Médico ahora está en el exilio por conflicto en Nicaragua
Ricardo Pineda es uno de los médicos que se dedicó a dar atención a estudiantes heridos.
Agencia
MANAGUA, Nicaragua.- “Cerrar los ojos es traicionar el oficio”, dijo el escritor nicaragüense Sergio Ramírez al recibir el Premio Cervantes apenas cuatro días después del 18 de abril, cuando estalló la protesta contra el gobierno de Daniel Ortega, en Nicaragua.
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Al escuchar la historia de Ricardo Pineda resuena la reivindicación del justo protagonismo que se debe a aquellos que caminan “hacia las fauces que los engullen”, víctimas de un poder que “no lleva en su naturaleza ni la compasión ni la justicia y se impone por tanto con desmesura, cinismo y crueldad”.
Ricardo Pineda Gadea, médico directivo de la Asociación Médica Nicaragüense, afirma que “yo no trabajo como médico del Estado: tengo mi práctica privada”. Ricardo, desde el principio tomó el partido de los estudiantes: “Me preocupó desde un comienzo la actitud del gobierno hacia los heridos, que les negó la atención médica. Fue por esto que me dispuse a proporcionar mi servicio de atención a los que lo necesitan”.
Así empieza la historia de este médico que comparte su pasado sandinista: “A finales de los años 1970 fui guerrillero en el Frente Norte combatiendo contra el dictador Anastasio Somoza y, a partir del triunfo en julio de 1979, estuve en la tarea de la revolución, alfabeticé, corté café y ejercí como médico en un batallón de lucha del Ejército Sandinista.
Toda la vida mi familia y yo fuimos sandinistas.
Pero existe una gran diferencia entre ser sandinista y apoyar a este régimen. El patriota nicaragüense Augusto C. Sandino afirmaba que no había que lucrar ocupando cargos públicos; al contrario, había que servir a la gente.
Ahora este gobierno se está enriqueciendo y son los dueños de todo: de la Asamblea Nacional (parlamento), de la Policía, del Consejo Supremo Electoral”.
Ricardo Pineda habla de cómo empezó a apoyar a los estudiantes que salieron a la calle el pasado 18 de abril, hace ya tres meses, para oponerse a la reforma de las pensiones, pero quizá sobre todo a un gobierno que ya no sentían que los representaba.
“Cuando comenzaron las protestas y empezamos a contar los primeros heridos me indigné, pero cuando hubo que sumar muertos me di cuenta de que esta situación ya no tenía retorno. Tengo clara mi posición y mi decisión: no puedo estar a favor de un gobierno que nos ha expropiado el país con las armas matando a los nicaragüenses”, afirma Pineda.
Las protestas siguen y la represión se hace cada día más brutal, con cifras de al menos 351 muertos, más de 2 mil 100 heridos, 261 desaparecidos y 329 presos según la Asociación Nicaragüense pro Derechos Humanos (ANPDH, independiente).
“Comencé a apoyar las organizaciones que surgieron espontáneamente”, continúa Ricardo Pineda “y los médicos voluntarios fueron de los primeros. Desde mi posición de directivo de la Asociación de Médicos Nicaragüenses llevaba también muchos medicamentos”.Un grave problema es la desatención de los hospitales públicos que por órdenes de Ortega cerraron sus puertas a los heridos, en tanto la represión se hacía más fuerte: los estudiantes detenidos salían de una cárcel que Pineda define como “nefasta, donde hay torturas y cualquier tipo de violación a los derechos humanos: El Chipote”.Así, Ricardo, junto con otros, organizó un puesto de atención justo afuera de esa cárcel –todo un emblema de torturas y de horror bajo la larga dinastía somocista (1937-1979)– donde “conseguimos un toldo para atender diariamente a los familiares de los presos, que tenían un estrés severo. Durante las últimas tres semanas estuvimos ahí día y noche".
El día 13 de julio a las 7 de la mañana, Ricardo se presentó "ahí donde hice mi trabajo diario, hasta recibir una llamada de un compañero que me avisaba que estaban atacando la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN) y que no había médicos.
Eran las cuatro de la tarde, me contó que había heridos, me pidió apoyo y me fui para allá. Llegué a la UNAN: éramos tres médicos.
Uno evacuó los heridos y se fue para un hospital que nos apoya y sí recibe los heridos mientras que con Carlos Duarte, un compañero pediatra, nos quedamos con los estudiantes. A las seis de la tarde los estudiantes decidieron desalojar la Universidad".
"No había nadie en la Universidad —prosigue Ricardo Pineda— y todos nos refugiamos en la Iglesia Jesús de la Divina Misericordia.Poco después llegaron tres heridos más, entre ellos una estudiante de medicina que también estaba atendiendo a los heridos y la balacearon en el fémur.Los otros dos eran estudiantes a los cuales los habían baleado también en las piernas. Procedimos a atenderlos. La situación, sobre todo de la chica era complicada, porque una fractura de fémur siempre puede comprometer la vida. En cuanto la pudimos estabilizar, atendimos a los otros dos muchachos".Pero la situación se agravó. “Pensamos que ya no nos podían seguir atacando porque la Universidad estaba cerrada. Pero no fue así: vinieron los paramilitares con artillería pesada entre ellas metralletas PKM, M16 y AKA47. Adentro estábamos unas cien personas, en su mayoría estudiantes, mientras que afuera otra veintena de alumnos enfrentaron el ataque armados nada más que de su valor. Yo estaba absolutamente seguro de que nos íbamos a morir ahí, porque era imposible que un grupo tan grande y armado de paramilitares hubiera podido ser resistido por uno tan pequeño de estudiantes desarmados".
