Entrevista: Armando habla de Manzanero
El hijo mayor del artista evoca al hombre detrás de la celebridad.
Por Joaquín Tamayo
Armando habla de Manzanero.
-Los sombreros y el circo.
-¿De verdad?
-Sí: a mi papá siempre le gustaron. Hubo una temporada, en mi niñez, en la que tuve más sombreros que ropa. Su otra fascinación eran los circos, como ya te dije. Por ahí deben andar unas fotografías en las que estamos los dos en el Circo Atayde; iba yo vestido con unos pantalones cortos, y ambos llevábamos nuestros sombreros.
¿Cuál es la memoria más lejana, más antigua, que guardas de él?
-Es una imagen un poco perdida, porque han pasado más de sesenta años. Recuerdo a mi papá subiéndome a un triciclo muy pequeño en el parque de Los Venados, de la colonia Narvarte, en la Ciudad de México. A lo mejor tendría yo unos dos, tres años. De repente tengo algunos vagos recuerdos; son de esas cosas en las que dices: la gente no tiene por qué acordarse de tanto, pero ese momento sí lo conservo con algo de claridad.
En realidad, Armando Manzanero Arjona va y viene casi todos los días, con absoluta nitidez, por el recuerdo de su padre. Si piensa en la vida familiar, se refiere a él como papá; cuando reflexiona sobre el artista público que se entregó de cuerpo entero a la creación de una obra, entonces habla de Manzanero.
Lo cierto es que, de una u otra forma, la figura del compositor se mantiene más viva que nunca, no solo a través de la música, su música, sino en los pormenores de la existencia cotidiana de su primogénito, producto del primer matrimonio con la señora María Elena Arjona Torres. De esa relación nacieron después María Elena, Martha y Diego. El maestro tuvo tres hijos más de relaciones posteriores.
DUERME POCO, VIVE MUCHO
Armando Manzanero Canché vino al mundo en Mérida, Yucatán, en 1935, y murió en la Ciudad de México en diciembre de 2020. Desde hace varias décadas su cancionero es considerado un clásico de la música popular contemporánea en lengua castellana.
Las semblanzas biográficas en torno suyo mencionan una y otra vez el catálogo (se calculan más de 400 composiciones) que lo lanzó a la inmortalidad: Adoro, Somos novios, Esperaré, Mía y Te extraño, entre muchísimas piezas más. Ha sido –y sigue siendo– interpretado por innumerables cantantes en español y en diversos idiomas. Pese a su consagración en vida, a los múltiples galardones, premios y homenajes de los cuales fue objeto, el maestro Manzanero siempre fue un hombre sencillo y de temperamento muy yucateco.
En su autobiografía
Con la música por dentro, publicada en 1994, se autodefinió con total franqueza: “Para empezar, soy una persona que por naturaleza duerme poco, por lo cual vivo mucho; con una memoria más fiel que un perro hambriento, que a veces me hace bien y otras tantas mucho mal (…) Benditos sean, pues, mis recuerdos”.
Ahora es su hijo quien lo evoca: “Tuve la suerte de que mi padre estuvo todo el tiempo cerca de mí. Podría decir, sin el afán de sonar presuntuoso, que por ser el primogénito tuve una relación privilegiada con él. No es que no quisiera al resto de sus hijos e hijas. Pero ciertamente yo viví una cercanía muy peculiar durante mi infancia y él, a su vez, fue muy cercano con todos. Era un hombre amoroso, preocupado, tratando de satisfacerme, de agradarme… Fui muy consentido de niño”.
-Tú naciste en la Ciudad de México.
-Así es. Mi papá se había ido ahí para estudiar y trabajar. Poco tiempo después vino a casarse con mi madre, quien había sido su novia desde los quince años. El caso es que se casaron y se fueron de luna de miel al entonces Distrito Federal para que él siguiera en sus actividades. Por lo mismo, todos nosotros nacimos en la capital.
