Tráfico de caballos: cabalgata de la muerte

Denuncian ONG la crueldad con que transportan caballos desde EU hacia rastros mexicanos y la crueldad con que se les sacrifica.

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México se ha convertido en uno de los principales productores de carne equina en el mundo. (Archivo Sipse)
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Víctor Hugo Michel Michel/Milenio
TEXAS, E.U.- Como todos los días, la flota camionera de carga sale muy temprano del rancho a las afueras de Presidio y comienza a circular por sus caminos rurales, levantando a su paso grandes nubes de polvo que huelen a abono y diésel. El convoy se dirige a la frontera con México y en unos minutos dejará atrás el sur de Texas para adentrarse en el desierto de Chihuahua.

En cosa de minutos, el transporte se estacionará a un lado de la garita de Ojinaga, en donde esperará para recibir la documentación necesaria para hacer el cruce. Pero a diferencia de otros tráileres que a esta hora esperan para pasar de un país a otro con todo tipo de productos, de su interior vienen sonidos. A mayor detalle, relinchidos y golpes. Son pezuñas que cocean contra el metal.

Si uno llega a asomarse por sus respiraderos, podrá ver algunos hocicos acercarse para olisquear al intruso. Se trata de caballos: están en ruta de ir a su muerte. Han sido comprados por rastros mexicanos dedicados a la producción de carne equina para exportación, una polémica industria de la que los mexicanos saben poco y que a decir de críticos entra de lleno en el terreno de lo cruel.

“La forma en la que se transporta y después se sacrifica a estos animales es cruel e inhumana. Estamos convencidos de que no son animales para consumo humano”, sostiene Valerie Pringle, especialista en protección equina de la Sociedad Humana de Estados Unidos, una organización no gubernamental dedicada a velar por el trato ético a animales. “A estos caballos se les hace sufrir de forma terrible en su trayecto a los mataderos en México”.

Sonja Meadows, directora de Animals Angels, otra agrupación pro animal, la secunda: “Hemos seguido esos camiones, cargados con hasta 40 caballos por más de 36 horas y en ningún momento se les ha dado agua o permitido salir para descansar (…) la producción de alimento no es ninguna excusa para el trato inhumano”.

A lo que Pringle y Meadows se refieren es a un fenómeno de reciente cuño que ha llevado a México a convertirse en cosa de media década en uno de los principales productores de carne de caballo en el mundo, sólo por debajo de Argentina y Canadá en América y por encima de potencias tradicionales como Francia y Holanda. Desde que el gobierno estadunidense prohibió en 2007 dar muerte a equinos de forma industrializada por considerarlo una práctica inhumana, la matanza ha migrado al sur. Miles de caballos son importados todos los años a territorio mexicano para sacrificarles.

De acuerdo con datos del Servicio Nacional de Sanidad, Inocuidad y Calidad Agroalimentaria (SENASICA) obtenidos vía la Ley Federal de Transparencia, en cinco años 321 mil caballos cruzaron el Río Bravo y terminaron en uno de cinco rastros —ubicados en Chihuahua, Zacatecas y Aguascalientes— que cuentan con autorización de la Secretaría de Agricultura, Ganadería y Pesca. En promedio, son importados 175 equinos sacrificables al día.

La tendencia va al alza.

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Ojinaga y Presidio podrían ser definidas como el epicentro del tráfico binacional de caballos destinados al rastro. Tan solo en la garita que comparten ambas ciudades, 34 mil caballos fueron internados en 2012, con cifras actualizadas hasta noviembre. Otros 32 mil lo hicieron por Piedras Negras y Ciudad Juárez.

Antes de cruzarles a territorio mexicano, distintos ranchos receptores acumulan la caballada en corrales de El Paso, Eagle Pass y Presidio. Según datos del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, las cabezas pueden venir de varios miles de kilómetros a la redonda, desde estados tan distantes como Utah, Tennessee, Oklahoma e incluso Minnesota, en la frontera con Canadá.

En esta parte del sur de Texas y el norte de Chihuahua se pueden ver a simple vista evidencias de ese flujo equino. Tanto de los que llegan como de los que se van. En los ranchos, cientos de animales pastan a la espera de ser cargados en los tráileres que van a México.

