Amor de todos colores

Todo el mundo tropieza con el amor y todo el mundo lo vive, pero cada uno le pone sal de su mar. Por eso cada uno tiene su distintivo, su sello especial y su 'estilo amoroso'.

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El amor rige al mundo y lo abarca todo. Cada amor es una propiedad, un modelaje, un diseño único y una creación personal. Cada uno hace del amor universal su amor particular y le pone su talla, su figura, su personalidad, su arte, su marco.

Todo el mundo tropieza con el amor y todo el mundo lo vive, pero cada uno le pone sal de su mar, miel de su panal y estrellas de su cielo. Por eso cada uno tiene su peculiaridad, su distintivo, su sello especial y su “estilo amoroso”.

Hay un “amor de torbellino”, que todo lo revuelve; “amor de espuma”, que se disuelve con el viento; “amor de roca”, que todo lo resiste; “amor de ola”, que todo lo inunda, y “amor de río”, con un gran caudal, poderosa corriente, muchos rumores de canto y ¡mucha abundancia en su desembocadura!

Hay “amor de cascada”, que se despeña. No es corriente que canta, que hace camino, que marca la vida.

Hay “amor de árbol”, que no sólo fecunda y da flores, sino que nutre con su savia y madura el fruto con su fuego.

Hay “amor de volcán”, lleno de piedras, de destrozos y de cenizas.

Hay “amor de mar”, lleno de oleajes, de mareas, de misterio. Que no para hasta tocar fondo en el corazón.

El amor tiene características especiales que lo distinguen.

Hay “amor de detalle”, lleno de gajos pequeños que hacen el ramo grande de la felicidad.

Hay “amor absorbente”. Asfixia tanto que ahoga. Abarca tanto que apresa. Cerca de tal manera que encadena al amado o amada. Se adueña tanto que pierde al objeto de sus afanes.

Hay “amor de costumbre”, lleno de monotonía, de impavidez y desgano. No nació así, uno le ha ido transmitiendo la decadencia.

Hay “amor de lago”, que al reflejarse ¡hace subir! Hay “amor de montaña”, con las estrellas cerca y la cima florecida. Y “amor de playa”, donde quieres descansar, quieres vivir y quieres anclar tu barco.

Hay “amor de equilibrio”, sin excesos ni en el frío ni en el calor, lleno de tibieza que da un ambiente de calidez  y hace acogedor un buen nido.

Hay “amores bien cultivados”. Saben caminar y dejar huella, tener alas y volar, vibrar y entregarse, teñir de colores radiantes las realidades y adornar los sueños.

Hay “amores resecos”, sin rocío en el amanecer.

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