Reportaje: Alcalde pide al Ejército entrenar y armar a brigadas de autodefensa

José Eligio Medina Ríos dice que los ‘narcos’ quieren apoderarse de su territorio, que colinda con Durango, zona de siembra y trasiego de drogas.

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La sierra del municipio de Concordia, Sinaloa, ha sido asolada por la violencia del crimen organizado. (Archivo Notimex)
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Juan Pablo Becerra-Acosta/Milenio
MÉXICO, DF.- La sierra del municipio de Concordia, Sinaloa, ha sido asolada por la violencia del crimen organizado. Sus pequeñas comunidades han sufrido varias matanzas que le han costado la vida a 20 pobladores. La última ocurrió la Nochebuena pasada: los criminales ejecutaron a nueve personas. A dos les cortaron la cabeza.

Ese terror provocó que seis pueblos hayan sido abandonados por todos sus habitantes. Alrededor de 250 familias huyeron y se refugiaron en comunidades cercanas, o en urbes como Mazatlán.

En este momento hay mil personas de ese municipio desplazadas por la guerra de las drogas. En toda la región serrana, que abarca varios ayuntamientos, hay más de 600 familias en éxodo, según cifras del gobierno estatal.

El presidente municipal de Concordia, el priista José Eligio Medina Ríos, explica que los narcos quieren apoderarse de su territorio, el cual colinda con Durango y es zona de siembra y trasiego de drogas.

Entrevistado en la plaza principal de ciudad Concordia, cuenta:

Desde 2010 hemos sufrido ataques de grupos armados que provocan que los pobladores abandonen las comunidades. Lo que quieren es ir creando un territorio solamente controlado por ellos. Así nos atacaron El Tiro, Zaragoza, El Llano, Agua Caliente del Zapote, y la Cieneguilla, y el 24 de diciembre, a las 7:30 de la noche, recibí una llamada de la comisaria de El Platanar de los Ontiveros, en donde me decía de manera desesperada que estaban siendo atacados por un grupo armado, que acababan de sacrificar a su esposo y a cuatro personas más. Que los hombres fueron concentrados en una cancha que está en el centro del poblado y que habían sido masacrados de forma cobarde. Más tarde vuelvo a recibir una llamada de la comisaria donde me dice que las casas de más arriba del poblado acaban de sacrificar a cinco gentes más…

El político se enoja cada vez que las autoridades estatales dicen que se trató de un enfrentamiento.

Fue un ataque sorpresivo, un ataque de manera ruin. Masacraron a nueve gentes. No fue un enfrentamiento, como han declarado algunas autoridades. No es cierto. Eso ofende a las familias de esta comunidad, porque fueron masacrados de manera cobarde.

Pudo ser por el cultivo de enervantes que se pelearan grupos opuestos que lo comercializan— se le dice.

No tiene nada que ver el cultivo de enervantes. Aquí al parecer es la búsqueda del control de territorios de los grupos de delincuencia organizada que buscan penetrar a Sinaloa ganando terreno en las poblaciones para ir dominando un territorio, seguramente en la búsqueda de tener un espacio libre para el trasiego de enervantes.

O quizá para que en esos pueblos abandonados instalen, en las casas vacías, laboratorios para procesar la amapola— se le comenta—. Dice que no sabe.

El caso es que el presidente municipal de Concordia, harto de las matanzas y los desplazados que éstas ocasionan, y de que cada vez más pueblos quedan abandonados, propone crear brigadas armadas, brigadas de defensa rural. Armar e instruir a los campesinos. Y para ello, invoca la Ley Orgánica del Ejército.

Ante esta propuesta ha habido reacciones diversas de los comunicadores, de los legisladores, de los funcionarios de todos los niveles, alarmados porque yo estoy proponiendo crear brigadas de defensa rural. Muchos políticos dicen que de cuál fumé, que es producto de la desesperación. No es producto de la desesperación, no es una ocurrencia, yo no estoy abriendo la posibilidad de que todos tengan un arma en su casa de uso exclusivo del Ejército. Mi propuesta es muy clara: que se haga valer la Ley Orgánica del Ejército y se pueda seleccionar, instruir y dotar de armas a un equipo de pobladores de cada comunidad, que sea supervisado permanentemente por el Ejército…

Convertiría a la población en un foco, en una zona de guerra porque los grupos armados los van a atacar— se le hace ver.