-Pero desde niño venías a Mérida.
-Por supuesto. Aunque no sé cómo decirlo, pero para los huaches, yo era yuca, y para los yucatecos, yo era un huach. Nunca lo entendí mucho. Pero toda mi familia era y es yucateca. La verdad es que veníamos más que con frecuencia. Aquí pasábamos navidades, las temporadas de verano, en fin.
-¿Cómo era entonces la vida de tu padre?
-Hay que comenzar diciendo que mi papá siempre fue un compositor, toda su vida, y un estudiante permanente de música. Aun siendo ya una figura, solía viajar por largos periodos para estudiar y aprender más sobre su arte. La gente no lo sabe, pero de profesión era pianista, director de orquesta y arreglista, formalmente hablando. Fue productor musical y lo hizo para muchísima gente. Cuando empezó a despuntar y se hizo conocido fue por sus composiciones y por pianista, porque él era acompañante de cantantes de primer nivel. Se volvió muy apreciado porque el oficio de acompañar a artistas, tocando el piano, no es nada sencillo, es algo muy especializado y hay que hacerlo con gusto, conocer al intérprete, saber cuáles son virtudes, y cuáles sus limitaciones. Mi papá llegó a ser valorado por las estrellas de aquella época: Luis Demetrio, Lucho Gatica, Marco Antonio Muñiz y Pedro Vargas, por mencionar a algunos. Todo mundo se peleaba para que Manzanero lo acompañase, porque lo hacía maravillosamente bien. Aparte, era productor de distintas disqueras. Pocos lo saben, pero él fue productor de la Sonora Santanera a principios de los años sesenta. Sucede que antes de ser famoso para efectos de público, ya era un personaje muy reconocido en el medio artístico. Por ejemplo, fue productor de Angélica María. De hecho, filmó una película con ella y con Palito Ortega en Argentina, aunque eso ya fue posterior a su primera etapa.
-¿En qué momento comienza tu papá a grabar sus propios discos?
-Su primera grabación personal es de 1957, aunque con ese disco no pasó nada. Claro, sus composiciones tenían bastante demanda. Pasó el tiempo y el productor Rubén Fuentes lo convenció de que hiciera un disco, que cantara sus cosas. Por fin lo grabó y resultó un disco excepcional. Todas las canciones de ese álbum terminaron siendo exitosísimas, tanto así que hasta la fecha esas son las creaciones que se consideran clásicas de Manzanero.
-¿Qué valores crees haberle aprendido desde esa época?
-Trabajo. No conozco, no he conocido, a nadie más trabajador que él. Su trabajo era lo más sagrado. Así fue desde que yo era niño y hasta el día que falleció. Yo tuve la oportunidad de viajar a muchas partes con él. Desde chiquito yo fui el encargado de la maleta de las partituras. Tendría entonces unos nueve años. En esa época, cuando mi papá hacía una gira, tocaba con las orquestas del lugar del concierto. Por lo mismo, iba con una maleta que contenía carpetas con las partituras de los diferentes instrumentos: piano, bajo, guitarra, saxofón uno, batería, etc. Yo comencé con esa tarea y seguí viajando con él cada vez que había posibilidad o cuando la escuela me lo permitía.
Viajé con él a quién sabe cuántos lugares. Conforme me hice mayor, terminé manejando las luces, el equipo de audio y todo lo que tuviera que ver con sus presentaciones durante las temporadas malas ¿a qué me refiero con temporadas malas? Bueno, debo decir que yo me la pasaba muy bien, pero, por motivos de vacaciones escolares, me tocaban usualmente las giras por Centroamérica. Convivir con él era algo lindo, pero no así el hecho de ir a Guatemala, Honduras, Nicaragua. Las giras de otoño estaban mejor, pues visitaba España, Japón, Argentina, Chile. Lo que pasa es que en verano me iba a vivir con él, y mientras estábamos de viaje yo era su empleado, tenía que cumplir. Me encargaba de todas sus cosas.
