'Por 150 pesos cualquier hombre puede denigrar a una mujer'

Tras pasar 11 años en prisión por trata de blancas, Mario se dice arrepentido y hasta participa en grupos que luchan contra ese delito.

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Mario hace operativos encubierto para encontrar lugares clandestinos o casas de citas. (elsiglodetorreon.com.mx)
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Abraham Reza/Milenio
CIUDAD DE MÉXICO.- Durante ocho años la familia Hidalgo Garfias se dedicó a seducir y secuestrar mujeres para esclavizarlas sexualmente en las principales calles de La Merced. Hoy, luego de haber pasado once años y seis meses en prisión, narran cómo la vida de reclusión los obligó a reflexionar sobre los abusos y delitos que cometieron contra cada una de sus víctimas.

Esperanza es la madre de Mario y Enrique. Los tres fueron detenidos el 6 de julio de 2003 acusados de lenocinio, corrupción de menores, asociación delictuosa, violación y secuestro. Por estos crímenes los sentenciaron a 19 años y ocho meses de prisión. Sin embargo, “su buen comportamiento” les dio la oportunidad de acortar su condena.

Mario hoy tiene 38 años, no mide más de 1.70 metros, es robusto y de piel morena. En su brazo derecho tiene un tatuaje de una mujer semidesnuda, hincada y maniatada. Hoy vive en una playa al sur del país, donde cuenta:

“Nací en un barrio pobre de la colonia Obrera. Desde niño la falta de alimento nos obligó a pedir dinero en los cruceros. Esto nunca fue suficiente y junto con mis hermanos comenzamos a robar. El alcohol, el sexo, las drogas y los excesos fueron una constante y, como diría mi madre, eso fue la preparación de lo que se convertiría en un negocio familiar”.

A los 17 años y acostumbrado a robar, Mario decidió llevarse más de 500 relojes de un local en el que trabajaba. Esa misma noche el dueño del negocio intentó asesinarlo. Su salvación fue un taxista que lo levantó y lo escondió.

Fue ahí donde aprendió que “por 150 pesos cualquier hombre puede denigrar, insultar, maltratar y humillar a una mujer”. Diariamente en el hotel en el que se ocultaba veía cómo su patrón exigía una cuota a las jovencitas que se prostituían en la calle Limón.

“Dos años después decidí poner mi propio negocio y mi primera víctima fue una muchacha a la que le dije que mi madre estaba enferma. Sin pedirlo ella me dio mil pesos. En ese momento descubrí que no hace falta ser un galán para conquistarlas, es más un juego de lenguaje y ego”, narra.

“Se trata de hablarles bonito, decirles que las amas y que son hermosas; la mayoría son mujeres desvalorizadas. Ésa es su debilidad y nuestra fortaleza”.

Y cuando el amor no era suficiente, la estrategia era comprar a las víctimas en pueblitos y robárselas de la terminal de autobuses.

Al principio no fue sencillo controlarlas

Mario dice que al principio no fue sencillo controlar a las chicas. Por eso invitó a su hermano Enrique a trabajar para él.

“Yo era albañil. En aquel entonces me pagaban 600 pesos a la semana. La necesidad me hizo aceptar el trabajo que Mario me ofrecía. Por 400 pesos diarios mi labor consistía en traer los condones, la lencería, limpiar las habitaciones del hotel en el que las chicas trabajaban y cuidar que ellas no se escaparan”, recuerda Enrique, quien ahora es chofer y trabaja en una asociación que combate la trata en todo el país.

Hoy se dice arrepentido de todo el daño que ocasionó a las muchachas que tenían bajo su control. “Con el tiempo logramos tener hasta 20 mujeres en una casa de 60 metros cuadrados. El ambiente era hostil. Todas ellas comían en la misma mesa, dormían en la misma casa y obedecían a Mario sin cuestionarlo. El amor y el miedo que le tenían las orillaba a vender su cuerpo por más de ocho horas continúas a decenas de hombres”, refiere.

Su madre, Esperanza, sabía todo, pero para ella era normal. Cuenta que la vida de prostitución que ella misma llevó durante 12 años la hacía pensar que “el trabajo” que desempeñaban sus hijos era bajo mutuo acuerdo.

Narra que el día que corrieron a sus hijos del lugar en el que vivían con todas la muchachitas, ella les ofreció su casa y comenzó a cuidarlas y a alimentarlas. “No me caía el veinte de que estuviéramos haciendo algo malo. Incluso dentro de prisión yo decía ‘pues ellas querían’”, recuerda.

'Nos detuvieron por un error'

Mario dice que el día que los detuvieron fue por un error de Enrique, quien llevó a vivir a su novia a la misma casa, donde tenían a todas las chicas. Desde el primer día la muchacha empezó a preguntar por qué y para qué tantas mujeres ahí.

“Por miedo a que le fuera a pasar lo mismo, la chica se arrepintió y regresó con su mamá, pero para que no la regañaran inventó que la habíamos secuestrado, violado y golpeado. Entonces fueron a la delegación e inmediatamente me detuvieron”.

Esperanza narra que esa noche visitó a sus hijos en el ministerio público, pero cuando entró la esposaron y la acusaron de ser “la jefa de la banda”.

Al salir de prisión los tres decidieron resarcir el daño. Explican que gracias a fundaciones que laboran contra el tráfico de mujeres, hoy tienen una “nueva misión”.

Mario hace operativos encubierto para encontrar lugares clandestinos o casas de citas. Asegura que han localizado a más de 100 chicas en situación de trata.

“Nada se compara con el miedo que sentía en prisión y si voy a morir, pues es mejor hacerlo peleando por el bien que por el mal”.

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