Reportaje: Narcosatánicos, una historia de horror que no podemos olvidar

La secta de “Los hijos de Satán” realizaba sacrificios humanos para obtener protección del diablo.

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Tras las investigaciones, autoridades mexicanas y estadounidenses informaron que giraron órdenes de aprehensión contra el norteamericano, de origen cubano, Adolfo de Jesús Constanzo, líder de la secta, y también conocido como "El Padrino''. (Foto: Twitter).
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Guadalajara.- Un retén de la Policía Federal, una camioneta con placas de Texas, una persecución y dos detenidos marcaron el inicio de una de las historias de mayor impacto en el ámbito policial de México.

Matamoros, Tamaulipas. Domingo 9 de abril de 1989. 3:00 horas.

Dos jóvenes a bordo de una camioneta Silverado blanca cruzan a exceso de velocidad un puesto policiaco establecido entre Reynosa y Matamoros, sin detenerse para la revisión, lo que origina que agentes federales se lancen en su búsqueda.

Las fuerzas del orden dan con el automotor en el rancho Santa Elena, localizado a 32 kilómetros del segundo municipio. La camioneta es conducida por David Serna Valdés; lo acompaña Sergio Martínez Salinas. Ambos quedan detenidos después de que policías encontraran restos de mariguana en el vehículo.

Lo que sigue fue algo que conmocionó a todo el país: agentes desenmascararon a una secta de narcotraficantes que desde hacía meses realizaba sacrificios humanos para obtener protección del diablo.

La secta era denominada como "Los Hijos de Satán"; posteriormente se les conoció también como los "Narcosatánicos".

Al ser interrogado por las autoridades, el velador del rancho, Domingo Reyes Bustamante, reveló que los hermanos Helio y Evodio Hernández, hijos del dueño del predio, llevaban al lugar a gente amarrada.

Cuando se le presentó el retrato de Mark Kilroy, un estadounidense de 21 años desaparecido el 14 de marzo en Matamoros, el velador lo reconoció.

Al ampliar las investigaciones, los detenidos confesaron que realizaban en el lugar sacrificios humanos, como parte de un rito diabólico.

Las víctimas fueron sacrificadas en ritos en los que "se invocaba el nombre del Diablo, se quemaban tridentes y se degollaban gallos, tortugas y otros animales''.

"Los matábamos con ritos diabólicos para que esto nos ayudara a escapar de la Policía'', confesó uno de los detenidos.

Tras las confesiones, la Policía giró orden de aprehensión contra otros seis integrantes de la banda, dos de ellos estadounidenses.

De espanto

Los trabajos para recuperar el cuerpo del estadounidense iniciaron el martes 11 de abril de 1989. Tras excavar y encontrar cuatro cadáveres, las autoridades cambiaron las palas por maquinaria.

El quinto cuerpo hallado fue el de Kilroy, el extranjero desaparecido. En total, las autoridades sacaron 13 cadáveres. La mayoría estaban enterrados a dos metros y medio de profundidad.

Según relatos de los asistentes a las excavaciones, el cuerpo de Kilroy tenía un machetazo en la nuca. El cráneo fue abierto para sacar el cerebro y le cortaron la pierna derecha con un serrucho.

Dos de las 12 víctimas mostraban evidencias de haber sido torturadas antes de ser asesinadas, trascendió.

"Una de ellas fue hervida en vida y a otra le cercenaron la cabeza y la castraron'', dijo un testigo.

Los otros fueron asesinados con un machetazo o un disparo en la cabeza. Todos fueron mutilados.

Días después, hallaron otros dos cuerpos en las mismas condiciones en el rancho Santa Librada, ubicado en las cercanías del rancho Santa Elena.

La ceremonia

Durante sus trabajos, las autoridades encontraron en el rancho cabezas de animales, plumas de diversas aves, velas, vasos y calderos, en los cuales el corazón, el cerebro y otras partes de los cuerpos de las víctimas habían sido cocidas y comidas por los propios narcosatánicos.

Oran Neck, funcionario estadounidense que participó en el caso, dijo entonces que los detenidos practicaban algún culto vudú o de "santería''.

Explicó que los cerebros parecían haber sido hervidos en sangre humana y los recipientes estaban llenos de estos órganos. Trascendió que los asesinos creían que con esos ritos podrían hacerse invisibles o ser inmunes a las balas.

