De cómo ganar la Presidencia de EU con fraudes
Mano negra, componendas y denuncias de manipulación en la elección del decimonoveno jefe de Estado de Norteamérica.
Martiniano Alcocer/Milenio Novedades
MÉRIDA, Yuc.- El candidato a presidente perdió en las urnas y ganó en la mesa. Tras un proceso en el que hubo mano negra, componendas, denuncias y algunas extrañas intervenciones, llegó al cargo y gobernó con la oposición de sectores importantes de su propio partido, el Republicano. No se trata de Donald Trump, sino de Rutherford B. Hayes, 19o. presidente de los Estados Unidos y pionero en los fraudes electorales en la “ejemplar” democracia estadunidense.
El gobierno de Hayes tuvo frente a México parecidas manifestaciones hostiles a las que postula Trump (aquél en temas de fronteras e inversiones en ferrocarriles y otros sectores, y éste en plantas de automotores y otras manufacturas), no obstante que, mal de su pesar y con fuerte oposición de amplios sectores políticos, reconoció oficialmente al gobierno de Porfirio Díaz.
Fue un apasionado seguidor de la Doctrina Monroe, que le autoriza a la potencia del norte a intervenir en los países del continente en un neocolonialismo que entonces pretendía suplantar a las potencias europeas: España, Francia e Inglaterra y que se sustenta en las tesis que rezan: “Los ciudadanos de los Estados Unidos abrigamos los más amistosos sentimientos en favor de la libertad y felicidad de los pueblos en este lado del Atlántico” y “nunca tolerar que Europa se entremezcle en asuntos cisatlánticos (locales)” o no se metan otros, nomás yo, como ocurrió con Cuba a la que Thomas Jefferson confiesa “cándidamente” que la miran como “la adición más interesante que pudiera hacerse a nuestro sistema de Estados”.
Muchas veces, al contrario de lo que hoy ocurre, se topó con la firme oposición del gobierno mexicano, encabezado por Porfirio Díaz, a sus agresivas políticas hegemónicas. Su mayor mérito fue haber logrado poner fin a los conflictos que aún permanecían después de la guerra de secesión entre estados sureños (esclavistas) y norteños (abolicionistas), ya que, aunque promulgó leyes antiesclavistas, “se hizo de la vista gorda” debido a que tenía muchos favores que pagar.
Hayes, nacido en Delaware, Ohio, el 4 de octubre de 1822 y muerto el 17 de enero de 1893 en Fremont, Ohio, se inició en la política en 1851 en el Partido Whig. En 1855 ingresó al recién creado Partido Republicano. Fue gobernador de su estado natal y congresista. Participó en la guerra civil que estalló en 1861.
En 1876, con la presidencia del republicano Ulysses S. Grant sumida en escándalos de corrupción, y comprometidas las posibilidades de su partido en la elección, Hayes –que tenía fama de honrado, pero mediocre- fue designado candidato. Su rival del lado demócrata fue Samuel J. Tilden.
Hacia la Presidencia
Recién elegido de nuevo gobernador de Ohio, en 1875, la convención republicana pensó que Hayes podría ser mejor candidato que James Gillespie Blaine, un político que se había visto envuelto en casos de soborno y escándalos.
Realizados los comicios y con los primeros escrutinios, “parecía que Tilden había obtenido una aplastante mayoría. Había triunfado en Nueva York, Nueva Jersey, Connecticut e Indiana y había acumulado más de 250,000 votos (con 8.5 millones de votos en total)” (1).
Entonces el Partido Republicano impugnó el resultado alegando fraude en cuatro estados (Carolina del Sur, Luisiana, Oregon y, ojo, Florida). Sin los votos de esos cuatro estados, Tilden llegaba a 184 votos electorales y necesitaba 185 (Hayes lograba 166). En tres de aquellos cuatro estados hubo fraude e intimidación de ambas partes. Hayes ganó Carolina del Sur, pero Tilden ganó en Florida y Luisiana. “Las juntas de escrutinio escamotearon mil votos en Florida y mas de 13,000 en Luisiana y dieron certificados a los electores de Tilden”. En Oregon fue desplazado un elector republicano por un elector demócrata. De los cuatro estados llegaron actas de escrutinio dobles. Un embrollo.
