Narco o estudios, opciones para jóvenes de NL

La escuela es un escalón, pero también un refugio para quienes viven en medio de la violencia de los grupo criminales.

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En este bachillerato tecnológico abundan las historias de estudiantes víctimas de la delincuencia. (Leonel Rocha/Milenio)
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Sergio Gómez/Milenio
MONTERREY, NL.- En esta parte del sur de Monterrey no hay muchas opciones para los jóvenes: conseguir una chambita legal o convertirse en achichincle de los peces flacos del narco. Para lo primero está la escuela, para lo segundo no se estudia.

Los jóvenes lo saben de bien a bien; si no van a la prepa, está en chino, según la estudiante que se sienta en la penúltima fila a la derecha. Un primo suyo andaba de malandro y lo metieron al bote.

Otra chica, la que se sienta más adelante, se pone a llorar porque se acuerda de que unos sicarios mataron a su hermano. La cosa debe ser reciente, pues sus lágrimas duran un buen rato.

Hay un montón de historias parecidas en este bachillerato tecnológico ubicado entre barrios que emergen de cerros famosos por ser escenarios de robos, venta de drogas, asesinatos, persecuciones…

Lo curioso es que las favelas mexicanas, de calles angostas y desordenadas, se encuentran a unos metros del Beverly Hills neoleonés. Ambos mundos están separados solo por una avenida: hacia donde el sol lanza los últimos rayos del día, está la opulenta zona llamada Valle Oriente, en San Pedro Garza García; hacia el otro lado, los cerros de Altamira y La Risca, una de las zonas más pobres de Monterrey, Nuevo León.

El costo de la vivienda es ejemplo de la enorme brecha económica: una persona que gana el mínimo tiene que ahorrar su salario íntegro durante casi 630 jornadas, es decir, tiene que trabajar durante más de año y medio —sin gastar un quinto— para poder habitar, durante un mes, un departamento de dos recámaras en Valle Oriente.

Desde uno de los pasillos de esta escuela pública se puede ver aquel edificio de lujo. Los chavos imaginan que vivir ahí debe salir en un ojo de la cara. Unos suponen que seis mil, otros que 10 mil pesos. Pero sus cálculos quedan muy lejos de los 46 mil pesos que los administradores del negocio inmobiliario cobran de renta.

Es un mundo que, a pesar de estar literalmente a la vuelta de la esquina, se encuentra lejísimos. Solo la educación puede acercarlos ahí sin que mueran en el intento.

La escuela es un escalón, pero también un refugio. “Al pie del cerro, una solitaria bandera azul se agita valientemente en el viento como una pequeña pero determinada antorcha de esperanza. Ondea afuera de la preparatoria Cbtis 99, un edificio moteado con marcas de balas, un recordatorio acechante de que la guerra criminal está a la vuelta de la esquina”, se trata de la descripción que hizo de esta escuela la investigadora Indre Biskis para el Huffington Post, en agosto de 2012.

El papel del profesor ante los jóvenes es el de un agente de cambio en el entorno violento de esta zona

Precisamente, este artículo fue publicado hace cuatro años, durante los días más violentos que ha vivido Monterrey en los decenios más recientes.

A pesar del paso del tiempo, la memoria, como las huellas de las balas, se queda: “Vi que mataron a una persona frente a mí y me apuntaron con una arma en ese momento. Gracias a Dios, no me hicieron nada, pero nunca se me olvida cómo mataron a ese muchacho”, relato anónimo y por escrito de uno de los estudiantes del Cbtis 99. A sus 16 o 17 años, cuenta uno de los sucesos más traumáticos de su vida. Algunos de sus compañeros describen escenas similares.

Lo que pasa es que, aquí, en lugar de echarle la culpa al perro por comerse la tarea, uno de los pretextos preferidos para fallar en clase era la violencia. “Hace tres años me tocó escuchar que aquí, en los alrededores, aparecía gente muerta o que se balaceaban en la noche o, por decir, había chavos que vivían aquí, en el Cerro de La Campana, que decían que no podían bajar porque hubo una balacera y su mamá no los dejaba salir, o así, cosas por el estilo”, dice Yosimar, un estudiante de último semestre.

Óscar, otro alumno, cuenta que a una amiga suya le robaron el celular camino a la escuela. Emily recuerda que una vez iba saliendo del Cbtis y casi le tocaba un balazo. A Martín intentaron asaltarlo, pero solo le hirieron un costado…

La maestra jubilada Adriana Criollo Muñoz agrega que “hubo chicos que dejaron de venir; sus papás estaban preocupados y sí se oían rumores de que algo pudiese suceder. Sin embargo, la escuela fue cuidada. ¿Por quién o por quiénes?... No lo sé, pero no se metían con la escuela”.

La preparatoria se convirtió en una trinchera de libros y cuadernos. Fue una tarea difícil y todavía lo es. El director, Luis Miguel Ramírez, cuenta cómo enfrentaron los riesgos: luego de someterlo a consideración de los padres de familia, expulsaron a los alumnos que intentaron vender droga en el plantel. A problemas fuertes, soluciones fuertes, dice.

Para Moisés Isassi Maldonado, quien fuera director en la etapa más violenta, el papel del profesor es el de un agente de cambio en el entorno violento de esta zona.

En el contexto de un conflicto magisterial que ha ido creciendo en los últimos meses y que ha llevado a los docentes del aula a la calle, estos maestros buscan reivindicar la labor del gremio, sacudirse la mala fama.

Víctor González Fragoso es voluntario en el Cbtis 99. Dice que cualquier profesor que llegue a esta preparatoria comprenderá rápidamente que el aspecto motivacional es fundamental en el trabajo con los chavos.

Muchas veces, según piensa, el reto está en que los estudiantes se dejen motivar: “Creo que no se dan cuenta, muchas veces, de todo el potencial que ellos tienen… Es como si no supieran que pueden volar”.

Yosimar quiere tener una empresa de diseño de software. Óscar quiere ser psicólogo y tener su propio consultorio. Emily quiere ser criminóloga. Martín quiere trabajar en el departamento de inteligencia de la policía. Angélica quiere ser veterinaria. Perla quiere ser maestra de preescolar...

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