Cargados al tope —algunos llevarán más de 40 equinos—, los camiones después se formarán en la garita y serán revisados por personal de Sagarpa, en busca de infecciones o defectos. Una vez aprobada la papelería, se internarán en territorio mexicano, en una larga ruta que les llevará por carretera hasta los rastros de Camargo, Aguascalientes o Zacatecas. Durante el trayecto, a veces será posible ver a los caballos sacar sus cabezas para tratar de tomar aire.

“Todos los días los vemos pasar”, dice un militar apostado en un punto de revisión a la mitad entre Ojinaga y Camargo, en una ruta en la que el tráfico es escaso. “Camiones y camiones repletos de caballos. Es de lo único que pasa por esta carretera”.

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En promedio, de un caballo pueden extraerse hasta 150 kilogramos de carne, además de intestinos para salchichas, cuerdas para instrumentos musicales y material para pegamento. Pero es en el consumo de un corte de equino en donde se entra a un tema abiertamente polémico. Muchos países rechazan la idea por considerar que son animales de compañía y no ganado criado con el específico propósito de ser sacrificados.

Por otro lado, los medicamentos que se utilizan para tratar a los caballos a lo largo de su vida no deben entrar a la cadena alimenticia. “Un caballo no es un pollo. No es una vaca. Las drogas que se les proporcionan tienen serios riesgos para la salud humana”, insistió Pringle, quien destacó que su organización tiene la sospecha de que entre el enorme flujo de equinos que corre de Estados Unidos a México, están siendo sacrificados algunos que tienen sustancias peligrosas en su sistema.

El debate sobre comer carne caballar termina siendo subjetivo. Pero en buena medida los mexicanos no somos quienes la consumimos. Según cifras del Instituto Nacional de Geografía, Estadística e Informática (INEGI), en cosa de una década la matanza equina en México pasó de actividad marginal —enfocada al paladar de unos cuantos consumidores—, a industria multimillonaria, pero con un mercado netamente extranjero.

Por ejemplo, el Anuario Estadístico de Comercio Exterior registra que entre 2009 y 2012 se exportaron más de mil 700 millones de pesos “de carne de las especies caballar” a 13 países en tres continentes. Compradores de cortes de caballo producidos en México han surgido en Bélgica, Francia, Rusia, Holanda, Hong Kong, Italia, Japón, Suecia y hasta Suazilandia, entre algunas de las pocas naciones del mundo que la consumen sin tabú.

Es un ascenso particularmente elevado si se toma en cuenta que la industria no existía antes. Desde 2004, las ganancias de los rastros mexicanos han crecido 500 por ciento. Hoy tocan los 468 millones de pesos. La producción de carne para exportación se ha expandido también a triples dígitos.

Para 2011, las cifras alcanzaron un récord histórico, con unas 10 mil 747 toneladas de carne producidas, el grueso de las cuales proviene de dos plantas de Zacatecas, ubicadas en Fresnillo y Jerez. Es uno de los rendimientos más elevados de todo el mundo, acorde a estadísticas de la Organización de Naciones Unidas para la Agricultura (FAO). A ese ritmo, y sin ser un país en el que haya un consumo significativo de carne de caballo, México podría convertirse en uno de los líderes mundiales en su producción antes de que concluya la década.

Pero el vertiginoso ascenso de esa industria ha tenido un fuerte precio. Al mismo tiempo que el cierre de los rastros en Estados Unidos ha traído inéditas ganancias a quienes se dedican al negocio del sacrificio equino en México, organizaciones protectoras de animales han documentado una larga cadena de violaciones y maltratos que abren la pregunta a si estos caballos —aun cuando su destino final es el rastro— están sufriendo más allá de lo necesario.

Por su cuenta, este reportero pudo observar de primera mano cómo, en Presidio, un camión proveniente de un rancho fue estacionado en un lote por espacio de tres horas, con una temperatura promedio de 35 grados. Durante ese tiempo, en tanto se preparaban los papeles de exportación, fue posible escuchar a los caballos dar de coces contra las puertas, sin que nadie se acercara a brindarles agua.

