Máynez: “Soy un hombre orgulloso de su historia”

Se filtra foto de Máynez acompañando a AMLO en campaña política.

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Máynez: “Soy un hombre orgulloso de su historia”. (X/Máynez)
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Tras la filtración de una foto en la que aparece junto al presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, el candidato de MC para presidencia Jorge Álvarez Máynez, emitió un comunicado en el que aclara el contexto de la imagen.

 En su cuenta de X (Antes Twitter) Máynez afirmó que se trató de un encuentro casual en un evento público al que asistieron por compartir ideales políticos.

 “La desesperación del PRI y el PAN por su caída en las preferencias y nuestro ascenso los lleva a querer desprestigiarme con esta foto, en la que están el actual presidente y el próximo.

 Es una foto de hace más de 20 años, en la que acompañé a AMLO a un acto político en Guerrero. Lo acompañé muchas veces. Sobre todo en esa época y sobre todo en la lucha contra el desafuero, que significó una defensa de la democracia.

 Siempre coincidí con él en muchas causas, y en algunas lo sigo haciendo: como el incremento al salario y los programas sociales para los excluidos”.

 Al pie del texto el aspirante a la presidencia de México compartió un texto personal:

 “Desde hace 11 años, sin embargo, decidí apostar por construir una alternativa de futuro distinta a la que él representa. Hace 5 años lo escribí en un texto que hice público y les comparto:”

Foto de hace 20 años, en la que se observa al actual mandatario de México AMLO y un joven Máynez.

Máynez: Es un honor ser su oposición

Cualquiera que lo haya experimentado sabe que el obradorismo es una experiencia sui generis. Una experiencia, diría yo, mística.

Las decenas de veces que acudí, desde mi natal Zacatecas, a marchas multitudinarias de Andrés Manuel López Obrador (la mayoría de ellas en el Zócalo), sentía cosas distintas a las de otros eventos políticos.

Su ritmo, sus pausas y su capacidad para conectarse con multitudes hacen de López Obrador un político particularmente seductor.

Sus palabras parecen darle un sentido histórico a la lucha política de la que uno forma parte. Y cómo no, si es eso lo que hizo hegemónico al nacionalismo revolucionario: nos contó un relato heroico de pertenencia que López Obrador reivindica, denunciando la traición de quienes abandonaron el camino.

Si a eso le agregamos que López Obrador es un maestro del simbolismo, que eligió batallas históricas como el Fobaproa y que lleva años recorriendo un país en el que los políticos viajan en suburban y con chófer (o en aeronaves privadas), podemos entender por qué su personaje adquirió una dimensión que le permitió resistir diferentes adversidades y llegar, finalmente, a la Presidencia de la República.

Y entonces, ¿Qué fue lo que me llevó de marchar gritando “es un honor estar con Obrador” a convocar hoy a un movimiento de oposición a su gobierno?

Yo diría que son, en términos generales, dos grandes cosas: reafirmar lo que nunca me gustó de él e identificar que varias de las cosas que me habían cautivado de su personaje se quedaron en el camino.

Lo que nunca me gustó de él fue, precisamente, su reivindicación acrítica del nacionalismo revolucionario, que no es otra cosa que la hegemonía cultural que gobernó México durante el Siglo XX.

Desde la primera vez que le escuché a López Obrador que el desastre de México “inició con el neoliberalismo que trajo Miguel de la Madrid en 1982”, regresé a casa a investigar cómo era México antes de 1982. ¿Era menos desigual? ¿Había menos pobreza? ¿Tuvimos libertades o derechos que después fueron cancelados?

Mi búsqueda me hizo desconfiar profundamente de la visión de Andrés Manuel. No encontré ninguna razón para identificarme con los políticos que gobernaron a México en esa época: ni con Gustavo Díaz Ordaz, ni con Luis Echeverría ni con José López Portillo. ¿Por qué su insistencia de reivindicar ese periodo?