En el caso del cuerpo de Kilroy, su columna vertebral fue extraída para utilizarla en la fabricación de collares rituales.

La secta

Tras las investigaciones, autoridades mexicanas y estadounidenses informaron que giraron órdenes de aprehensión contra el norteamericano, de origen cubano, Adolfo de Jesús Constanzo, líder de la secta, y también conocido como "El Padrino''.

Él era el sacerdote supremo que ordenaba las muertes y presidía las misas negras para pedir protección al Diablo.

Constanzo enfrentaba tres órdenes de aprehensión en Estados Unidos por tráfico de cocaína.

Otra de las personas buscadas por las autoridades fue Sara Aldrete, una mujer mexicana, de entre 20 y 22 años, delgada, rubia y establecida en Brownsville, Texas, ciudad colindante con Matamoros.

Uno de los detenidos dijo durante su confesión que los únicos que podían matar eran los sacerdotes de la secta, que eran Constanzo y Helio Hernández.

Helio dijo al respecto que a pedido de "La Madrina'' -como se le conocía a Aldrete- participó en misas negras y que se unió al grupo en 1988.

"Los crímenes eran el 14 de cada mes o antes si iban a pasar algún cargamento fuerte de droga'', reveló.

Tras cateos en varias propiedades de los detenidos, la Policía encontró altares, armas y drogas.

Constanzo

Guapo, atractivo, alto. De ojos verdes, cabello castaño, sonrisa cautivadora, pero sobre todo, un gran orador. Esas son sólo algunas de las características de Adolfo de Jesús Constanzo, conocido como "El Padrino".

De padres cubanos, pero nacido en Miami, Florida, Constanzo tuvo una infancia complicada. Fue bautizado como católico, incluso fue monaguillo. Sin embargo, también fue educado bajo la religión del Palo Mayombe, un rito de santería originario de África que llegó a Cuba en el siglo 19, el cual practicaba su madre.

Desde chico aprendió a robar junto con su madre, por lo que fue arrestado en varias ocasiones por delitos menores. Entre sus fechorías estaba el ingresar a los cementerios para obtener aderezos para el caldero de sus sacerdotes.

Así desarrolló habilidades en el culto, gracias al apoyo de un sacerdote de dicha doctrina, de quien se hizo amigo.

Modelo seductor

A partir de 1980, Constanzo empezó a promover sus servicios como "mayombero" o sacerdote del culto que profesaba.

Tres años más tarde, se trasladó a México para iniciar una carrera como modelo, aunque la combinaba como tarotista, la que finalmente le abrió las puertas al "jetset". Se instaló en la Zona Rosa de la Ciudad de México y gracias a su carisma, caló rápidamente en el ánimo de prostitutas y homosexuales del lugar, además de policías.

Así, comenzó a adentrarse en el gusto de personas con poder en el país. Uno de sus fieles seguidores fue Florentino Ventura, director de la Interpol en México, quien en 1988 se suicidó después de matar a su esposa y una amiga de ésta.

A Constanzo se le relacionó como miembro del Cártel del Golfo, organización para la que traficaba droga a Estados Unidos, principalmente por la frontera entre Matamoros y Brownsville, Texas.

Fue cercano a Juan García Ábrego, ex líder de esa organización dedicada al narcotráfico al norte del país.

Además, se alió con la familia Hernández, miembros de este clan y, según diversos reportes, el grupo logró adentrar a EU una tonelada de mariguana a la semana.

A los Hernández, Constanzo los sedujo con su discurso. Les prometió invisibilidad ante la Policía.

Incluso, realizó trabajos para artistas de la época, quienes presuntamente llegaron a ser bautizados bajo el rito.

Uno de sus más fieles escuderos fue Martín Quintana Rodríguez, a quien conoció al poco tiempo de haber llegado a México.

El joven originario de Monterrey se convirtió en su discípulo, sirviente y su amante. Incluso llegó a ser su chofer. Además de Quintana, también se relacionó con Omar Francisco Orea Ochoa, quien se convirtió, junto con Quintana, en amante de Constanzo. Orea Ochoa falleció en prisión el 12 de febrero de 1990, víctima de sida.

En 1987, ambos conocen en Matamoros a Sara Aldrete, una chica rubia, de muy buen ver, buena estudiante, de una familia de clase media, que de inmediato llamó la atención de Constanzo.

Tanto así que los dos jóvenes la interceptaron en una céntrica avenida de la localidad y el cubano-estadounidense la invitó a salir.

