Malinche: entre lo sabido y lo imaginado
Malintzin, Marina, Malinche. Tres nombres para una misma mujer que se convirtió en la primera indígena de Mesoamérica protagonista de su propia historia.
Izaskun Álvarez Cuartero, Universidad de Salamanca
Malintzin, Marina, Malinche. Tres nombres para una misma mujer que se convirtió en la primera indígena de Mesoamérica protagonista de su propia historia. Poco sabemos de ella porque las fuentes documentales de las que disponemos para reconstruir su vida son escasas y repetitivas y el autor que más información podría habernos proporcionado, Hernán Cortés, apenas la menciona en sus escritos. Pasó de esclava a intérprete del extremeño, que utilizó su don de lenguas para negociar y aliarse con los enemigos de Moctezuma con la intención de conquistar el imperio azteca.
Hemos llenado cientos de páginas mitificando a Malintzin, imaginando sus palabras o sentimientos, pero la realidad es que desconocemos sus funciones precisas al lado de Cortés, su quehacer cotidiano, aparte de su oficio de faraute. No son pocos los cronistas de Indias o los documentos de origen indígena que le dedican algunas líneas, pero además son decenas los que han relatado y retratado su existencia, entre biografías, novelas, ensayos, documentales, pinturas, óperas o musicales.
Los orígenes de Malinche
Su origen es incierto: sabemos que nació hacia 1500 en Coatzacoalcos, población cercana a Veracruz. Tal vez pertenecía a una familia noble local: sus padres eran descendientes de caciques, pero su madre enviudó y se unió a otro hombre con el que tuvo un hijo, tras lo cual Malintzin fue entregada en servidumbre. Sin embargo, habría que desconfiar de esta versión tan repetida, porque las mujeres de un linaje distinguido podían disfrutar de otros destinos, por lo que es posible sospechar que la historia de la joven noble convertida en esclava podría haber sido urdida por los cronistas para ennoblecer la figura de la sierva de Cortés.
Su encuentro con los españoles se produce en marzo de 1519: los indígenas maya chontales (Tabasco), derrotados en la batalla de Centla, regalaron a Hernán Cortés, además de piedras preciosas, joyas o plumas exóticas, varias jóvenes, entre las que se encontraba Malintzin. Así lo recogen cronistas como Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.
Además de aprender castilla (español), Malinche hablaba náhuatl como lengua materna, maya chontal y maya yucateco, incluso podía saber popoluca, hablado en Oluta, lenguas que podría haber aprendido en su niñez y por sus estancias en servidumbre o porque el náhuatl funcionaba como lengua general y era habitual que la aprendiesen los tributarios de la Triple Alianza.
A Cortés lo acompañaron en un principio como intérpretes los mayas Melchorejo y Juliancillo, que no eran muy hábiles y no dominaban el maya chontal. En cambio, Malinche era políglota. Esta condición le hizo posible entenderse en maya yucateco con fray Jerónimo de Aguilar, hasta que fue dominando el español e interpretando los parlamentos directamente del náhuatl.
La fiabilidad de las traducciones de Malinche es una incógnita. En particular, aquellas que estaban relacionadas con conceptos complejos sobre el gobierno de ambos estados o de las teologías nahua y cristiana o su capacidad para traducir lo que los tlacuilos leían en los amoxtli, los libros sagrados, los códices, tarea que se hace más difícil con la presencia de un agente intermedio como Aguilar.
Bernal facilita un dato muy interesante: Aguilar, hasta su fallecimiento, acompañaba a Malinche en las entrevistas, junto con Orteguilla, paje de Cortés. No por ello deja de ser verosímil esa capacidad interpretativa de Malinche que los cronistas repiten hasta la saciedad. La llegada a Tenochtitlan incorporó a esta reunión de traductores un especialista más, porque Moctezuma iba acompañado del tlacoch cal catl, su segundo, un general que le ayudaba en las entrevistas con los extranjeros.
El bautismo de Malinalli Tenepal
El paso de Malintzin a Marina se produce con el bautismo, un rito de cristianización al que se sometía a los individuos conquistados. El sacramento diluía al ser original de un zarpazo, siendo el primer ejercicio del acto colonial que se practicaba con los naturales. Pasados los años, Malinche recibiría el tratamiento de doña, título que dota a su figura del respeto habitual en la sociedad española.
A pesar de eso, el nombre de Malintzin pervive junto al de Marina. El sufijo «tzin» era la forma honorífica de dirigirse a la persona a la que se reverenciaba. Su evolución a Malinche surge de la dificultad de los españoles para pronunciar el grupo «tz», que convirtieron en una «ch». Sin embargo, el nombre que le pusieron sus padres fue el de Malinalli Tenepal (la que habla con locuacidad).
Cortés reparte las mujeres entre sus hombres y ella es entregada a Alonso Hernández de Portocarrero. Malintzin, entonces, solo es un cuerpo de mujer en el momento del contacto. Al igual que sucedió con el resto de las esclavas, no sabremos hasta qué punto estas mujeres fueron un juguete sexual del campamento del extremeño.
Portocarrero era de plena confianza y falleció en prisión alrededor de 1521 defendiendo los intereses de su capitán. Probablemente esta deuda llevó a Cortés a proteger a la mujer de su amigo. Hacerse cargo de una indígena en el siglo XVI suponía tener relaciones sexuales con ella, fueran o no consentidas. Cortés utilizó a Malintzin como comunicadora y como objeto de placer. De ahí a decir que hubo amor, llamarla amante o compañera hay una larga distancia.
De esta unión nació su hijo Martín, llamado como su abuelo, Martín Cortés de Monroy, y como su hermano menor, Martín Cortés de Arellano, en 1522. Es extraño que Malintzin no tuviera más hijos –no olvidemos que compartió con Cortés techo en Coyoacán una larga temporada–. Se casó con Juan Jaramillo, otro de los fieles de Cortés, a quien le había favorecido con una rica encomienda en Cholula, en 1524. Con él tuvo una hija, María. Cortés consiguió que el hijo de Malinche fuera legitimado por el papa Clemente VII en 1529. Dos años antes, en 1527, Malinche fallecía de una epidemia de viruela, o matlazahuatl, o quizá de sarampión, o cololitlzi.
Conclusión
Siglos después la figura de Malinche se convertiría en un mito y un símbolo. Mito que es fruto del romanticismo y de la búsqueda de referentes nacionales que emprendieron intelectuales y políticos, referentes del imaginario colectivo mexicano necesarios para construir una nación tras la independencia. Al fin y el cabo el orgullo nacional se hace a partir de la memoria del pasado y se corre el peligro de instrumentalizar la historia, de manipularla.
También es Malinche un símbolo del nuevo sujeto que surge tras la conquista: la mujer conquistada y colonizada, el «símbolo de la entrega», como dijo Octavio Paz, «que representa a las indias, fascinadas, violadas o seducidas por los españoles». De ahí que el poeta llamara a los mexicanos «los hijos de la Malinche».
Izaskun Álvarez Cuartero, Profesora titular de Historia de América, Universidad de Salamanca
Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.