Nunca me he acercado al poder: José Emilio Pacheco

Ayer a mediodía el literato leyó varios de sus poemas y también contó anécdotas acerca de su relación con presidentes y escritores.

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El poeta durante la firma de autógrafos al final de la charla. (Milenio)
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Agencias
MÉXICO, D.F.- Como diría el narrador, traductor y ensayista José Emilio Pacheco, uno de los mayores poetas vivos de nuestra lengua: “La dicha no tiene expresión verbal, no tiene palabra”. De esa sencilla forma se podría calificar su presencia ayer en el auditorio Jaime Torres Bodet del Museo Nacional de Antropología (MNA), según informó el sitio web de Milenio.

Pacheco (México, 1939), una de las voces inconfundibles de las letras iberoamericanas, fue recibido con una fuerte ovación por el público que se dio cita para escucharlo la tarde de este sábado en el MNA. En agradecimiento, el laureado escritor compartió generosamente historias nunca antes narradas y aclaró anécdotas que, por error, lo han tenido por muchos años como protagonista.

En esta oportunidad Pacheco perdió la timidez y se entregó totalmente; así, además de leer algunos de sus poemas poco conocidos, aprovechó el momento para reafirmar lo que todo mundo sabe: él no es un escritor ligado al poder.

Contrario a lo anunciado por el INAH, Pacheco no dio lectura a su libro de poemas inéditos: “No me gusta hablar de lo que no está”, y ejemplificó con uno de sus libros, que le ha llevado más de 50 años porque no deja de corregirlo.

Tras aceptar el paso de los años y con ello el arribo de la vejez, se preguntó, a sus 74 años, si tiene el tiempo de terminar su obra, porque todavía le hacen falta muchas cosas por hacer y muchos libros por leer.

Lejos del sistema

En una tarde insuperable, Pacheco se desmarcó del sistema y, con un genial sentido del humor, sostuvo: “Nunca me he acercado al poder”.

“Me levanté para darle un vaso con agua; pero 200 guardias me rodearon para decirme: ‘El presidente no puede tomar agua que no esté controlada’”.

Lo más próximo que ha estado del poder fue cuando Teodoro González de León restauró la actual sede de El Colegio Nacional, y que en 1993 inauguró Carlos Salinas de Gortari. En esa ocasión, el presidente “me tomó del brazo y me preguntó: ‘¿Qué quieres?, ¿qué te hace falta?’. Mi respuesta fue: ‘No me hace falta nada’”.

Una década después, recordó que, también en El Colegio Nacional, al presidente Vicente Fox le agarró un ataque de tos: “Me levanté para darle un vaso con agua; pero 200 guardias me rodearon para decirme: ‘El presidente no puede tomar agua que no esté controlada’”.

En tono de broma, dijo algo que le celebró el auditorio: “A ver cómo me va; espero que no tenga tiempo Peña Nieto de ir a los 70 años de El Colegio Nacional”.

Protagonista por error

Pacheco aclaró que él no es el protagonista de la anécdota difundida por Elena Poniatowska, quien cuenta que el poeta, como siempre vestía de negro, cuando se subía a un taxi los conductores, por lo regular, nunca le cobraban porque lo confundían con un sacerdote.

Contó que en realidad “era Ramón Xirau, quien también vestía de negro y vivía al lado de una iglesia; así que, cuando abordaba un taxi, el taxista lo llevaba a su destino y le decía: ‘No es nada, padrecito, solo deme su bendición”.

Asimismo, relató que cuando era joven “tenía como 28 trabajos”; se iba de la UNAM a las editoriales Era y Joaquín Mortiz, y de ahí tenía que hacerse un huequito para poder redactar los noticiarios que se transmitían en los cines.

Después de una ardua jornada laboral, “llegaba a las siete de la noche al suplemento de Siempre!, sin comer, por lo que, con el hambre que llevaba, en una ocasión me comí dos tortas”, y de allí se le hizo la fama de comedor compulsivo de tortas.

“Todo mi trabajo desapareció ante el padrecito y el devorador de tortas”, afirmó.

Mala lectura

El Premio Miguel de Cervantes 2009, señaló que no era santo de la devoción del escritor Juan José Arreola, simplemente porque no jugaba ajedrez: “Mis diversiones siempre han sido la conversación y la lectura”.

Pero en una ocasión, cuando corría el año de 1958, a Arreola el tiempo se le vino encima y la universidad le exigía entregar un libro, por el que ya le había pagado un adelanto.

“Le propuse que me dictara; no guardé los originales. Recostado sobre una almohada empezó a dictarme; tenía una enorme capacidad verbal y el resultado fue Bestiario. Lo único que le reprocho es que nunca quiso corregir alguno de mis textos”.

El poeta leyó algunos poemas como El mañana y La Ciudad de México.

Hubo un instante en que interrumpió su lectura para lanzar un comentario que causó mucha gracia entre la concurrencia: “¡Qué mal leo!”.

Sus lectores y seguidores, extasiados por los relatos del Premio Príncipe de Asturias 2010, fueron testigos de algo inusual: expresó sus deseos testamentarios: “He escrito una cantidad de versos ocasionales, que espero que a nadie se le ocurra compilar”.

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