A las siete de la noche, prosigue el doctor Pineda, "nos informaron que iban a entrar unos sacerdotes para evacuar a la gente. Entraron y se llevaron únicamente a los tres heridos y a un periodista norteamericano del Washington Post.La intención fue la de sacar al norteamericano y de paso se llevaron también a los heridos. Los sacerdotes dijeron que iban a volver al día siguiente. Desde que ellos se fueron y hasta las ocho de la mañana fue una balacera continua, a la cual los estudiantes resistieron con puras piedras, morteros y gritos”.“Hay muchas historias de valor –dice– como el muchacho que murió, Gerard Vázquez. Fue asesinado por un francotirador con un balazo en la cabeza de un fusil Dragonov ruso, que le partió el cráneo. Esa es un arma con una capacidad destructiva enorme; un fusil de alto impacto. Ya lo habían herido dos veces y lo atendimos en el puesto médico; la tercera fue fatal.También estaban dos periodistas que se quedaron voluntariamente con nosotros. Los sacerdotes estaban dispuestos a sacarlos, pero ellos quisieron quedarse para ser testigo de la situación. Siempre escribiendo y reportando cada minuto..."."A las seis de la mañana nos informaron que vendría la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y una ambulancia", precisa el doctor Pineda."Con la luz del día bajamos la guardia. Fue en este momento que mataron a Gerard Vázquez y a otro muchacho de apellido Flores.Los dos habían entrado anteriormente a la Iglesia, al puesto médico con algunas heridas. Se hubieran podido quedar adentro, pero salieron otra vez para que nosotros pudiéramos contar esta historia.A la una de la madrugada llegó un aliento de esperanza: a cuatro cuadras, un grupo de nicaragüense en una caravana y que pedían pasar con sus vehículos, se sentó frente a los paramilitares y la policía. Fue una inyección moral, y además muchos paramilitares se fueron a ese lado y el volumen del fuego de parte de ellos disminuyó”.La caravana estaba formada por muchos de los familiares de las personas en la Iglesia. “Cuando me enteré que también mi hijo estaba en la caravana llamé a un amigo para prohibirle que fuera. Luego logré hablar con él directamente, ya estando mi hijo ahí porque no quiso dejar de ir.
Sentí mucho apoyo internacional, todo el mundo pendiente de nosotros, las organizaciones médicas de toda América Latina. La Confederación de Médicos Nicaragüenses estuvo siempre pendiente y nos pidió un reporte, así como asociaciones de médicos en España y Portugal, Argentina, Costa Rica y México."
El doctor Pineda insiste en que en la Iglesia Jesús de la Divina Misericordia las únicas armas eran los instrumentos médicos y el conocimiento. Pero la situación se complicó para él.
“Me di cuenta que el Ministerio de Salud y los sindicatos médicos oficialistas estaban distribuyendo una foto mía: un Se busca, llamando a matarme y ofreciendo una recompensa por mi vida.Ahora soy un perseguido político por el delito de haber atendido a los heridos a los cuales les cerraron las puertas, o que fueron detenidos al entrar al hospital.Tenemos denuncias de agresiones por parte del personal de hospitales del Estado. Después de las siete de la noche estuvimos haciendo denuncias, enviando audios y testimonios, pero luego tuve un momento en que pensé que faltaban segundos para nuestras muertes. Así que dije adiós en el chat a mi familia”, dice.La voz de Ricardo cambia un poco, presa de la conmoción:
“Eso fue terrible. Decir adiós con un mensaje. Éramos dos médicos, siempre atendiendo. Y siempre juntos”“Nos dimos la mano y le dije fue un placer trabajar con vos. Nos quedamos sentados esperando que nos mataran. Sentí mucho miedo.
Cuando llegaba un herido mi mente se ocupaba, pero apenas se estabilizaba otra vez tomaba conciencia de la situación. Así transcurrimos toda la noche hasta que inesperadamente llegaron de nuevo los sacerdotes con un grupo de la Comisión de Verificación. Una vez fuera de ahí, después de comer y hacer mi denuncia, inmediatamente abordé un vehículo y me fui".
Como ya lo sabe la opinión pública internacional, Nicaragua sigue viviendo una agonía: “El ejército debe responder porque estas armas no las tiene nadie, no las tiene un delincuente común.Tuve que salir del país, estoy escondido. Crucé por puntos ciegos para no pasar por Migración. Estoy seguro que si mostraba mi cédula me iban a detener.Estoy siendo perseguido porque el gobierno cerró las puertas de los hospitales a su gente y quieren atemorizarnos a nosotros los médicos que sí podemos ayudar”, afirma el doctor Pineda, ahora en la clandestinidad.Este 19 de julio se celebra el 39 aniversario de la revolución sandinista, aquella que alguna vez lideró junto a otros guerrilleros el hoy dictador Daniel Ortega, empeñado a sus 72 años junto a su esposa y vicepresidenta Rosario Murillo en silenciar a sangre y fuego cualquier atisbo de rebelión en su contra, luego de traicionar por ambición de riquezas y poder, como cualquier tiranuelo, los principios del patriota Sandino.