-¿Qué historia recuerdas de esos viajes por Centroamérica?
-Te voy a contar una anécdota verdaderamente horrorosa. Un día llegamos a San Pedro Sula, en Honduras. Todo iba normal: montamos el equipo y luego hablé con el encargado del lugar para saber a qué toma de corriente eléctrica nos conectaríamos. El cuate me pasó los cables y conectamos el piano del jefe; cabe añadir que al piano acababan de darle servicio, aunque no traía el fusible correcto. Sin embargo, lo encendimos y probamos. Funcionaba. A la hora del concierto, el piano de Manzanero no sonó. Resulta que, por cuestiones técnicas, es decir, por una sobrecarga que provenía de la toma de corriente, el instrumento se había quemado. Pasamos momentos de angustia. Un rato más tarde Manzanero encontró la solución. Ocupó el piano del pianista que lo acompañaba y este se quedó sin tocar. Manzanero siempre fue autosuficiente, porque era un monstruo tocando el piano, la guitarra; vaya, a él no se le acababa el mundo.
-¿Qué consecuencias hubo? ¿Se molestó?
-Hombre, mi jefe siempre se enojaba. Pero no pasó a más. Por eso digo que el valor que le aprendí fue el trabajo. Como te digo, su trabajo era sagrado.
EL RITUAL DE LA CREACIÓN
Para Armando Manzanero Arjona, el suyo también lo es. Graduado de la carrera de Contaduría, se ha dedicado por años a los medios de comunicación. En la actualidad es gerente general de Tele-Yucatán, del Gobierno del Estado. Desde su oficina de la avenida Pérez Ponce, Armando reconstruye aquellas jornadas en las que Manzanero se ponía a componer.
“No había una rutina. No tenía una hora para la creación. Eso no existe como tal. Mi papá se imaginaba las cosas y escribía; podía hacerlo en una servilleta, sobre una tarjeta o en un cuaderno, y después llegaba a su casa y entonces ahí comenzaban los rituales de trabajo, que eran muy distintos a cuando andaba de gira. Por lo regular, si algo se le ocurría durante sus viajes, tomaba apuntes, armaba un boceto. A la hora de transcribir y arreglar las obras, mi papá tenía un ritual muy peculiar, porque no le gustaba trabajar con cosas usadas. Así que había que conseguir un papel especial pautado que le gustaba; ese papel no era de cuadernitos, sino de pliegos. Antes de trabajar, por ejemplo, debía tener a la mano lápices nuevos. Como él mismo dijo: dormía poquito. Por ello, se levantaba a las cuatro de la mañana y ese era el momento de sentarse al piano. Entonces podías oír cómo estaba articulando las canciones, poniéndolas en partituras. Todo, eso sí, lo hacía profesionalmente. Yo lo escuchaba desde mi cuarto”.
-¿De qué canciones fuiste testigo de excepción?
-No te sabría decir. Fueron muchísimas. Pero a mí me las mostraba cuando ya estaban terminadas, aunque después las siguiera puliendo. Ya luego las grababa o se las daba a algún cantante.
-¿A qué artistas importantes conociste entonces?
-Conocí a algunos de niño. José José, Marco Antonio Muñiz… Pero debo decirte que mi papá nunca fue muy social. Era bastante reservado: nunca le gustaron las fiestas, nunca le agradó el trago, jamás se metió en drogas. Tampoco se desvelaba, a no ser que le pagaran. Eso sí le gustaba. Fue de una férrea disciplina. Muy ordenado… Tampoco fue muy amiguero, aunque en todas partes había gente que lo quería.
PROMOTOR DE LA CONVIVENCIA
-Estudiaste Contaduría, pero también eres guitarrista…
-No, si acaso toco guitarra, y solo de cotorreo, meramente de cotorreo. Me hubiera encantado ser músico, pero nunca lo hice.
-¿Por qué no te animaste?
