Crónicas urbanas: El ocaso de las fotos de estudio

Hubo una época en que esos lugares tuvieron un intenso auge, pero muchos han desaparecido; otros resisten los embates y tratan de adaptarse a los nuevos tiempos

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“Aquí me conservo porque tengo una clientela muy añeja. las ventas han bajado por lo digital”, dijo José Efrén Manríquez Islas, de 70 años. (Milenio)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO,D.F.- Una tradición fenece con los estudios fotográficos, donde los novios ya no hacen escala ni antes ni después de ir al templo, ni las madres llevan a sus hijos ni se apersonan adolescentes para evocar sus primeras comuniones ni mucho menos recalan parejas, como en tiempos lejanos, para posar ante las cámaras y pedir que sus rostros aparezcan coloreados; y aunque quisieran, sería imposible, pues ya no existe ese tipo de pinturas.

Todo eso se aleja. Y desaparece.

—¿Tanto?

—Ahora la fotografía es fría, no tiene vida, no hay calidez —comenta un viejo retratista, quien fotografió figuras del espectáculo, que formaron parte de la llamada Época de Oro del Cine Mexicano.

Es verdad que algunos dueños de estudios fotográficos han visto desaparecer la competencia, incluso frente a sus ojos, pues fueron ahorcados por falta de clientela y el alza de rentas, pero resisten y apuestan por los antiguos clientes y la descendencia de éstos, o recomendados, y sobreviven con la producción de fotos para certificados, pasaportes o credenciales.

Y ahí están, con el recuerdo de una floreciente época, en la que algunos se dieron el lujo de competir al tú por tú, debido al cúmulo de clientela que había, y ahora contemplan parte de sus artesanales cámaras, reliquias de museos, reliquias arropadas.

Cambio de clientela

José Efrén Manríquez Islas, de 70 años, trabaja desde los 20; tiene su negocio en el número 145 de avenida Cuauhtémoc, colonia Roma, con escaparates de fotografías de actrices y actores —la mayoría muertos—, como Ernesto Gómez Cruz.

“Aquí me conservo porque tengo una clientela muy añeja, muy antigua”, dice este hombre, en silla de ruedas, quien conoció a Lupita Torrentera, que vivía en la esquina de Doctor Lucio y Martínez del Río, donde la visitaba Pedro Infante.

—¿Qué tipo de clientela tiene ahora?

—Muy antigua. Por eso es que conservo mi negocio, y también clientela nueva que ha llegado. Eso me ha ayudado. En realidad las ventas han bajado por lo digital.

—¿Qué tanto?

—Pues qué será… ¿un 40 por ciento?

— ¿A partir de qué año?

—Pues qué será… a partir del 90, por decirlo así.

—Ya han desaparecido estudios.

—Había una aquí en Álvaro Obregón, que es también de la misma familia que fundó ésta, Corkidi; desapareció la Ralph, que estaba en el parque, en Álvaro Obregón y Cuauhtémoc, y así muchas han desaparecido.

—¿Qué tipo de fotografías le piden?

—Credencial, titulaciones, diplomas, pasaportes, para las escuelas. Es lo que me ha mantenido. Ya no es como antes. Nada queda de la época de oro, que es cuando se utilizaba mucho la fotografía al óleo, terminada a mano. Eso desapareció, porque han descontinuado material, que se prestaba para trabajarlo.

—¿Se coloreaba la fotografía?

—A mano completamente. Era muy bonita. Además, la fotografía de estudio es muy cálida, bonita, puede jugar con las luces, tomar fotos como usted quiera. La digital es muy fría.

Lo escucha con atención su esposa María Elena Navarro Rivera, mientras Manríquez escudriña una vieja cámara fotográfica hecha por los hermanos Espino Barro, de Monterrey, Nuevo León. “Era la cámara de batalla de los estudios”, dice, mientras quita un trapo de encima, “pero lo moderno nos está llegando, ¿verdad?”

—Antes —comenta la señora Navarro Rivera, quien tiene muchas ganas de opinar sobre una época que mira alejarse con nostalgia y desánimo—, antes, le decía,  había muchas bodas, muchos quince años, muchas caritas, se hacían muchas fotos, grupos de familias, los papás, los hijos, los nietos. Se hacían fotos de niñas que salían en un festival. Eso fue hace muchos años. Ahora ya no. Se acabaron las fotos de niños que se vestían el día de Las Mulitas. Como le digo: las caritas todavía siguen, pero ya no como antes.

—¿Venía mucha gente?

—Sí, nosotros en sí teníamos muchos sombreros, cosas así tradicionales para la foto, pero pus ya todo está guardado, ya no se usa. Es triste.

Estudios fotográficos desplazados por la era digital

Y de la vieja Roma, colonia que fue de abolengo, nos trasladamos al Centro de la Ciudad de México, número 72 de Independencia, en Fotos Minuit, donde trabaja Roberto Ibarra, de 70 años, que a los 12 empezó como fotógrafo.

Es el espacio de un hombre de gruesa corbata que acumula recuerdos, mismos que destellan en las paredes de su estudio,  en el que se amontonan instrumentos de trabajo, algunos ya en desuso. 
Una época estancada.

El hombre se disculpa.

—No se preocupe —dice el visitante al fotógrafo que ha trabajado en cuatro lugares, uno de estos sobre la calle de Ayuntamiento, muy cerca de donde originalmente estuvo la XEW, estación de radio que impulsó a cantantes y actores.

—¿Cómo era antes?

—Era otro sistema. Ahora los estudios fotográficos casi han desaparecido debido a la competencia de lo digital y de los fotógrafos ambulantes en escuelas, iglesias, fábricas. Esa es la razón.

En  las vitrinas de la antesala hay un muestrario de las llamadas fotos de ovalito, entre  las que resaltan los deslavados rostros de  Raphael, Cristian Bach, Tongolele, Óscar de León, Raúl Astor y Los Chamo, quienes se fotografiaban para obtener la credencial de la Asociación Nacional de Actores.

Ibarra dice que su mejor época en el negocio de la fotografía fue la colonia La Perla, en el municipio de Neza, a la edad de 25 años, ya que había mucha clientela y menos competencia.

—¿Y aquí, con los artistas?

—Pues sí, sí caía algo de trabajo, pero después hubo el problema de que las rentas eran muy caras y los ingresos insuficientes para pagar los gastos.

—¿Y ahora qué va a pasar?

—Tenemos que esperar épocas mejores; todavía el año pasado, en estas fechas, ya había bastante trabajo, porque empiezan las inscripciones, como antes, cuando había un poco más de movimiento fotográficos para sacar los certificados.

Roberto Ibarra se acomoda los lentes y se aproxima hacia el aparato para retocar una película, mientras acciona una secadora de pelo, a la que enjareta una pequeña armazón y coloca el negativo.

El visitante queda pasmado cuando  descubre una gigantesca fotografía con la figura de la espigada actriz Meche Carreño, de baby doll blanco, quien simula despojarse de la blusa y descubre parte de sus senos, al mismo tiempo que echa la cabeza hacia atrás y la cabellera cae sobre su breve cintura.

El fotógrafo dice que él conocía a la familia de la actriz y modelo veracruzana, famosa por sus vanguardistas bikinis, quien pidió que la fotografiara. Fue en 1965, recuerda, año en que él tenía 18 y ella 20.

—¿Qué sintió?

Sonríe y responde:

—Cosquillitas en el corazón.

Y cierra los ojos.

Sin borrar la sonrisa. 

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