La Constitución ordenaba que “el presidente del Senado, en presencia de éste y de la Cámara de Representantes, abrirá todas las actas y se contarán los votos”. Pero ¿quién debía contarlos? Si los contaba el Senado, ganaba Hayes y si la otra cámara, Tilden. Hubo intensos cabildeos ante los demócratas del Sur “que tienen más necesidad de tranquilidad que de Tilden” y se les ofreció que al Sur se le trataría “con benevolencia y consideración (no harían mucho por combatir a los esclavistas)”.
Planchado el tema, aun con la renuencia de Tilden, el 29 de enero de 1877, el Congreso designó una Comisión Electoral de Urgencia para destrabar el conflicto con siete republicanos y siete demócratas y un supuesto “voto bisagra” del juez de la Corte Suprema Joseph P. Bradley –quien llevaba bajo la toga la camiseta del partido de Hayes e inclinó la balanza del lado del republicano que llegó a la presidencia por 8 votos contra 7-. Hayes tomó posesión el 3 de marzo de 1877, dos días después del fallo de la Comisión de Urgencia. Perdieron los negros “porque la raza blanca es superior”, según escribió Henry Grady en el Constitution de Atlanta, donde insistió en que “la supremacía de la raza blanca debe mantenerse siempre”. Grady hubiera muerto de un infarto si viviera y viera que un negro se despide hoy de la Casa Blanca en medio de la general aprobación de su país y con grandes logros en lo interno y en lo externo.
México ante Hayes
Entre 1877 y 1888, dice Luis González, volvimos al orden internacional. Díaz y (Manuel) González (en su interregno entre una elección y otra de don Porfirio) nos sustrajeron de la monogamia con el vecino del norte. Las adversarios de Hayes hicieron correr el rumor de que el mandatario miraba con buenos ojos la conquista de México, también querida, según el New York Sun, por los yanquis “especuladores en minas y terrenos mexicanos, la camarilla militar ansiosa de una coyuntura para conquistar ascensos rápidos, los agiotistas, contratistas y aventureros de toda laya. Según el New York Word, los texanos querían propinarle a México “otra patada tan fuerte como la de san Jacinto”. También se dijo que el gobierno vecino buscaba un pretexto para declararle la guerra a México y por tal motivo no reconocía al régimen de Díaz, surgido de la rebelión de Tuxtepec contra Sebastián Lerdo de Tejada.
Pero, sigue Luis González, ante una situación tan apurada (¿Dónde esta don Porfirio para que le dé una lección al presidente que tuerce las manos ante Trump?) el general Díaz no se limito a decir: “Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos” y se cuidó mucho de no darle a Hayes un pretexto para la intervención… Díaz cumplió su abono anual a la deuda con EU, le envió una carta autógrafa a Hayes para decirle que el régimen al que no reconocía era fruto de una elección democrática, “mandó a Washington al talentoso don Manuel María de Zamacona con carácter de agente confidencial y con el fin de deshacer la tormenta que amagaba a México”. Al fin, el gobierno de Estados Unidos reconoció al de México el 9 de abril de 1878, un triunfo sin duda de la diplomacia y de la firmeza del presidente Díaz.
El déspota dictador, según la historia oficial, ante el hecho de la inconveniencia de la “única compañía de Estados Unidos” se abrió al mundo y, dice Cosío Villegas, “comenzó a delinear el que sería un principio cardinal de la política exterior: hacer de Europa una fuerza moderadora de la influencia de Estados Unidos”. De nuevo hay que preguntar: ¿Dónde esta don Porfirio?
Como resultado del reconocimiento del gobierno de Díaz –debido en buena medida a las presiones de los constructores del ferrocarril de El Paso, Texas, a la Ciudad de México y del Congreso estadunidense- desaparecieron los obstáculos para la expedición de concesiones del ferrocarril. Entonces, las relaciones diplomáticas pasaron a segundo lugar frente a un nuevo ambiente que facilitara la construcción de ferrocarriles, la minería, el comercio a través de las fronteras y la rápida penetración del capital estadunidense. Es decir, la realidad y el pragmatismo se impusieron a cualquier otra consideración. ¿Alguien podrá hacérselo entender a mister Trump?
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1) Para la elaboración de este trabajo se consultaron: Breve historia de los Estados Unidos, de Samuel Eliot Morison, Henry Steele Commager y William E. Leuchtenburg; Porfirio Díaz, del héroe al dictador. Una biografía política, de Paul Garner; Historia general de México, tomo dos (varios autores); Breve historia de México, de José Vasconcelos; El Porfiriato, la vida política exterior, de Daniel Cosío Villegas, y varios ensayos en internet, entre ellos una biografía de Rutherford Hayes, de C. Herráiz García