Pero tendrían con qué defenderse. Los están atacando y los están matando. Sin defenderse. Yo te aseguro que muchas de esas gentes, si tuvieran con qué responder, cuando ven a su papá, a su mamá, o a su hijo tirado, hubiera respondido. En cambio, así como están, solamente están esperando a ser atacados. En Estados Unidos están armando a los profesores. En Estados Unidos están adiestrando a los profesores…

Usted tiene coraje, está enojado…

Tengo impotencia. Y tengo rabia (se le nota nudito en la garganta por su voz atorada)… Y mi propuesta no está fuera del marco legal…

Está usted dolido…

Claro (se le llenan los ojos de lágrimas, pero no permite que escurran y las desaparece)… Me gustaría que nos visitaran en esas regiones y que veas el dolor de esas familias, y te vas a dar cuenta de que muy diferente la realidad que vivimos acá a la realidad que viven allá quienes han perdido un ser querido. La vida les cambia totalmente. La vida se les amarga totalmente… Y sí, MILENIO fue a ver qué encontraba en el último pueblo masacrado y en las poblaciones donde se refugian los campesinos desplazados.

***

Platanar de los Ontiveros. De 70 casas, únicamente dos quedan habitadas. Y solo por unos minutos más: sus pobladores preparan sus últimas cosas para marcharse en camionetitas de redilas. Transporte oficial para huir luego de la matanza. Un grupo de soldados vigila la población. La tropa arribó en Navidad, luego de la funesta Nochebuena en que un comando tomó el lugar y ejecutó a nueve hombres. Siembra de terror. Los asesinos huyeron como llegaron: sin vehículos, caminando por las brechas de las ramificaciones de la Sierra Madre Occidental.

Todo está en silencio. El sonido de un arroyo surcando piedras acentúa la sensación de aislamiento. Los soldados callan. Los perros abandonados miran con desconcierto y no ladran. Ahí se quedarán. Se volverán fieras para sobrevivir. El silencio solo es interrumpido por los cantos de un par de gallos que erizan sus plumas buscando pelear. Las gallinas cacarean. Eso es todo lo que se escucha. Y las pisadas de las botas de los soldados.

En la cancha deportiva del poblado cuatro fueron formados y acribillados. Uno de ellos había sido herido previamente, en la tienda comunitaria. Ahí está el rastro de sus súplicas: las huellas de sus manos y dedos ensangrentados que trataban de asirse de una puerta mientras tiraban de él. Lienzo macabro de metal.

Más abajo, a la vera del arroyo, en el muro de una casa los pobladores pintaron con cal cinco cruces. Cinco ejecutados. Y taparon la sangre derramada en la tierra con mucho más cal. Huellas blancas de lo inmisericorde. Dos veladoras apagadas quedan como señal de duelo.

Una sobreviviente, viuda, refugiada ya en alguna población cuyo nombre omitimos, se sobrepone por instantes a la pérdida de su esposo y habla así:

Jamás esperamos que nos iba a llegar la tragedia. En cuestiones de segundos nos cambió a todos la vida. Mi esposo salió con la frente en alto porque sabía que no tenía de qué cuidarse. Se escucharon unos disparos separados. Luego se escucharon rafagazos. Hubo muchos insultos, risas, burlas…

¿Cómo iban vestidos?
De pinto.

¿De militar?
Asiente

¿Encapuchados?
Niega. Después se quedó todo en silencio… se despide. Dos mujeres echan tortillas en un comal en su casita de madera y adobe. Son las penúltimas que permanecen en El Platanar.

¿De qué se acuerda?— se le pregunta a una.
Nomás de las personas que llegaron, hicieron su masacre y se fueron… Nosotros nos encerramos aquí, fue lo que hicimos. Apagamos las luces y nos encerramos.

A rezar…
Sí, a pedirle mucho a la Virgen que nuestra familia estuviera bien, que nos les hubiera sucedido nada malo… A la gente le da tristeza irse. ¿Qué vamos a hacer allá?…
Allá. Un allá indefinido para estos campesinos ahuyentados a punta de balazos. Un viejo, que será el último en abandonar El Platanar junto a su esposa e hijos, se trepa y columpia los pies en una bardita frente a la imponente vista de la Sierra. Se hila un diálogo comprimido, como él dice que tiene “estrecho” el corazón por el miedo.

Se va a tener que salir de aquí ya…
Sí, a güevo. No nos vamos a quedar solos. Nadie se queda. Lo bueno que está esta gente aquí, si no, no estaríamos nosotros aquí…

Los soldados…
Sí, por ellos estamos aquí, si no ya no estuviéramos. No hubiéramos venido por los tiliches y las cosas que tenemos. No tiene uno qué ponerse, pero lo poquito hay que llevarlo…

Se va, se va ya de la tierra de sus padres, de sus abuelos. Su tierra de siempre. Huye de los balazos, como tantos y tantos más… 

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