'Yo no viví homofobia en los años 80'

Henri Donnadieu fue fundador del legendario antro que se transformó en un centro cultural emblemático de la CdMx en los años 80.

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De acuerdo con Henri Donnadieu, 'El Nueve' fue un bar bastante fuerte para la época. (revistareplicante.com)
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José Luis Martínez/Vianey Fernández/Milenio
CIUDAD DE MÉXICO.- El bar El Nueve cerró el 6 de diciembre de 1989 y desde entonces su leyenda no ha dejado de crecer. De este antro gay, emblema de la vida social y cultural en la Ciudad de México en la década de 1980 por sus propuestas de cine, teatro, música, artes pláticas y el activismo en favor de los derechos de los homosexuales y las lesbianas, habla su creador Henri Donnadieu, el francés que llegó a México en 1976 con su amigo Manolo Fernández huyendo de la justicia colonial de su país, para impulsar ese concepto que fue dejando atrás la idea de un gueto gay para transformarse en un espacio cultural de vanguardia.

¿Qué representó El Nueve en la vida de la Ciudad de México?

El Nueve marcó una época. Con el tiempo me he dado cuenta de que fui muy atrevido al crearlo, porque cuando llegué a México estaban aún muy presentes los sucesos del 68 y el 71 (las matanzas de Tlatelolco y del Jueves de Corpus). Era una época de persecución, con una represión terrible contra los homosexuales.

Llegué a México en 1976 con un amigo del jet set, Manolo Fernández, quien tenía un local cerrado que durante dos o tres años había sido restaurante. Se llamaba Le Neuf —El Nueve, en francés—. Tiempo después, una noche que salimos a cenar, nos encontramos con Óscar Calatayud, iba con Guillermo Ocaña, conocido como Camelia. 

Esa noche, los cuatro decidimos hacer una disco gay: El Nueve. La idea era algo natural. Nací en 1943 en un pueblo del sur Francia cercano a Cannes. Viví la revolución sexual y nunca me preocupó ser o no gay. Para mí todo era normal y pensé que aquí era igual.

¿Y no fue así?

Después de tantos años me doy cuenta de que fue muy atrevido crear El Nueve; sin embargo, tuvimos la suerte de hacerlo. Con frecuencia las autoridades, por cualquier cosa, nos clausuraban, pero siempre reabríamos.

El Nueve fue un bar bastante fuerte para la época. No éramos palomitas blancas. En ese tiempo llegó la cocaína a México y vi cómo llegó a todo el público. Fue en el 85, poco antes del Mundial de Futbol. De repente apareció y se instaló en todas partes. Recuerdo que a El Nueve no llegaban las famosas grapas, sino bolsas. Era una cocaína muy pura, no hacía tanto daño; era la droga de la gente rica, pero de un momento a otro comenzó a ser consumida por todos. Recuerdo bien ese momento.

En una ocasión dijiste que El Nueve abrió como un gueto y que los guetos han vuelto treinta y tantos años después.

Sí, completamente. Te repito, yo nací en el 43 y viví la posguerra, viví muchas carencias económicas y alimentarias, crecí marcado por las historias del gueto, algo terrible, algo de lo peor que ha pasado en la historia de la humanidad. Te preguntas cómo el hombre puede llegar hasta esos niveles de crueldad, de barbarie. Por eso, desde niño, no me gustan los guetos. Y en su primera época El Nueve era un gueto, el lugar exclusivo para los gays de clóset. Teníamos éxito, pero había algo que no me gustaba.

Llegué a México huyendo del colonialismo francés. En Nueva Caledonia, donde vivía, dejé millones de dólares, pero mi libertad valía más que cualquier cantidad de dinero. Cuando abrimos la primera época de El Nueve, ¿qué veía?: personas que antes de entrar miraban hacia todos lados para que nadie las viera y salían de la misma manera; eso me fastidiaba.

Sin embargo, El Nueve fue un éxitodesde el principio.

Tuvimos tanto éxito que abrimos una sucursal en Acapulco en 1978, que fue clausurada en 1979 en medio de un escándalo y acabó materialmente con mi socio, Manolo Fernández, quien me tendió la mano cuando llegué a México. 

Manolo estuvo preso poco más de un año en la cárcel de Acapulco; cuando salió ya no fue el mismo, nunca regresó a trabajar, el sistema lo había destruido. 

Todas las acusaciones que le hicieron por El Nueve de Acapulco (donde supuestamente se distribuían drogas) eran falsas. Fue algo fabricado para quebrar al socio que teníamos en Acapulco.

Me quedé solo, y fue cuando El Nueve cambió de faceta. Comencé a abrirlo a todo el mundo. ¿Cómo?, a través de la cultura. Siempre he tenido buena estrella y mi buena estrella fue conocer a dos seres extraordinarios: Rogelio Villarreal y Mongo (Ramón Sánchez Lira). Me apoyaron para hacer del Nueve algo más que solo un antro gay. 

Empezó a llegar gente a través de La regla rota y La pus moderna, las revistas creadas por Rogelio y Mongo, entre ellos intelectuales que hoy pesan muchísimo.

Llegaron, se sintieron cómodos, se sintieron libres, todo eso gracias al encuentro que tuvimos Rogelio, Mongo y yo. Fue un poco loco, pero siempre he pensado que sin un poco de locura no se hace nada en la vida. Por eso me encanta estar en México, un país muy loco.

¿Piensa que el tiempo ha acrecentado la leyenda de El Nueve?

Sí, y con razón, porque después de El Nueve no ha habido nada igual: una mezcla que funcionaba. Nunca más pasó este fenómeno de simbiosis y de apertura, de respeto general. Todo el mundo respetaba a todo el mundo, ya no importaba la clase social, ya no importaba la conducta sexual, no importaba el sexo. Era una mezcla que funcionaba y funcionaba bien.

