Buen fin...

No se puede caminar tranquilamente por el rumbo del mercado, está lleno de basura, de gañanes y groseros...

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Vaya que es una ma… (usó una palabra gruesa que me da sonrojo poner aquí) esto del Buen Fin, me dijo el anciano –más bien me gritoneó y reclamó, como si yo hubiera inventado esa copia del black friday gringo (y les juro que no tuve nada que ver)-. 

Ya estuve a punto de ser atropellado tres veces por bajarme de la escarpa porque los vendedores ambulantes que no ve don Renán invaden las calles, de que me rompa la jeta un motociclista abusivo que para que su mujercita no se ensucie sus sucias patotas subió su moto a la acera para que se baje la doña y, cuando le reclamé que estaba obstruyendo el paso a los peatones, me contestó que le “vale ver…” y que si no me gusta “para qué chin…” salgo del asilo de ancianos y que mejor me largara porque si no me iba a “partir la ma…”. 

Gracias a que un joven más alto y fuerte que él le exigió que bajara su vehículo, el sujeto lo hizo (el miedo no anda en burro, usa moto). 

Fui a alcanzar al viejo en la calle 58, cerca del Monte de Piedad, que sí es serio,  y de donde funcionan decenas de esquilmaderos de incautos que seguro van a estar llenos de miles de personas que hicieron cola en el Buen Fin para comprar pantallas planas y otros artefactos que no les van a servir (nomás porque “salieron en oferta y hay que aprovechar”) con los que irán a hacer fila pronto a las casas de empeño.

Lo vi entre molesto y tembloroso, parado en una esquina como desorientado. Estaba estrenando un celular que le regalé para estar atento de él porque últimamente se ha retentado su asma y su presión arterial no anda muy bien. Cuando le dije que quería que lo tuviera, ya se imaginan: ¡Qué te pasa Custodio! Nunca vas a ver en mis manos un aparato de ésos. Tuve que rogarle que lo aceptara y ofrecerle que yo correría con los gastos y pedirle que no lo apagara.

Mare, después de todo no fue tan mala idea eso del celular, me dijo. No se que iba a hacer si no venías. Siento que me tiemblan las piernas y me da vueltas la cabeza. Acabo de pasar junto a unas muchachas de minifalda muy mínima que están sentadas dentro de zaguanes aquí cerca y una de ellas me invitó a acompañarla. 

Señorita, le dije, ¿a dónde la voy  a compañar? Y me contesó: Viejo, vamos al cuarto. Uay, Custodio, hacía siglos que no sentía cosquillas ya sabes dónde. Creo que hasta se me bajó el azúcar. Qué bueno que veniste rápido. Ya fueron muchas emociones para un día. 

Después de que me iban a romper el ciricote y que casi me matan los camioneros, viene lo de esta criatura, porque eso es: no creo que tenga más de 20 años y ya está en malos pasos.

El gruñón se calmó tras que lo subí al auto. Compramos una sidra –así le dice él a los refrescos embotellados-  y se la bebió de un tirón. Luego comenzó a lamentarse: El centro ya no es como antes, expresó tras un eructo tamaño catedral (suele ser educado, pero cuando estamos solos le sale lo cochino). 

No se puede caminar tranquilamente por el rumbo del mercado, está lleno de basura, de gañanes y groseros y de encima estas niñas que son un reflejo de la sociedad injusta, porque estoy seguro que la mayoría de ellas no venden su cuerpo por gusto, sino por necesidad.

Conste que el viejo no es un persignado, pero tiene razón: Sic transit gloria mundi.

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