'Aquí no se puede llevar una vida normal'

Damaris tiene 18 años pero dice que no ha disfrutado su juventud, que debió madurar a fuerzas y aceptar que no tendría amigos debido a la violencia en Cuauhtémoc.

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Damaris es hermana de una joven que fue secuestrada por un grupo armado en 2011 en Ciudad Cuauhtémoc. (Héctor Téllez/Milenio)
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Juan Pablo Becerra-Acosta/Milenio
CUAUHTÉMOC, Chihuahua.- Damaris tiene 18 años y nunca ha bailado. Para no creerse. Lo dice con una media sonrisa: “Nunca he bailado”.

Tiene un rostro hermoso, apiñonado, ojos verdes, pelo ensortijado, casi dorado. Habla con propiedad, exhibe argumentos inteligentes, quizá demasiado elocuentes para su edad.

“Nunca he bailado”, repite ante la incredulidad de quienes la escuchan, tres hombres que, dubitativos, se miran entre sí. Su madre, Gloria, asiente.

¿Qué tiene que suceder para que una joven no haya bailado nunca a sus 18 años?

La otra media sonrisa de Damaris, viéndola bien, es una mueca de dolor. De angustia. La mirada es transparente, pero de cuando en cuando las pupilas se le dilatan y exudan miedo. Ella inhala y exhala. Procura gobernar sus emociones. Ríe nerviosa para evitar un súbito ataque de pánico. Damaris de Ciudad Cuauhtémoc, el municipio chihuahuense con 309 desaparecidos, la tasa más alta del país medida por cien mil habitantes (tasa de 200).

En 2011, a su hermana Brenda Karina, de 22 años, la levantó un grupo armado justo en su casa, a la puerta de su hogar, aquí, en una modesta colonia de esta región conocida por la producción de manzanas y quesos menonitas, municipio que aporta tres centenas de nombres y apellidos al tristísimo Registro Nacional de Datos de Personas Extraviadas o Desaparecidas del gobierno federal, que tiene 27 mil expedientes. 

A pesar de todos sus dolores Damaris mira de frente, no rehúye nunca una mirada. Y narra parte de su historia, la de la joven que nunca ha bailado a sus 18 años…

—Desde que pasó lo de mi hermana yo solo me dediqué a la escuela. De hecho perdí un año de mi secundaria cuando pasó eso.

¿Por qué?

—Porque según la psicóloga yo tenía depresión. Duré un año completo con tratamiento, pero sin salir de mi casa. De hecho yo no me levantaba de la cama. Yo le decía a mi mamá que sentía que me perseguían y así… Y ya no volví a ir a la escuela. Después ya no pude terminar mi secundaria porque tuve que ayudarle a mi mamá a trabajar. Y… las críticas, el rechazo.

¿Críticas?

—Las críticas, porque decían que a mi hermana le había pasado eso porque era de la mafia. Me lo decían a mí (ríe nerviosamente, se le entristecen los ojos)… Yo digo que por eso a mí me dio depresión. Yo sabía que mi hermana no, de verdad, jamás, porque ella estaba dedicada a su hija.

Su hija que ahora tiene diez años. 

Luego de una desaparición ya no llevas una vida normal… —fraseo una obviedad.

—De hecho aquí no se puede llevar una vida normal. Siempre que alguien sale hay retenes de Los Linieros, porque aquí se les dice así: Linieros…

La Línea. El temible brazo armado del cártel de Juárez que ha peleado sangrientamente territorios de Chihuahua con el cártel de Sinaloa.

Esta niña, porque Damaris tiene rostro de niña a pesar de ademanes adultos que le ha tatuado la vida, habla como si nada de los criminales. Será ingenuidad, será temeridad, pero habla y habla de los sicarios. Su madre, sentada a su lado, la escucha y asiente.

—Ahora hay uno nuevo que se llama Nuevo Cártel de Ciudad Juárez. Son los mismos… —se encoje de hombros fugazmente.

¿Los policías también les dan miedo?

—De hecho sí. A mi mamá y a mí nos llevaron un día. Mi mamá no los dejó entrar a la casa, la agredieron, traía marcas aquí (en los brazos), en el cuello, por todas partes, y pasamos toda la noche allá (en el cuartel policial). Fue mi abuelita y nos sacó (mujer de rostro curtido que también escucha y fuma y fuma mientras le echa miradas a un diminuto perro chihuahua que no cesa de aullar). No nos querían dejar salir. Nos amenazaron, que si salíamos a la calle nos íbamos a morir.

