Sirios viven un Ramadán agridulce tras el derrocamiento de Assad
Mientras experimenta su primer Ramadán de vuelta en Siria, Mariam Aabour vive una mezcla de alegría y melancolía.
Cuando Mariam Aabour recibió la noticia del derrocamiento del presidente sirio Bashar Assad, no pudo contener las lágrimas de alegría.
Aquella emoción de regresar a su tierra natal, tras años de refugio en Líbano, estuvo acompañada de sentimientos encontrados.
El regreso significaba volver a casa, pero también dejar atrás a su hijo y a su hijastro, quienes permanecieron en Líbano para trabajar y ayudar con las deudas familiares. Además, meses antes de su retorno, su padre falleció en Siria sin que ella pudiera despedirse.
Su hogar en su país de origen quedó reducido a escombros y no tiene los recursos para reconstruirlo.

Ahora, mientras experimenta su primer Ramadán de vuelta en Siria, Aabour vive una mezcla de alegría y melancolía. Como ella, muchos sirios que han regresado recientemente celebran el fin del régimen de la familia Assad, ocurrido en diciembre tras una rápida ofensiva rebelde.
Disfrutan de la posibilidad de reconectar con su cultura y tradiciones, al mismo tiempo que enfrentan enormes desafíos en un país marcado por una larga guerra civil y una difícil transición política.
El Ramadán, un mes sagrado de ayuno y reflexión, también es tiempo de reuniones familiares y celebraciones. Para muchos, la festividad se ve ensombrecida por la ausencia de seres queridos que murieron o desaparecieron durante el conflicto. La guerra dejó hogares destruidos y familias separadas por el éxodo masivo de millones de sirios.
A pesar de las dificultades, Aabour encuentra consuelo en los sonidos familiares de su tierra. Escuchar la llamada a la oración desde las mezquitas locales, que marca el fin del ayuno diario, le devuelve una sensación de pertenencia que había perdido en el exilio. En Líbano, donde vivía, no tenía mezquitas cercanas y dependía de su teléfono para saber cuándo romper el ayuno.
Pero la pérdida sigue presente en cada comida. Sentarse para el iftar sin su padre y sin su hijo, asesinado antes de que la familia huyera de Siria, es un dolor que no desaparece. Recuerda con tristeza cómo, con apenas diez años, su hijo disfrutaba un plato de arroz con guisantes y la ayudaba con entusiasmo a llevar los platos desde la cocina.
Ahora, ese recuerdo es solo una sombra de lo que fue una familia unida antes de la guerra.
Con información de AP