El Papa une a México y EU en oración por los migrantes
Más de 300 mil personas aguantaron 10 horas de temperaturas que fueron del frío de 5 grados al calor de 24 para ver al Pontífice en Ciudad Juárez.
Joaquín Fuentes/Milenio
CIUDAD JUÁREZ, Chihuahua.- En Juárez, la mañana llegó horas antes que la luz. A las tres de la madrugada las fuerzas federales iniciaron el operativo de seguridad en torno al jefe del Estado vaticano, Jorge Bergoglio, el Papa Francisco.
Y también comenzaron las movilizaciones familiares. Eduardo Calvo, quien hoy es chofer en un hotel del centro, decidió (con permiso previo de sus supervisores) meter a sus tres hijas, esposa, suegra y suegro, con tres cuñadas y yernos, a la unidad de trabajo durante seis horas para que ahí descansaran y en punto de las 4:00 iniciar su migración a El Punto.
Consiguió boletos gracias a que la conocida de un conocido no pudo asistir al evento debido al fallecimiento de su esposo, por lo que los lugares quedaron vacantes.
Decidieron que él sería el elegido, pues hace tres años fue uno de los miles de juarenses que debieron huir hacia El Paso, Texas, por la inseguridad. Entonces tenía su propia empresa de renta de autos y fue extorsionado, mataron a dos de sus trabajadores y lo amenazaron con ejecutarlo a él y su familia. ¡Vaya filtro!
Caminó feliz por dos horas hasta el parque de El Chamizal, entró apenas había luz, con dos bolsas de mandado donde cargaron burritos y bolsas plásticas con agua. “Quiero olvidar todo lo que vivimos y creer que esta ciudad no está vencida, tengo fe”, dijo.
Fe que comparte con las más de 300 mil almas que, acomodadas sin comodidad a un costado del río grande, aguantaron al menos 10 horas de temperaturas que fueron del frío de cinco grados al calor de 24.
Del otro lado del río y pegados a la malla que separa ambas naciones, la Patrulla Fronteriza vigilaba los movimientos en El Punto. Dos helicópteros, sobrevuelos de drones, francotiradores y agentes federales mantuvieron el cerco de 10 millas alrededor de la zona por donde cruzaron los migrantes y fieles al lado mexicano. Un operativo equiparable al que se implementa en las giras de los presidentes estadounidenses.
9:55 am. El dreamliner 787-8 que un par de horas antes despegó en la Ciudad de México levantó la arena del desierto juarense al tocar tierra. El líder espiritual de los católicos “trae, sin saberlo, la respuesta que estábamos buscando”. Lo afirma tajante a su nieta, Benita, octogenaria que desayuna en un local cercano al Cereso número 3, donde se encuentra el padre de la jovencita, que no luce muy contenta por la desmañanada.
Benita sigue visitando a su hijo, quien fue acusado de tener vínculos con el crimen organizado y de asesinato. “No ha sido buen hijo ni buen padre, pero sigue siendo familia”, y hoy quisiera que el papa la escuchara e intercediera para que el alma de su muchacho no se pudra en la cárcel. “Le quedan 30 años de encierro, dicen que mató a varios. Le pagaban por cabezas”, expresó.
A unas calles de ahí, usuarios de la banca se quejaban, pues la orden para todas las sucursales fue abrir pero mantener las puertas cerradas por la falta de elementos de seguridad. Todos estaban con el papa y “no vaya a ser que los asalten”, comentó un descontento cliente.
Frente al templete donde Francisco oficiara la última misa en suelo mexicano, dos enormes pantallas reproducen las imágenes de un grupo de jóvenes cantores que no paran de interpretar estrofas que quisieran fueran aprendidas rápidamente por el público, que está más atento al lugar que ocupan y abanicándose el rostro para amainar el calor.
Cuando ven la transmisión desde el otro lado de la ciudad y escuchan las palabras de crítica del papa, aplauden. Gritan. Se desbordaban cuando aún faltaban horas para que estuviese con ellos.
A las cuatro de la tarde, una ola de gritos que nació en la lejanía comenzó a romper la muralla humana que se contenía en El Punto. Rompieron el cerco. La Policía Federal solo alcanzó a frenarlos metros adelante.
Francisco llegó fresco. Los asistentes no lo estaban tanto. Dos helicópteros de las fuerzas armadas estadunidenses, desde el otro lado del río, seguían el convoy donde Francisco se acercaba a El Punto. Uno más sobre suelo mexicano hacía el mismo recorrido.
Gritos… más cantos. Y gente muy molesta por no poder estar más cerca. Julia llegó del municipio de General Cepeda, Coahuila. Quería hacerse escuchar. Una manta donde se leía que esa zona no era basurero de nadie pendía de las vallas de contención.
“Allá van y quieren hacer un tiradero, no les basta con los cuerpos que tiran onde sea, quiero que el papa nos ayude, interceda por nosotros. Esas y otras son las peticiones que traen los fieles a su líder espiritual.
Frente a ellos, Francisco habló sobre migración, la tragedia humana, de ponerles nombre y no verlos como una cifra. Acá entre el tumulto de los que no consiguieron cruzar todos los filtros aun con boleto en mano, el mensaje no importaba tanto como tomar una buena foto, acercarse más, empujar al de al lado.
Dentro, los que han sufrido la desaparición de un familiar, la ejecución de un conocido. La muerte y el dolor cercanos, quedaba la idea de un cambio. De un Juárez distinto. “Pero ya mañana veremos si algo cambia”, dice Ernesto, bebé en brazos, padre de Luciana, esposo de Luisa, a quien una noche en mayo de 2013 interrumpieron el sueño para llevarse a su hermano. Ingeniero del que nunca más supieron nada.
A las 8 de la noche Juárez volvió a la normalidad. Se reabrió la circulación y todos regresaron a sus casas, a sus pueblos y ciudades. El operativo reportó saldo blanco. La oscuridad regresó a esta frontera como cada noche.