El flechazo fue inmediato. Aldrete -quien después sería conocida como "La Madrina", "La Sacerdotisa" o la "Narcosatánica"- quedó cautivada por Constanzo.

"Ah, sí. Son... cosas de mi religión. Soy brujo", escribió Aldrete en su libro Me dicen la Narco Satánica (DeBolsillo) sobre unos collares que Constanzo llevaba cuando se conocieron, en 1987 en una de las principales avenidas de la Ciudad de Matamoros.

Según la chica, jamás imaginó que ahí iniciaría una de las peores pesadillas de su vida, pues en ese mismo libro, el cual escribió desde el Reclusorio Femenil Oriente, en la Capital del país, asegura que fue secuestrada por "El Padrino" y los miembros de su banda.

A Constanzo también se le atribuyó la muerte de Edgar Paz Esquivel, alias "La Claudia Ivette", cometido el 17 de julio de 1988, a quien presuntamente descuartizaron y luego se deshicieron del cadáver dejándolo repartido en bolsas en diversos sitios.

El ambiente es de tensión en uno de los departamentos de la Calle Río Sena 19.

Varios jóvenes miembros de la secta de los "Narcosatánicos" están en el lugar. Saben que la policía está en su búsqueda.

A miles de kilómetros de distancia, en dos ranchos de Matamoros, Tamaulipas, descubrieron hace menos de un mes los cuerpos de 15 personas sin vida. Estaban sepultados en fosas y habían sido mutilados.

Sus partes se habían utilizado en ritos satánicos en los que se imploraba protección divina para encubrir actividades delictivas. El hallazgo llevó a la captura de por lo menos cuatro integrantes de la secta.

De pronto, desesperación. La chica, Sara Aldrete, conocida como "La Madrina", asegura estar secuestrada e implora por que la dejen ir. El resto del grupo se niega a hacerlo.

Como puede, ella consigue acercarse a una ventana, de la que deja caer un papel implorando auxilio, con la esperanza de quien alguien lo lea y acuda en busca de ayuda.

En cuestión de tiempo, una voz por radio de intercomunicación descontrola al grupo.

Es de la Policía, que ya cerca el lugar.

"Ya nos cayeron, Adolfo". "Ya llegaron", dijo uno de ellos, Martín Quintana.

"Chingada madre, coño, dispárenles", respondió Adolfo, el líder del grupo, conocido como "El Padrino".

La chica recibe instrucciones de salir del lugar. Luego vino el caos: gritos, disparos, explosiones.

Sara consigue escabullirse y llegar hasta una ambulancia. Piensa que por fin está a salvo.

Al menos, eso es lo que relató Aldrete en su libro Me dicen la narcosatánica.

Los agentes con armas largas y en forma atropellada entraban a los departamentos de los edificios aledaños y desde las ventanas buscaban someter a los individuos que intentaban huir por las azoteas y disparaban sin cesar a los detectives.

Durante la refriega, billetes verdes son arrojados. Fueron miles, en fajos.

Una hora después de los primeros disparos seguían accionando sus armas y tanto en la Calle de Río Sena como en Nazas y Tigris, los moradores se refugiaban incluso debajo de los automóviles y detrás de postes y árboles.

La Policía declaró después que los delincuentes habían ejecutado antes a dos jóvenes, al parecer extranjeros, que fueron hallados en un pequeño clóset. En el departamento había miles de dólares quemados o esparcidos en las habitaciones de ese inmueble.

El primer detenido fue Alvaro de León "El Duby'', de pelo rubio, quien al ser interrogado dijo que arriba estaban Adolfo y Sara.

"Me salí porque ellos se querían morir'', dijo.

Supuestamente, un miembro del grupo logró fugarse.

Aldrete, lejos de estar a salvo, iniciaría un nuevo calvario: fue arrestada.

Ella y Constanzo estaban siendo buscados por las autoridades de México y los Estados Unidos. Fueron acusados de secuestro por las autoridades del condado de Cameron, bajo los cargos de haber dirigido sacrificios humanos, mutilaciones y uso de cerebros y otros órganos humanos en rituales diabólicos para lograr protección de fuerzas ocultas para su banda de narcotraficantes.

De acuerdo con los reportes iniciales de los médicos forenses, los dos jóvenes sacrificados, de entre 25 y 30 años, recibieron tiros en el rostro, cuello y tórax y su muerte ocurrió por lo menos cuatro o cinco horas antes del enfrentamiento.