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Una de tantas rutas que ha sido bautizada por activistas como “camino de la muerte” comienza a unos 400 kilómetros al norte de la frontera con Chihuahua, en la ciudad de Los Lunas, en Nuevo México. A raíz de la prohibición del sacrificio equino en Estados Unidos, miles de caballos son llevados a subasta ahí, a la empresa Southwest Livestock Auction.

Empresarios mexicanos y estadunidenses acuden todas las semanas para hacer negocio y comprar animales cuyo destino final será el rastro. En la industria se les conoce como killer buyers (compradores de muerte).

El precio asignado a algunos de esos caballos es mínimo: a veces no llegan ni a 5 dólares por cabeza, pese a que entre los lotes hay potros jóvenes y sanos cuyo valor en el mercado podría ser 50 veces eso. Tras ser vendidos, rocines y caballos comienzan un largo camino marcado por un trato cruel.

MILENIO tuvo acceso a una serie de videos grabados de forma oculta por investigadores de la organización Animals Angels, que a finales de 2012 siguieron de principio a fin varios de estos embarques, con destino a los rastros en Camargo, Fresnillo y Aguascalientes. Las imágenes detallan distintas muestras de maltrato, como a los conductores golpeando con palos a los caballos, picándoles con puyas desde el exterior de los camiones y dejándoles a la intemperie, pese a las elevadas temperaturas del desierto.

Al interior de un tráiler hay un caballo que cae y es aplastado por sus compañeros. En otro, los animales se encuentran completamente hacinados, sin poder moverse, cubiertos de estiércol. Algunos tienen llagas abiertas, sangrantes o infecciones en los ojos. Una imagen, tomada en un corral, muestra a una yegua y a un potrillo muertos, lado a lado.

Animals Angels tiene previsto lanzar una campaña publicitaria en Europa para denunciar las condiciones en las que se produce la carne de caballo mexicana. “Nuestra organización ha trabajado en el tema desde 2007. Hemos realizado cientos de investigaciones y actualmente estamos preparando una campaña en Europa para concientizar a los consumidores sobre la brutalidad y crueldad de esta industria en México”, señaló Meadows.

Sus investigadores también han infiltrado los rastros de Jerez, Camargo y Aguascalientes, grabando de forma oculta videos sumamente gráficos. Según Meadows, éstos comprueban que incluso a punto de ser sacrificados, los caballos son sometidos a una experiencia que es demasiado cruel.

“Basándonos en nuestras observaciones, hay excesiva crueldad. En la planta de Jerez, por ejemplo vimos caballos vivos que estaban siendo arrastrados con un cable por sus patas traseras. Filmamos embriones muertos en el corral. Y en la planta de Camargo vimos estándares muy bajos”, dijo.

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La Humane Society de Estados Unidos también se ha lanzado contra la industria del rastro en México. De forma oculta, uno de sus investigadores logró documentar que en el matadero de Juárez se hace uso indiscriminado de un instrumento conocido como “puntilla”, un cuchillo empleado generalmente para matar a ganado bovino, con cuellos mucho menos largos que los de los equinos.

El resultado, dicen especialistas, es sufrimiento innecesario para el animal, aun en violación a las leyes de Estados Unidos y la Unión Europea, que explícitamente prohíben la adquisición de carne derivada de caballos que hayan sido sacrificados de forma inhumana.

“Algunas plantas en México usan lo que se conoce como un cuchillo de puntilla, que es clavado en la base del cuello del caballo, eso tendría que paralizarlo. Pero no necesariamente corta los nervios. Es decir, si bien está paralizado, cuando le cuelgan y los abren de tajo, argumentamos que ellos probablemente están sintiendo el dolor. Siguen conscientes”, dijo Pringle. “Para nosotros, la única forma de matar a un caballo es mediante el uso de drogas con un veterinario entrenado”. Pero no suele pasar. No con la comida.

“Desafortunadamente una vez que estos animales han sido designados como producto de carne, cualquier atención a sus necesidades son lanzadas por la ventana. Lo cual es lamentable porque no son animales de sacrificio”, deploró.

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