La segunda cosa que nunca me gustó de él fue su desprecio por causas que él considera secundarias y que le suele encargar a personas que, aunque forman parte de su movimiento, él no respeta. Esas causas son, irremediablemente, ampliación de derechos y libertades para grupos excluidos: aborto, matrimonio igualitario, uso recreativo de la mariguana, igualdad de género y respeto al medio ambiente, entre otras.

Durante algún tiempo creí, como muchos, que esas causas en realidad eran demandas sofisticadas que no podían ser el eje central de nuestro discurso. “Primero hay que ganar el poder y después transformarlo”, es un argumento que continuamente se repite para justificar que esa agenda se posponga.

Pero después descubrí la interseccionalidad. Entendí que todas esas causas terminan afectando a los grupos que históricamente han sufrido las consecuencias de la exclusión. Entendí que penalizar el aborto es penalizar la pobreza y el género; que penalizar el consumo de mariguana termina por criminalizar a los jóvenes y a los pobres.

La tercera cosa que nunca me gustó de López Obrador está también vinculada al nacionalismo revolucionario. Es su aldeanismo.

Fue Séneca quien escribió que “nadie ama a su patria porque es grande, sino porque es suya”. Y yo escuché cientos de veces a López Obrador presumir que nunca había viajado fuera del país (lo ha hecho recientemente).

Habrá quien sostenga que el aldeanismo no es un gran defecto. Podría no serlo, claro está, si no se tratara de un hombre que aspira a gobernar un país de 130 millones de personas.

Y es que su aldeanismo es la explicación de otros grandes defectos de Andrés Manuel, como sus ocurrencias (sigue pensando en trenes y refinerías) o las serias limitaciones de su equipo cercano (César Yáñez, Alejandro Esquer, Gabriel García y sus propios hijos mayores de edad).

Ahora bien, he dicho que estas tres cosas no me hicieron romper con él. Y aunque hayan ido cobrando mayor relevancia con el tiempo, reconozco que lo apoyé pese a identificarlas.

Entonces, ¿Qué fue lo que me hizo desplazarme hacia la abierta oposición a López Obrador?

Su extravío moral.

Andrés Manuel sintetiza su supuesta superioridad moral en una frase: “no robar, no mentir y no traicionar al pueblo”.

Sin embargo, tras el descalabro electoral de 2006, López Obrador inició un camino sin retorno y rompió la promesa que nos hizo cientos de veces desde el templete: “no vamos a dejar trozos de dignidad en el camino”.

Tal vez el ejemplo más grotesco disponible sea el de los sismos de 2017. Como fue documentado por el INE, Andrés Manuel y Morena mintieron (no donaron el 50% de su prerrogativa), robaron (crearon un fideicomiso y depositaron los recursos en cuentas privadas de dirigentes de Morena) y traicionaron al pueblo (lucraron con los sismos).

Pero el caso de ese fideicomiso no es el único ejemplo del extravío de López Obrador: está la campaña de propaganda que ha desatado contra el EZLN por no aceptar políticas que el zapatismo siempre ha combatido (el extractivismo, la depredación ambiental y la militarización). Eso, mientras recluta ex gobernadores frívolos y perversos (“ambiciosos vulgares” según sus propias palabras), como sus nuevos lugartenientes en el sureste del país.

¿Y qué decir de su alianza con los grandes medios de comunicación a los que cuestionó en otra época? Con TV Azteca y Televisa, a la que recientemente ha calificado como una “empresa ejemplar”, después de cerrar campaña en su estadio y con un evento producido por el consorcio.

¿Qué decir de un presidente que promete separar el poder político del poder económico y nombra como su jefe de gabinete a un multimillonario con severos cuestionamientos por conflicto de interés, cuya fortuna vinculó él mismo al Fobaproa?

Para mí, solo hay una alternativa: construir el futuro.

Uno que sea distinto al mediocre y corrupto pasado que hizo posible, e incluso necesario, el ascenso político de Andrés Manuel.

Pero que sea, al mismo tiempo, diferente a la simulación que representa López Obrador.

Necesitamos decir, con todas sus letras, que la restauración, la mentira y el pasado no son cambio. Que México es mayor de edad. Y que es un honor construir otra nación.

 

Con información de redes sociales y terceravia.mx.

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