'Parecía película de Rambo, ratatatata para todos lados'

En 1847, el alcalde de Ocotlán dijo haber visto cómo bajaba del cielo el Señor de la Misericordia; en marzo pasado, el líder del cártel de Jalisco inició ahí su embate contra el Estado.

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Una casa asegurada en donde se ven marcas de proyectiles. (Alejandro Acosta/Milenio)
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Juan Pablo Becerra-Acosta/Milenio
OCOTLÁN, Jalisco.- Aquí, el domingo 3 de octubre de 1847, se apareció Jesucristo. El Señor de la Misericordia bajó de los cielos para consolar a los lugareños, que el día anterior habían padecido un terremoto que destrozó la ciudad: solo quedó en pie una hacienda y la capilla de La Purísima. Hubo decenas de muertos.

Aquí, el 19 de marzo pasado, a los lugareños se les aparecieron hombres del Señor de la Inmisericordia, sicarios de El Mencho, del líder del Cártel Jalisco Nueva Generación, que ese día desafiaron, por primera vez en 2015, al Estado mexicano: emboscaron a decenas de policías federales, ejecutaron a cinco elementos de la Gendarmería y, con su fuego enloquecido, mataron a cuatro civiles.

Ocotlán, del infierno al cielo, del cielo al infierno. Y aquí, hoy, unos viven con miedo a los criminales, huyen ante la proximidad de sus trocas, pero otros conviven sin remordimientos con ellos: beben y bailan en su compañía.

La guerra en Jalisco

El cielo

El día 3 de octubre del año 1847 el alcalde de Ocotlán, Sr. Antonio Ximénez, hombre impío y descreído hasta entonces, según la historia, escribe un oficio dirigido al gobernador del estado, Joaquín Angulo:

“Excelentísimo señor:

“Hoy en la mañana, Excelencia, 24 horas después del desgraciado acontecimiento, se ha visto entre Poniente y Norte, figurando entre dos nubes, la imagen perfectísima de Ntro. Señor Jesucristo Crucificado, que duró media hora: en cuyo tiempo más de mil 500 personas que estaban en la plaza se arrodillaron, haciendo actos de contrición y pidiendo a gritos misericordia al Señor…

“De las Ruinas de Ocotlán, 3 de octubre de 1847. J. Antonio Ximénez.”

El Señor de la Misericordia de Ocotlán

El infierno

En este municipio colindante con el Lago de Chapala, donde según los lugareños se apareció Jesús en el siglo XIX, y por ello tienen un enorme obelisco con un Cristo en el zócalo, inició el desafío del Cártel Jalisco Nueva Generación al Estado mexicano: ese reto no ocurrió donde cayó el helicóptero de la Fuerza Aérea Mexicana abatido por un cohete el primero de mayo, en Villa Purificación, sino que sucedió aquí, cuando el 19 de marzo pasado sicarios acribillaron a policías federales de la Gendarmería, con un saldo de cinco elementos muertos.

Pero no solo eso: aquí cayeron también los primeros civiles muertos, cuatro bajas colaterales que aquel jueves a las 21:00 horas tuvieron el infortunio de caminar por las calles Manuel Martínez, Oxnard y Centenario. Un estudiante de secundaria que regresaba de casa de un amigo junto a su padre, de un balazo directo al corazón; su padre, que cayó herido y murió tres días después; un mecánico que regresaba de trabajar; y un joven al que un sicario le metió una bala en el pecho para quitarle su motoneta.

Hoy, el miedo persiste. Los vecinos de las calles que fueron campo de batalla, donde todavía hay una casa asegurada con marcas de bala y sangre afuera y adentro, narran lo que vivieron y... cómo interactúan con los narcos que controlan el lugar.

“Para nosotros no son criminales, son los del otro bando nada más. Un bando son policías y militares y otro bando son ellos. No se meten con nosotros y nosotros no hablamos mal de ellos”, dice, sin inmutarse y con mirada dura la dueña de una tienda de abarrotes ubicada a unos metros del lugar de las balaceras.

“Se portan bien con nosotras, nos invitan a pistear, a bailar y a los niños les regalan cosas, como pelotas”, cuenta la abeja reina de un grupo de colegialas de un Cebetis, luego de que se asoman por las ventana de la casa asegurada donde pernoctaba un escuadrón de sicarios aquella noche de marzo. Las niñas prorrumpen en grititos al ver la sangre coagulada que aun yace ahí.

La connivencia narco popular.

—Parecía película de Rambo, ratatatata para todos lados. Yo todavía estoy enferma, señor... —narra otra vecina de las que en voz queda ruega para que ahora sí se queden aquí permanentemente las tropas federales.

—Yo a veces todavía lloro mucho, como esa noche. A veces veo venir una de esas trocas en las que andan y me agacho en el suelo porque siento que van a disparar otra vez... —cuenta una jovencita de preparatoria junto a su hermana. 

Ambas regresaron el año pasado de Estados Unidos a donde se fueron desde pequeñas. “Yo nunca había visto una balacera, ¿sabe?”, agrega la otra con mirada de espanto.

El alcalde priista Enrique Robledo dice que es normal que la gente siga asustada, que todo está en calma, y afirma que no ha recibido amenazas ni tiene relaciones con los narcos...

Ocotlán del cielo y el infierno...  

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