El imperio que construyó Caro Quintero en Búfalo
El capo compraba todos los días una tonelada de tortillas para sus 10 mil trabajadores en sus plantaciones de marihuana.
Juan Pablo Becerra Acosta/Milenio (Primera parte)
CHIHUAHUA, Chihuahua.- Aquí, en las zonas circundantes del pueblo de Búfalo (oficialmente se llama Colonia Búfalo y pertenece al municipio de Allende), en el sur de Chihuahua, en enormes extensiones de terreno donde trabajaban miles de campesinos sembrando, cultivando, fertilizando, empaquetando, embodegando y subiendo a tráileres incontables paquetes de marihuana, cada mañana, muy temprano, se consumían 500 kilos de tortilla. Al mediodía un camión se desplazaba a Ciudad Jiménez (cabecera municipal de Jiménez, la pequeña urbe cercana al sitio), distante 35 kilómetros del poblado, para cargar otros 500 kilos que se usarían durante la comida. Eran los años 80. Era 1984. Era la bonanza marihuanera en las tierras chihuahuenses de Rafael Caro Quintero…
—Una tonelada al día de tortilla. ¡Imagínese! Las tortillerías de Jiménez trabajaban las 24 horas. El señor mandó comprar dos máquinas enormes para al menos una tortillería: la idea era que ese negocio nunca dejara de abastecer, junto con los demás expendios, a todos los hombres que tenía trabajando en el campo. Yo llegué a ver, cuando iba como cocinero para servir banquetes de mariscos a él y a Don Neto (Ernesto Fonseca Carrillo), hasta unos 3 mil hombres. Era como un pueblo eso, oiga. La gente dormía en barracones y en casas de campaña. Y aquí todo mundo se beneficiaba. Mire: las carnicerías, los abarrotes, el mercado, las farmacias, todos. Llevaban para allá huevos, carnes, algunas verduras y frutas. Refrescos. Todos los días. Sí, sí es cierto que las mujeres de Jiménez madrugaban para ir a hacer las compras antes de que se acabara todo. Y luego la ropa: camisas, pantalones, jeans, botas, calzones, calcetines. Cobijas. Papel de baño.
Y los bares igual: el señor tenía trabajando con él mucha gente estudiada. Yo conocí ingenieros agrónomos y contadores, y a veces en las noches venían a distraerse para acá. Venían a pistear, a chupar, a buscar mujeres… ¿Sabe, señor? Nunca volvimos a tener un tiempo de bonanza como ese año que vivimos en Jiménez. Nunca —recuerda el hombre cincuentón que acepta platicar de aquella vida, pero que se niega a ser grabado o retratado por las cámaras de MILENIO. Su argumento:
“Si siguiera preso, pues qué le hace, pero ora que está libre, no vaya a ser la de malas que él o sus hombres se aparezcan por acá para reclamar lo suyo y anden buscando a quien culpar de todo.”
Para reclamar lo suyo. Y vaya que lo suyo era inmenso…
El 6 de noviembre de 1984, hace casi 29 años, al menos 450 soldados ingresaron en la zona por tierra y aire. Lo que hallaron era increíble: en una serie de “ranchos”, el Ejército decomisó, solo el primer día, 2 mil toneladas de la droga y detuvo a 500 personas. Con los días las cifras fueron estratosféricas: 3 mil personas fueron presentadas, pero al cabo de horas, semanas y meses fueron liberadas. Formaban parte de los 10 mil hombres que trabajaban en las propiedades de Caro Quintero, que huyeron y volvieron en trenes y camiones a sus lugares de origen en Chihuahua, Durango y Sinaloa, principalmente.
Al final de un operativo de varios días, la marihuana contabilizada, entre lo empaquetado y lo sembrado, fue de más de 10 mil 900 toneladas. Fueron 8 mil 500 toneladas embodegadas y 2 mil 400 toneladas de matas. El gobierno federal calculó que todo eso valía 8 mil millones de dólares y que podía abastecer durante ocho meses el mercado de Estados Unidos.
La fortuna del capo era de 650 millones de dólares, según publicaciones estadunidenses, pero el valor de la droga fue lo que después, ya preso, lo impulsó a decir que, si lo dejaban en libertad, él pagaba la deuda externa de México, que era justamente de 80 mil 99 millones de dólares.
Las zonas sembradas eran mil hectáreas, pero las tierras de Caro Quintero eran más vastas: al año siguiente, el gobierno federal cedió 6 mil hectáreas a 12 ejidos de la zona de Búfalo, confirman algunos de los propios ejidatarios: 6 mil hectáreas propiedad de Caro Quintero.
Pero quedémonos con las mil hectáreas sembradas. Diez millones de kilómetros cuadrados de mota. ¿De qué tamaño es eso? Un campesino de Búfalo que nos recibe afuera de su casa, dice:
“Desde aquí hasta allá”
Desde aquí hasta allá es toda la tierra que se tiene a la vista y que se extiende desde su poblado hasta el horizonte, hasta las primeras montañas de la sierra. Seis mil hectáreas.
Pero, ¿y las mil hectáreas sembradas? Eso era algo así como mil 470 canchas de futbol sembradas de mota, de matas de hasta 2.4 metros de altura. Quinientas planchas del Zócalo capitalino llenas de plantas de mota. Eran 60 millones de matas de marihuana las que había ahí (6 millones de matas por hectárea, se calculaba entonces). En ese tiempo en México había 65.1 millones de habitantes. Una planta de mota casi para cada mexicano tenía Caro Quintero.
Esos eran los números de Caro Quintero, el hombre que hoy anda libre, aunque le faltaban purgar 12 años más de prisión para alcanzar los 40 a que fue sentenciado. Y hoy, 29 años después, al recorrer la zona, queda claro que Búfalo es casi un espejismo, un pueblo fantasma. Y Jiménez, una ciudad violenta, donde todos sus policías han renunciado en un par de ocasiones, víctimas del narcotráfico. Pero eso, eso lo vemos mañana, con todo y sus personajes sobrevivientes…