Crónicas Urbanas: Los roqueros viajan en Metro

En muros de la estación Chabacano están plasmadas figuras de Carlos Santana, Tina Turner, Bob Marley, Freddy Mercury y Los Beatles.

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La obra fue realizada por Jorge Luis Flores Manjarrez (Facebook/Metal Female Mexican Voices)
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Humberto Ríos Navarrete/Milenio
MÉXICO, D.F.- Los clásicos contemporáneos del canto urbano amanecían ahí, plasmados en dos murales de 9.60 metros de largo por 2.90 metros de alto, en acrílico sobre madera, divididas sus imágenes en el día y la noche, mientras algunos de sus personajes parecían brotar de la pintura, como Rafael Catana, uno de los impulsores del llamado rock rupestre, quien se abría paso con su lira enfundada y su mata negra.

La obra fue realizada por Jorge Luis Flores Manjarrez, de marzo a julio de este año, y quedó enmarcada por las escaleras, incluida la eléctrica, en el transbordo de la estación Chabacano del Metro, ahora sí que a la altura de la biblioteca del Sistema de Transporte Colectivo; y en el exterior, recordaba Jesús Ruiz Montaño, la calzada de Tlalpan, tan larga como las historias de los músicos que le cantan a la ciudad.

Bien quedaba la presentación en voz de Ruiz Montaño, un veterano de la locución, quien hablaba de la obra Urbanhistorias del rock mexicano, misma que “retrata la avenida más ancha de la ciudad con sus hoteles de paso, sus chicas buenas y sus bares, mientras José Cruz toca su armónica, Alex Lora deambula con su guitarra y Jorge Reyes despliega sus alas de alebrije celoso del vuelo angelical de Rita Guerrero”.

Ahí, muchos creyeron ver a Alex Lora y tuvieron la esperanza de que apreciera con su grito de batalla

Entre otros músicos, detallaba Ruiz Montaño, locutor de Radio UNAM, están El Haragán, “que sale de la cantina y se acerca a Saúl Hernández, de Caifanes, mientras Roco y El Pato, de La Maldita Vecindad, tripulan un cocodrilo; Rubén Albarrán se asoma desde la vecindad, afuera de la cual Armando Palomas y Rafael Catana se echan un pulque, en tanto que Cecilia Toussaint y Ely Guerra cruzan la calle”. Y no faltan Briseño, ni Jaime López, ni Arturo Meza, ni Arau, ni Bátiz.

“Sigamos por todas las líneas de estos subterráneos y disfrutemos con júbilo de estos vagones naranja por toda esta enorme metrópoli, orgullo de todos los mexicanos, que conocemos como el DF; vamos a unirnos para celebrar este acontecimiento, que es uno más en tu larga e innumerable trayectoria”, remató Ruiz Montaño, en referencia a Flores Manjarrez, pintor y caricaturista, quien hace un año también ilustró Un viaje por el rock and roll en la estación Auditorio, de la Línea 7.

En los muros de esa estación plasmó las figuras de Carlos Santana, de la torneada Tina Turner, de Bob Marley, Freddy Mercury, Michael Jackson, Bono, Bob Dylan, Janis Joplin y Los Beatles, David Bowie, Sting y Keith Richards, entre otros de la misma talla internacional.

Y acá, en este otro espacio del subterráneo —que tiene como espinazo a la Línea 2, Taxqueña-Toreo, con la que años después confluyeron las 8 y 9— los invitados, devotos y curiosos formaban una media luna, algunos de ellos con la esperanza de ver en vivo a otros personajes que aparecen en los murales.

Y fue ahí, en los alrededores de ese sitio, donde algunos creyeron ver la correosa figura de Alex Lora, como por algún momento se comentó, o quizás tuvieron una pizca de esperanza de que apareciera con su fálica lira y su grito de batalla.

Pero no.

—Imagínate…

—Pues… no, ¿verdad?

—Los tumultos.

—No cabrían.

Y ni siquiera imaginar que hiciera su repentina aparición Cecilia Toussaint, ni mucho menos Javier Bátiz, ni Ely Guerra, ni Roco, ni El Pato; sí, en cambio, recalaría Fausto Arrellín, Carlos Arellano, Gerardo Enciso, José Manuel Aguilera y Catana.

Memoria de la otra música

—¿Qué simbolizan estos murales?

Muy atento escuchó la pregunta Rafael Catana, El príncipe de los rupestres, poeta urbano, exalumno del maestro Carlos Illescas, el vate guatemalteco exiliado en México, bohemio, que a finales de los setenta impartía un taller de poesía en la calle Dinamarca, colonia Juárez, donde a veces se aparecía Pita Amor.

—Rescata la memoria de la otra música de la ciudad —dictó Catana—, que no son ni el pop, ni el rock comercial; más bien tiene que ver con la memoria, con el proceso de creatividad chilanga. Confluyen el rock primigenio, el rock con identidad. Del folck rock al rock urbano, del rock de culto al suceso de la crónica urbana, del rock rupestre al heavy metal, hasta la música culta, es el rock de Armando Rosas, y el blues de José Cruz, la guitarra virtuosa de Javier Bátiz, la cavernosa voz de Rafael Catana, la guitarra fina y virtuosa de José Manuel Aguilera, de su súper banda La Barranca.

—¿Y el rupestre?

—Es un movimiento musical subterráneo, un eslabón perdido entre el rock de los 70 y principios de los 80, una conexión entre la generación de Avándaro, que desapareció por la represión de Luis Echeverría. Este movimiento ya no existe, pero sus integrantes están vigentes y se ha nutrido de nuevas generaciones; hace una crónica de los tiempos que corren. Es cercano al rock folck.

De pronto alguien pidió a Fausto Arrellín que se echara un palomazo, e interpretó una rola de los 80, como la identificó Catana, quien comentó a MILENIO:

—La mayoría de la gente que está en el mural no vive de la nostalgia; somos músicos que estamos vigentes. Esperemos que para el gran terremoto de 2016 —bromeó— quede vivo el mural.

En eso estaban, ya terminada la inauguración del mural, cuando apareció Armando Palomas, de cachucha, quien bajó las escaleras y le gritó a Catana:

—¡Papito, papito, quién te quiere, cabrón!

Y con un abrazo sellaron el encuentro estos roqueros —Catana, Fausto y Palomas, y luego se les uniría Enciso—, todos como grandes camaradas ese día, viernes, cuando recibieron el homenaje, sin alardeos, pero sí agradecidos con la distinción.

Rastros subterráneos

Los usuarios miraban hacia abajo y volteaban hacia los murales. Trataban de identificar las figuras del rock mexicano, como aquel que fue coloreado en el extremo izquierdo, el de sombrero texano, el inconfundible juglar de Tex Tex.

Y habrá que seguir los rastros subterráneos del rock, y volver con dirección a Indios Verdes, y descender en Balderas, donde hace años fue moldeada la figura de Rockdrigo, autor de la rola que lleva el nombre de esa estación.

—La obra de Rockdrigo —definió Catana, que hoy canta en el Museo del Chopo— debe pasar al dominio popular para que sea valorada masivamente por las nuevas generaciones, y creo importante hacer notar que el compositor, oriundo de Tampico, Tamaulipas, es el que mejor ha cantado a la gran Ciudad de México. Ese es el mejor homenaje.

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