Incendiarlo todo: así luchó México contra la peste bubónica hace 100 años
Las medidas que se tomaron en Veracruz en 1920 no fueron tan amables como este 2020.
La “Susana Distancia” a la que Hugo López Gatell nos invitó en marzo de 2020 para mitigar los contagios de coronavirus en México es nada. Lo que las autoridades hicieron en 1920 para combatir un rebrote de peste bubónica en el puerto de Veracruz, eso sí, fue letal.
En un ensayo publicado en los 90, el investigador de la Universidad Veracruzana Bernardo García Díaz describe un puerto veracruzano nauseabundo e insalubre en el que el fuego provocado en propiedad privada constituyó la única solución posible contra la infección producida por la bacteria Yarsinia pestis y que ataca distintos órganos del cuerpo.
“En espera de inyecciones preventivas y suero, se inició la incineración de muebles y objetos de viviendas populares; de los almacenes se sacaron mercancías en mal estado, tablas podridas y toneles viejos”, detalla García Díaz.
Contrario a las “obligaciones voluntarias” que privan hoy en el gobierno de Andrés Manuel López Obrador, hace 100 el combate no admitía “voluntarismo”.
“Donde no basta la persuasión para realizar la labor de limpia, intervenía la policía. Así, la fuerza pública se presentaba en hoteles y casas de huéspedes en deplorables condiciones, que no eran pocos, para proceder a la extracción de colchones enchinchados y ropa de cama sucia que se incineraba a mitad de la calle”, refiere el experto.
El objetivo y determinación de la autoridad fue exterminar a los roedores y las pulgas que habitan en su pelaje. Muchos de ellos cruzaron el atlántico junto a los conquistadores, trayendo consigo patógenos que desencadenaron nuevas enfermedades en América.
La viruela, por ejemplo, facilitó la caída de México-Tenochtitlán. Estuvo presente durante 400 años en territorio nacional. La última en 1916. Y sólo pudo ser erradicada en 1952.
Pero la peste bubónica, por su letalidad, requería más contundencia.
“Más espectacular y de mayores consecuencias fue, sin embargo, la destrucción del llamado Mercado Nuevo, que en realidad era un amontonamiento de barracas antihigiénicas, y la quema de buena parte del muelle fiscal (...) El delegado sanitario no se detuvo en contemplaciones y desde su llegada ordenó, con mano flamígera, quemazones por toda la ciudad”, expone Bernardo García.
Además, los enfermos eran enviados al lazareto u hospital aislado ubicado en la Isla de Sacrificios. Y a los familiares se les aislaba en salones incautados para dejarlos ahí.
Hace 100 años, aquello parecía una “dictadura sanitaria”. Los ferrocarriles y barcos fueron inmovilizados y Veracruz fue declarado en cuarentena general.
Bernardo García documenta que, dada la gravedad de las medidas, los casos positivos se escondían de la autoridad.
“Con ayuda de parientes, se escondían de las brigadas médicas; había corrido el rumor de que recibían un trato inhumano en la Isla de Sacrificios”, dice. Para evitar que se multiplicaran las medidas draconianas impuestas, la gente “opinaba que no existía peste bubónica”.
Sobre las cifras de esta epidemia mortal Veracruz, no se tienen datos precisos.
Lo que sí recogió la prensa con precisión fueron las críticas populares. El diario El Dictamen incluyó en sus páginas una sección humorística permanente llamada “Puntadas Bubónicas”, un espacio en el que los veracruzanos buscaban tomar la epidemia con buen humor y sin aprehensiones.
Los incendios y el uso del fuego para controlar el brote terminaron con la llegada a Veracruz del doctor estadounidense Carl Mitchel, experto matarratas internacional. Con él, las trampas sustituyeron a las llamas y la fumigación con cianuro generó muchos empleos, pues las autoridades pagaban a los ciudadanos una cantidad de dinero por cada rata capturada.