-Probablemente porque mi papá era músico, y además muy famoso. Cuando era niño todo mundo me preguntaba -y odiaba esa pregunta con toda el alma- ¿tú también tocas y compones? Me daban ganas de decirles: tu papá es dentista, ¿tú también sacas muelas? Jamás me agradó ese cuestionamiento. Ya de adulto, con una carrera y un trabajo, me dediqué a otras cosas y no veía a mi papá con la misma frecuencia. Sin embargo, él era un gran promotor de la convivencia con sus hijos, por eso aprovechábamos cualquier oportunidad para encontrarnos. Además, le encantaba organizar viajes familiares. Nos decía: ahora viaje de hijos, ahora viaje de hijos con sus parejas, y ahora viaje de nietos. Dábamos vueltas por el mundo y convivíamos. Hablábamos mucho, siempre me dio consejos y todos válidos. Era un gran personaje, un hombre sabio. Un hombre que asimiló tanto las cosas que hizo bien como las que no hizo bien. Te doy una muestra sobre uno de sus consejos, que dice así: “Dios no castiga el pecado, castiga el escándalo”, ¿ves? Mi papá era divertidísimo, anormalmente brillante en todos los sentidos.
-¿Cuándo se reunieron por última vez?
-Lo vi un viernes, en diciembre, antes de que se fuera a la Ciudad de México; es decir, nos vimos tres días previos a que lo internaran por Covid-19. Ese día, la última vez que lo vi, se inauguró la Casa Manzanero, Paseo 60; no hablamos gran cosa porque estaba ocupado. Pero bueno, quienes tuvimos el privilegio de convivir con él guardamos para nosotros el hecho de querernos, de amarnos y de disfrutarnos.
UNA NOTA DE MENOS
-Viendo todo a distancia ¿cuáles serían hoy tus canciones favoritas de Manzanero?
-Te diría Yo sé que volverás, cuya letra es de Luis Pérez Sabido. Esa canción tiene una de las instrumentaciones más grandiosas que hizo mi papá. Otra es Te extraño, la cual me parece una pieza brillante por todas las razones: el contenido, el mensaje y técnicamente perfecta. Además, con el paso del tiempo, hizo versiones realmente bellas de esa canción con otros artistas. Para mí, una de las cosas más privilegiadas era escuchar a mi papá tocando el piano sin gente alrededor, porque era verdaderamente monstruoso, un genio. No olvides que mi papá vivió siempre entre músicos y música, empezando por mi abuelo, don Santiago Manzanero. Músicos y música…
-Imagino que también lo acompañaste alguna vez a los estudios de grabación.
-Esa era una de las cosas que más me gustaban y eso lo hice desde niño. Fui a un montón de estudios. Recuerdo que en los años setenta lo acompañé a Londres para que grabara en los estudios Abbey Road, de Los Beatles. No me acuerdo demasiado, pero te puedo decir que estaban grabando unas cuerdas para mi papá.
-Hubo un momento de inflexión en la carrera de tu papá; me refiero a la época en la que se grabó “Somos novios” en inglés. ¿Qué sucedió ahí?
-Cuando hicieron la traducción, que en inglés se llama It’s imposible, la canción quedó con una nota menos. El “ble” de “impossible”, no cabe. Todo iba bien ahí, hasta que se volvió famosa en el mercado norteamericano y empezó a generar mucho dinero. Entonces apareció un compositor francés, quien dijo que se parecía a una canción suya. Mi papá se defendió. Las broncas legales duraron años; en algún momento quisieron llegar a un acuerdo, pero no hubo nada. Después de décadas de litigio, mi papá se quedó con los derechos. Reconocieron que Somos novios era de mi papá. Sin embargo, ese montón de dinero en regalías se había ido con los gastos del litigio internacional.
¿Cómo definirías a tu papá?
Un hombre grandioso, generoso, a quien amaré siempre. El hombre que me llevaba al circo y me compraba muchos, muchos sombreros.