'Nosotros no cultivamos droga, sino medicina'
Los dueños de la granja HappyDay Farm aseguran que sus cultivos de cannabis son muy finos y artesanales, porque son para enfermos.
Érika Flores/Milenio
CALIFORNIA, EU.- El 80 por ciento de la cannabis que se consume en Estados Unidos proviene de los condados de Humboldt, Trinity y Mendocino, localizados en el norte de California. Se utiliza en las entidades donde se ha aprobado su uso medicinal y/o recreativo; así como aquellas en las que aún está prohibida. La zona equivale al tamaño de Irlanda y geográficamente conforma un triángulo llamado Esmeralda, muy similar al que existe en México (el Dorado), integrado por los estados de Chihuahua, Sinaloa y Durango.
Lo difícil no es llegar aquí después de viajar cuatro horas y media en carretera saliendo desde la ciudad de San Francisco. El reto es ingresar a este triángulo, cosa complicada si no sabes exactamente adónde llegar y con quién. Aquí no hay letreros y la orografía es similar a la sierra mixteca, con la diferencia de que las montañas son muy boscosas, con clima húmedo, seco o con neblina (según la temporada) y a casi tres mil metros de altura.
Mientras en México políticos y legisladores debaten si deben o no legalizar el uso de cannabis, Cassey O`Neil y Amber Cline —dueños de HappyDay Farm, una granja orgánica que opera desde 2011—, reciben a Milenio, el primer medio mexicano que ingresa al Triángulo Esmeralda. Su propiedad es pequeña; venden sus cultivos y además siembran cannabis orgánico libre de químicos, fertilizantes o pesticidas. La principal competencia son sus vecinos dentro del mismo triángulo: grandes granjas y ranchos que se encuentran dispersos en la zona y que también son productores de la planta. La distancia entre uno y otro puede variar entre 15 minutos o más en auto.
Emma, la perra de Cassey, anuncia nuestra llegada ladrando en el bosque donde solo está su granja sin teléfono ni electricidad, únicamente cuenta con paneles solares. “¡Estamos cultivando medicina! Por eso ponemos toda nuestra energía en ella, es importante que crezca en la tierra, de manera natural gracias al sol y abono”, explica este agricultor de 33 años. “Cultivamos desde 2014, solo afuera, outdoor; y no indoor, dentro de casas. Nuestro producto es muy fino, artesanal, porque es para enfermos”. HappyDay Farm tiene permiso legal en Mendocino para cultivar 25 plantas que, por su estilo de agricultura, produce solo una cosecha al año.
“Representa nuestro estilo de vida, sembramos el tipo psicotrópico. Ponemos las semillas entre marzo y abril, la planta crece y de septiembre a noviembre está lista para ser cortada”, precisa.
De hecho ya colocó las primeras semillas en pequeñas macetas a cielo abierto que reciben sol y lluvia junto al área de cría de conejos. Cuando broten las pequeñas hojas esta cannabis será replantada en amplias terrazas de tierra que van por niveles; conforme crezcan tendrán como vecinas calabazas, coliflores, coles y lechugas.
Tras cortar la planta inicia la elaboración de medicinas envasadas (aceites, cigarros y cogollos completos) que son etiquetadas con el nombre de la granja que la cultivó. Uno de sus principales compradores es Flow Kana, una joven empresa que comercia solo con cannabis orgánica cuyo perfume es peculiar, agradable y no de “petate quemado”, como suele describirse en México.
Hasta aquí la historia parece perfecta de no ser porque siempre hay un lado puntilloso. En 1996 California aprobó el uso de la cannabis con fines medicinales, pero hasta la fecha no hay leyes precisas en cuanto al origen de ésta. Por estos huecos legales las condiciones son propicias para un mercado negro que se puede establecer en cualquier lugar dentro del triángulo, cultivando con base de químicos y fertilizantes para obtener hasta cinco cosechas anuales de cannabis de baja calidad. Un sistema que Cassey O’Neil llama “follow the money”, porque se resume en tres pasos: sembrar (como sea), vender (como sea) y cobrar (como sea).
Grave es el limbo jurídico en que se encuentran California y 23 estados más, pues si bien sus leyes estatales permiten la siembra y consumo de cannabis, las leyes federales siguen considerando ésta como una actividad prohibida. Por eso, aunque hay muchos productores en la zona Esmeralda, el estado no cuenta con un censo oficial que indique cuántas granjas hay, quiénes son los dueños, quiénes los empleados, cuánto producen, de qué forma (natural o con químicos) y dónde se vende. Organizaciones no gubernamentales y los propios granjeros calculan que de aquí salen cuatro quintas partes de cannabis que se consume en Estados Unidos. Y esta es la razón por la que en este lugar se vive en completo hermetismo.
Milenio comprobó esta situación en dos momentos. Primero en un club canábico médico —apostado a la orilla de carretera dentro del condado de Mendocino— que no permitió nuestro ingreso al negocio (como reporteros) a menos que mostráramos una receta médica. Después —al recorrer la zona—, un granjero a bordo de su camioneta nos detuvo para preguntar qué hacíamos allí, pues era evidente que no pertenecíamos al lugar; al informar que realizábamos un reportaje sobre el cultivo de cannabis el granjero arrancó su vehículo sin permitir ninguna pregunta. En el condado de Trinity las condiciones pueden ser más duras, pues hay versiones que señalan que por las noches es común escuchar disparos de ametralladora.
“Por definición federal lo que hacemos es ilegal, por eso vivimos atemorizados porque en cualquier momento —aunque el estado diga que sí—, la Federal Police Goverment sobrevuela las granjas y si detecta cannabis, baja y se la lleva. Es natural entonces que nadie cuente lo que ocurre en las granjas”, describe Cassey. Datos federales de 2013 arrojan que aumentó el consumo de cannabis entre la población: 14.4 millones de personas en 2007; 18.1 en 2011. Pero estadísticamente no es posible determinar cuántos consumen cannabis de manera ilegal.
En el Triángulo Esmeralda también hay mexicanos; Cassey conoció en los últimos años a cultivadores provenientes de Durango, quienes (para conseguir empleo) hablaron de sus virtudes y habilidades para la planta. “Son trabajadores muy duros que entienden que la cannabis es especial. Se les paga bien, sé que no es por hora sino por cosecha. Es decir, cultivan y reciben su paga con parte de las plantas y ellos deciden qué hacer con ellas”, explica.
Cannabis para 'Clancy"
Amber, además de granjera, estudia sobre cannabis medicinal y elabora productos con ella. “Es una medicina a la que todos debiéramos tener acceso”, afirma. En esta granja es común que algunos enfermos (vecinos o conocidos) se acerquen para preguntarle cómo tratar ciertos padecimientos menores.
Su reto más importante ha sido manejar el cáncer que aqueja a su perro Clancy, quien tiene 12 años y un tumor del tamaño de un melón en el costado izquierdo, a la altura del pecho.
“A él lo trato con la misma medicina que hago para humanos, un extracto en aceite de cannabis y que diluyo en una dosis adecuada para él; se la doy en su comida o directamente en su hocico. De esta manera lo ayudo para la artritis y el dolor que le causa su enfermedad”, precisa.
Increíblemente, el animal se desplaza por toda la granja y se muestra amoroso. “Decidí ayudar a mi perro para que no sufra, le ayudo a manejar el dolor durante el día desde que se levanta. Lo veo feliz y para mí eso es lo que importa: que tenga calidad de vida, pues no quiero un tratamiento farmacéutico para él”.