Y además había buena música.

El nivel de la música fue determinante en nuestro éxito. El Nueve fue un lugar pionero en la música de los años 80, a nivel de rock en español, de un movimiento musical que después llegó a todas partes. 

El Nueve abrió el camino a los grupos de rock mexicano como Las insólitas imágenes de Aurora, que después fue Caifanes. 

El primer disco de La Maldita Vecindad está dedicado a El Nueve. Ahí tocaron también Café Tacuba, Ritmo Peligroso, Santa Sabina, Size… 

El primer grupo que presentamos fue Casino Shangai, con Charlie (Carlos Robledo), Walter (Schmitd), Humberto (Álvarez) y Ulalume (Zavala). Ula creció en El Nueve, estuvo ahí desde que era corista de Size.

Después de Casino Shangai me di cuenta del potencial que podía tener esta apertura para los jóvenes que no tenían un lugar donde expresarse. Y con Mongo, quien después se encargó de buscar a las bandas que presentaríamos, iniciamos los famosos jueves de El Nueve, con un grupo distinto cada semana. El Nueve fue, además, el primer sitio en el que tocaron chavos banda de Santa Fe, de Observatorio. Si los veías en la calle te espantabas, pero eran unos músicos extraordinarios.

El Nueve innovó en muchos sentidos, fue el primer lugar donde se bailó slam. Yo disfrutaba todo esto, en especial porque estaba rodeado de personas extraordinarias como Rogelio y Mongo, de los actores de la Kitsch Company, la compañía teatral de El Nueve

Eran travestis, pero no como los que actuaban en las discos gay de la época, imitando a cantantes de moda, sino que hacían sátiras de lo que sucedía en el país. 

La Kitsch Company se presentaba los miércoles. Yo escribía los libretos y Mongo hacía la escenografía. Tenemos unos videos extraordinarios de esas representaciones. Hicimos cosas muy interesantes, la verdad.

¿Qué significa para ti esa década, con la aparición del sida, con el temblor del 85?

Fue una década muy fuerte. Primero de éxito, pero también muy dura. Se puede oír muy raro, pero uno de los momentos más bellos de mi vida fue participar como voluntario desde el mismo día del temblor de 85. 

Me reporté la tarde del 19 de septiembre en la Cruz Roja. Formamos un grupo, dirigido por un joven seminarista, y nos tocó ir al Hospital Juárez, en el Centro. A los dos días, con mi grupo de Médicos Sin Fronteras francés —llamado Juana de Arco—, nos designaron al Centro Médico, donde no nos dejaron trabajar. 

Estuvimos en Tlatelolco, en el edificio Nuevo León, donde rescatamos a una persona. Pero ¿por qué digo que fue de los días más bellos de mi vida? Porque vi cómo un pueblo reaccionó, cómo un pueblo ayudó sus semejantes; vi cómo, ante una autoridad ausente, la juventud dirigía el tránsito, las amas de casa repartían tortas y agua fresca a los voluntarios. Hubo una entrega, una solidaridad que, dentro de la tragedia, me dio algo bonito en el corazón.

¿Y el Sida?

Fue también una experiencia atroz. Viví la tragedia del Sida en carne propia, dos veces: la primera en Nueva York y la segunda en México. En Nueva York, Manolo y yo veíamos a Andy Warhol, que iba a ser el padrino de nuestra discoteca Metal, en la Zona Rosa. 

De pronto, vi cómo mi directorio telefónico de esa ciudad se comenzó a llenar de cruces, de muertos por el Sida. Hablo del 87, 88. Poco después, mi directorio de la Ciudad de México estaba igual, lleno de cruces por tantos muertos de Sida.

Y como dueño de El Nueve, que era el centro del mundo gay, la epidemia me tocó más fuerte que a cualquiera. De hecho, mi pareja y la gente cercana, me decía: “¿Para qué vas al hospital?”, porque yo visitaba a los enfermos. 

“Hay que acompañar a los amigos hasta el final”, les respondía. 

La epidemia fue una hecatombe. La vida te da una familia y yo tenía a quienes consideraba mis hijos, y se me fueron todos, no me quedó ninguno, todos murieron.

¿Qué puedes decirnos de la apertura de esos años?

No sé si fue generalizada. Te puedo decir que a partir de la aparición del Sida hubo un rechazo a los homosexuales. La apertura que se dio en El Nueve la viví puertas adentro, con mi círculo. No sé si se dio en toda la sociedad, pero lo que veo ahora que es que hay de nuevo una homofobia terrible. Yo no viví homofobia en los años 80.

¿Por qué regresó la homofobia?

Porque cada uno regresó a su gueto. Los guetos encierran a la gente y la gente que se encierra se va deformando, no crece, no florece. Está en un círculo sin oxígeno. 

Tenemos que retroalimentarnos de todo y de todos, no nada más de la gente que piensa o es como nosotros, eso me parece una barbaridad. Se han obtenido muchas conquistas, como el matrimonio gay en la Ciudad de México y otras ciudades del país —a mí la palabra matrimonio no me gusta, preferiría un contrato o alguna otra cosa que legalizara las uniones entre personas del mismo sexo, porque el matrimonio es un sacramento de la Iglesia católica y cada quien tiene su propia iglesia—. 

La adopción de niños me parece algo maravilloso, porque una pareja de homosexuales o lesbianas tiene los mismos derechos que una pareja heterosexual, aunque a veces esto no se refleja en la vida cotidiana y en algunos grupos hay una cerrazón terrible.

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