Los delincuentes tenían metralletas y pistolas con las que disparaban a los guardianes.

Después, "El Duby" sería acusado de asesinar a Constanzo y Quintana, en cumplimiento de una orden que recibió.

"Todos piensan que lo maté, pero está vivo, porque yo vi cómo abría los ojos después que le disparé y me entregué a la policía... todos pensaban que estaba muerto, pero él se rió de todos y a todos los ha engañado", contó "El Duby".

Y es que según Álvaro de León, Constanzo enseñó a los miembros de la secta que uno puede ser inmune a la balas, las cuales rebotaban en el cuerpo.

"Ya nadie puede hacerme más daño del que he sufrido".

Con esa frase lapidaria, Sara Aldrete resume lo que ha sido su vida. Se refiere tanto a los años que lleva en prisión -desde mayo de 1989- hasta los últimos días que pasó con Adolfo de Jesús Constanzo, líder de la secta conocida como los "Narcosatánicos".

"Se me relaciona porque me relacioné, me involucré de una manera muy tonta, conocí a Adolfo en Tamaulipas (Matamoros) en una avenida, platiqué con él porque estaba haciendo una investigación de antropología de cultura de religiones; lo conozco, le veo los collares, empezamos una amistad, pero una amistad muy corta", aseguró en una entrevista publicada el 7 de mayo del 2000.

"Cada vez me impactaba más, me gustaba mucho, era un enigma, una atracción muy fuerte, pero no era una atracción sexual ni física, era una atracción espiritual; llevo 11 años en prisión por una amistad de un año y 7 meses".

Aldrete, una mujer alta y rubia, fue juzgada -y condenada primero a una pena de 647 años y 5 meses en prisión, que luego se redujo a 62, pero sólo debe cumplir 50 años como pena máxima- por homicidio calificado, delitos contra la salud en sus modalidades de posesión y transporte de mariguana y cocaína, además asociación delictuosa, acopio de armas de fuego y portación de arma sin licencia.

Por los mismos cargos, Elio Hernández, David Serna, Serafín Hernández y Sergio Martínez recibieron 67 años, luego de fincárseles responsabilidades por los 15 asesinatos y destazamientos rituales practicados por el santero cubano Adolfo de Jesús Constanzo.

Un paso adelante

En la prisión, Aldrete encontró notoriedad entre las internas. Ya no por su pasado al lado de los "Narcosatánicos", sino como amiga, como maestra. Ya en el Reclusorio Femenil de Santa Martha Acatitla, se convirtió en asesora de repujado y realizó diversas actividades culturales y deportivas, además de que participó en obras de teatro y pastorelas.

Obtuvo diversos premios de escritura por parte del Instituto Nacional de Bellas Artes o el Gobierno del -entonces- Distrito Federal.

"Escribo porque la palabra escrita no tiene fronteras, para que sepan que existo, que aún vivo, para convertir cada lágrima en letra y los recuerdos en historia, escribir una palabra hoy es saber que viviré mañana", expresó Aldrete en octubre de 2003.

"Escribir me da pauta a expresar mi dolor, el dolor que se guarda, se traga, porque no se sabe cómo sacarlo, escupirlo, vomitarlo; por no poder hablar, escribir palabras que por circunstancias quizá no sean dulces al oído pero salen del alma. Que poco a poco la han ido sanando, que hacen crecer el espíritu para traspasar los muros, para salir del encierro sin que el guardia del atalaya más alta lo pueda evitar".

Tras las rejas coincidió con personas a las que marcó en su vida, una de ellas Paola Durante, la edecán que estuvo en prisión tras el asesinato del animador de televisión Paco Stanley, pero que ahora es cantante grupera.

"Le estoy muy agradecida a ella (a Sara) por el pasado, por lo que hizo antes", contó Paola.

"Cada año que voy al penal nos ayuda a coordinar a todas las chavas para que puedan montar un tipo camerino, vamos, siempre nos ha tendido la mano".

En prisión, Aldrete adoptó a Durante, con quien entabló una buena amistad y se convirtió en el hombro para llorar.

Aldrete fue transferida en agosto del 2011 al Penal Estatal de Mexicali, Baja California, pese a recomendaciones de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal, pues padecía problemas físicos que le eran tratados en el Centro Médico Nacional Siglo XXI.

 

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