Crónicas urbanas: Dejan el 'chemo' por las aulas

El programa de Enlace de Atención a Población de Calle en el DF ayuda a los chicos que antes eran invisibles a que se integren en la sociedad.

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Más de mil personas en situación de calle de diferentes edades y sexos se encuentran en la delegación Cuauhtémoc del Distrito Federal. (Archivo/SIPSE)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO, D.F.- Hay de todas las edades. Están en 90 sitios, donde cohabitan, defecan y se bañan. La mayoría consume drogas. Su número, según cálculos oficiales, llega a poco más de 4 mil. Madres adolescentes, que amamantan a sus hijos, andan entre ellos. También están los que hicieron un alto y decidieron estudiar, sin dejar la calle, por ahora, a la que fueron arrojados debido a la violencia intrafamiliar.

Una de las estudiantes, Alma Gabriela, de 33 años, nació en Nicolás Romero, Estado de México, pero a los 14 fue llevada por su madre a un albergue del Distrito Federal, cerca de la estación Hidalgo del Metro; de ahí se fue al refugio Casa de Mujeres, por la zona de La Raza. Sus tres hijos son cuidados por su madre. Vive de recolectar y vender botellas en Buenavista.

Alma Gabriela, de baja estatura y piel morena, consumió drogas desde la adolescencia, pero hace dos años la dejó y se propuso terminar la enseñanza primaria gracias al programa que realiza Enlace de Atención a Población en Situación de Calle, de la delegación Cuauhtémoc, y ahora estudia la secundaria.

“Es difícil dejar la droga, pero queriendo, con el tiempo, sí se puede”, admite con voz lenta.

—¿Con qué te drogabas?

—Agarré el solvente, la piedra, la marihuana. Me drogué mucho. Pero a lo que más le metí fue al solvente. Era lo que estaba más a mi alcance. Lo otro era más difícil.

—¿A qué edad?

—A los 16, 17 me drogaba.

—¿Cuánto tiempo?

—Diez, 12 años.

—¿Y ya no vas a volver?

—No, ya no.

—Dejas la droga y decides terminar la primaria.

—Sí, ya me dieron mi certificado; ahorita estoy en la secundaria. Y de ahí a conseguir trabajo, un trabajo estable, porque ya con estudios es más fácil conseguir trabajo.

—¿Qué te dio por dejar la droga y estudiar?

—Porque aquí en esta área —cerca de Buenavista— vi a muchos que fallecieron por tomar drogas, muchos están encerrados por la droga, y yo me dije a mí misma, pues yo no quiero terminar así. La droga me estaba haciendo mucho daño. Por la droga ya no veo bien. Necesito lentes. Por las drogas perdí muchas cosas, empezando por mis hijos. Al papá de mi hija lo mataron. Yo veía cómo andaban los demás chavos. Y decidí estudiar,  porque dije: “no me falta mucho para acabar la primaria, y si ya acabé la primaria,  puedo acabar la secundaria”.

—¿Y cómo veías a los demás chavos?

—No me hacían caso y yo veía cómo morían.

—¿Y cómo morían?

—Empezaban a enflacar. El solvente sirve para quitar el apetito.

—¿Y tu familia?

—No sabía dónde estaba yo.

—¿Y tu actual pareja?

—También tomaba mucho. También ya dejó todo. Es técnico electricista. Él es más grande que yo. Me lleva 17 años. Es de Sinaloa, pero lleva toda su vida aquí.

***

El programa de Enlace de Atención a Población de Calle, comenta su director,  Martín Pérez Montañés, consiste en “ayudar a los chicos que antes eran invisibles y ahora los estamos haciendo visibles, a tratar de que se integren en la sociedad”. Dice que tienen un convenio con el Instituto Nacional para la Educación de los Adultos.

 “El programa seguirá hasta que los chicos terminen su secundaria y podamos meterlos en alguna prepa abierta”, añade Pérez Montañés.

—¿Es único este programa?

—Es el primer programa que existe con este tipo de grupos vulnerables.

—¿Cuántas personas hay en situación de calle, como le llaman ustedes, en la delegación Cuauhtémoc?

—Tenemos un censo de mil 38 personas, de diferentes edades y de diferentes sexos; tenemos niños desde un año hasta personas de 70, 80 años.

—¿Hasta dónde piensan llegar con este programa?

—Queremos sacar a los chicos, reintegrarlos a su familia, pero ya con preparación, tratar de buscar y seguirlos impulsando para que ellos sean alguien dentro de la sociedad.

***

Concepción, ahora de 28 años, salió hace 20 de su casa, en Morelia, Michoacán, pues sufría violencia intrafamiliar. Tenía ocho años cuando llegó a la terminal de autobuses de Observatorio, donde abordó el Metro y descendió en la estación Hidalgo.

En un principio vendió dulces; ahora limpia parabrisas, actividad de la que, dice, “no sacas mucho, pero sale para comer”.

De vez en cuando sale para pagar los 50 pesos del cuarto de huéspedes, pero otras veces tiene que quedarse en la calle.

Y así.

Depende.

Para Concepción, de tez blanca, baja estatura, pelo corto, cachucha bien puesta y mochila a la espalda, su punto preferido de trabajo es el cruce de Reforma e Hidalgo, a pocos pasos de la estación del Metro, donde se reúne con sus camaradas.

—¿Qué tan difícil es obtener dinero?

—Es difícil porque llegas a tener discriminaciones; una de ellas es porque te quedas en la calle y luego piensan que eres ratero o acá; hay personas que sí te dan, pero personas que no, o personas que de plano te ignoran.

—¿Cómo le hiciste para estudiar la primaria?

—Por medio de una casa hogar; para terminar la secundaria, ahorita ya me está ayudando la delegación.  Y también se está viendo la posibilidad de si podemos tener prepa, para los que queremos.

—¿Y algún día piensas dejar la calle?

—Es que te estás metiendo a dos mundos: uno es llevar la vida bien; el otro, es seguir en la calle,  ora sí que… pues en uno queda, ¿no?, y a muchos se nos hace muy difícil, porque, pues por la familia, y no es tan fácil conseguir trabajo por la falta de los estudios, por falta de papeles.

—¿Por eso decidiste terminar la secundaria?

—En primera porque sí quería aprender a leer, a escribir, esas son las cosas básicas; más que nada para tener un documento,  porque en cualquier trabajo que quiera entrar,  pues me van a pedir mis papeles, y normalmente te piden mínimo la secundaria.

—¿Y en cuánto tiempo terminas la secundaria aquí?

—Ora si que como uno le eche ganas, ¿no?

Otro de los problemas a que enfrentan es cuando llueve, dice Concepción, pues el trabajo disminuye.

Y  está a punto de llover.

Alma Gabriela y Concepción forman parte de una generación de 300 personas que, asegura la delegación Cuauhtémoc, desean estudiar y “reintegrarse a la sociedad”; otros, muchos, en todo el DF, mientras tanto, seguirán como sonámbulos, y unos más, de vez en cuando, intoxicados por alguna droga, se tornarán violentos.

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