos reconocimientos que obtuvo el sitio en 2008: la laguna fue inscrita como humedal de importancia especial según la convención internacional RAMSAR, y obtuvo el registro de Unidad de Manejo Ambiental (UMA).
Hoy el cocodrilario es un sitio autosustentable que vive de cobrar 15 pesos por persona a los cerca de 40 mil visitantes que llegan cada año. De ahí sale el sueldo de los dos únicos empleados permanentes: Pepe Martínez -que aunque sólo estudió hasta la preparatoria es conocido como "el biólogo" por sus años de experiencia - y el guía Jesús Antonio Nicolás Soto, mejor conocido por todos como "El Chido".
Actualmente otros ejidatarios trabajan de manera temporal en la ampliación del sendero, que pasará de tener 100 a 500 metros de longitud. "Así la gente va a conocer cómo es el manglar por dentro, porque esto es apenas la orilla. Allá hay otro tipo de aves y de vegetación", explica Martínez, y cuenta que otro de los proyectos cercanos es la apertura de un museo.
"Va a ser como una Disneylandia al estilo La Manzanilla", bromea Pepe, "pero todavía mejor: porque es la misma comunidad la que está trabajando antes de que llegue un millonario y se apropie de todo".
Mientras tanto, "El Chido" recibe a los turistas que se asoman al área de los estanques: "Jóvenes, bienvenidos: aquí les vamos a facilitar un cocodrilo pequeño para que tomen fotos, y ya si desean dejar una moneda depende de ustedes".
Pepe confirma que el guía es un gran elemento en el cocodrilario: además de ser carismático habla bien el inglés, gracias a que un día, hace algunos años, decidió montarse en el tren carguero para cruzar la frontera norte y trabajar en varias ciudades de Estados Unidos.
Lo que más preguntan los visitantes, según "El Chido", es si los temibles reptiles se pueden salir al mar. La posibilidad es evidente, pues no hay ninguna barrera que lo impida. Además el agua salada es un medio para que los animales se transporten a otros esteros.
Pero según los expertos, no hay de que preocuparse. Aunque son los depredadores por excelencia, ahí nunca ha habido un ataque a una persona. Los cocodrileros, los turistas y la propia laguna les ofrecen los alimentos suficientes para vivir tranquilos. Excepto al pobre de Pancho, al que solían gustarle los perros.