La desaparición de su hermana la hizo volverse activista juvenil. Ha estado en las sedes de Amnistía Internacional y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

—Ahí pude sacar todo lo que yo siento. He escrito la historia completa de mi hermana, he entregado cartas y he hecho videos, porque tenemos un grupo de apoyo de jóvenes en el Centro de Derechos Humanos de la Mujer (que lleva legalmente 128 casos de desaparecidos en Cuauhtémoc). Es un grupo para liberar todo lo que traemos (se toca el pecho) con gente de otros estados. 

Entonces no puedes hacer una vida normal

—No podemos ser libres. Yo no he disfrutado mi juventud como debe ser. Yo más bien tuve que madurar. A fuerzas, porque yo no quería. Nunca pude salir a un baile. Nunca he ido a bailar en mi vida…

¿Nunca?

—No, nunca he salido a un baile. No tengo amigos. Yo no salgo. Solo voy del trabajo a mi casa y todo el camino me están hablando: “¿Y por dónde vienes?”, “¿Y ya mero llegas?”… —hace un ademán de resignación con la cabeza ladeada. Su madre la mira suplicando comprensión por su ansiedad maternal.

Damaris no es la única niña en esta casa que ha padecido la desaparición de su hermana. Su sobrinita, Biancey, la hija de Brenda Karina, también ha sufrido lo suyo por la ausencia de su madre desde que tenía cinco años. Un día, hace un par de años, llamó a su abuela Gloria y a Damaris a su cuarto. Con la mirada serena de estudiante que siempre está en el cuadro de honor por sus dieces, les soltó una pregunta lapidaria: 

“¿Creen que me hacen tonta?”

Un silencio absoluto se instaló en la pequeña habitación. Luego siguió la niña:

“Yo sé que mi mamá está desaparecida. ¿Por qué no me dicen nada?”

Damaris rememora:

—Ella creía que su mamá la había abandonado. La dejó de cinco años. Escuchando lo que platicamos fue recabando información.

Hace un año volvió a conmover a la abuela y a la tía: les dijo que tenía una buena idea para encontrar a su mamá.

“Yo vi en la tienda un cartelito de un perrito que estaban buscando. Y tenía su foto, tenía su nombre, tenía que estaban dando dinero para encontrarlo. ¿Por qué ustedes no hacen eso?”

Ya no le explicaron a la niña que han ido a cuanta fosa clandestina es hallada en Ciudad Cuauhtémoc y sus alrededores. Se congela de mudez la sala de la casa. Damaris retoma el habla:

—Todos llorábamos. Mi sobrinita nunca nos volvió a hablar de su mamá en un año, ni volvió a preguntar, porque pensaba que si nos decía algo nos iba a causar dolor. Prefería aguantarse y cuando quería llorar venía y se escondía detrás de los sillones. O se metía debajo de las cobijas y se ponía a llorar. Es que nadie nos había orientado sobre qué hacer... —intenta justificarse, como si hiciera falta explicar la devastación emocional que acarrea la guerra de las drogas y sus desaparecidos.

Damaris revisa fojas y fojas del expediente sobre el caso de su hermana. Se detiene y observa con minuciosidad fotos de fosas clandestinas donde han sido hallados restos calcinados de gente desaparecida. Luego alza la mirada y cuenta que hará todo lo posible por llegar a la universidad. Nada más espera que su familia tenga un poco más de recursos ahorrados para suplir los que ella genera con su trabajo. Está empeñada en ser médico forense.

—Cuando entreguen los restos de su hermana, si es que nos lo entregan, ella dice que los va a identificar para estar segura que son de su hermana… —explica su madre.

—¿Miedo a los muertos? Los muertos no gritan, no hablan, no nada. Los vivos son los que dan miedo. Me ponen muy nerviosa los gritos. Los muertos, nada… —dice impertérrita Damaris.

—¿Y si se levanta uno? —bromea y ríe doña Gloria.

Damaris, la joven de 18 años que nunca ha bailado, no ríe. Ella ya está absorta en sus cavilaciones: hojea el expediente de su hermana desaparecida…

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