Como en los años de Tía Cleta

En unos meses el país ha pasado de una fase maniaca, oscilando entre feliz e irritable, a una fase depresiva.

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En alguna época, mi Tía Cleta fue pretendida por Fernando Blanco. De tez morena como una noche sin luna, El Negro Blanco, como le decían de cariño, cargaba en su nombre una contradicción permanente. No ha de haber sido fácil cargar con tanto contraste día tras día. Acaso de ahí surgió la bipolaridad que le acompañó de por vida.

Algo similar parece ocurrir en el país, el que en unos meses ha pasado de una fase maniaca, oscilando entre feliz e irritable, a una fase depresiva en la que la pérdida de la autoestima y el desgano se mueven a sus anchas. No sólo porque la narrativa de la historia cotidiana ha cambiado, sino porque aquello que en el discurso pareciera ser común a todos en la práctica es un verdadero galimatías. 

Si acaso el ciudadano escucha, lo más seguro es que no entienda. Por ello, no puede más que desconfiar. Pensemos en el tan traído tema de qué hacer con la corrupción en el país, la que, todo indica, ha vuelto por sus fueros de manera preocupante.
Con sus matices, los partidos políticos dicen querer apoyar la creación del Sistema Nacional Anticorrupción, todos salvo el PRI.

Éste enfatiza la creación de la Fiscalía General y la ampliación de facultades de la Auditoría Superior de la Federación y de la resucitada Secretaría de la Función Pública. Pero más allá de la vergüenza que debiéramos sufrir por lo que indica la renovada discusión sobre la corrupción en México, fenómeno tan cultural e institucional como ningún otro, el ciudadano contrasta discurso con realidad y no puede sino desconfiar. Dos perlas:

Ante el desfalco para el DF por la Línea 12 del Metro, la izquierda señala que el cuestionamiento a Ebrard y compañía “es político”. Defensa a ultranza de los suyos para que nadie rinda cuentas. Ante el daño a la imagen presidencial por el conflicto de interés, en un error de comunicación él mismo da posesión al nuevo secretario, quien dificulta su propia labor apenas en su primera entrevista.

Dicen que quienes sufren trastorno bipolar tienen mayor riesgo de suicidarse. Son más propensos a intentar modificar su realidad mediante el consumo en exceso de alcohol o de otras sustancias, lo que agrava los síntomas y los acerca al barranco.

Dicen también que los países no se suicidan, pero cuando se ve lo que sucede en Venezuela, por ejemplo, o lo que pudiera suceder en Grecia, si ésta cree que puede modificar su realidad haciendo lo mismo que le llevó a la bancarrota, más valdría hacer lo correcto y llamar de inmediato a un profesional. No sea que de no extirpar el tumor de la corrupción, en unos años el país termine llamando a un misionero de pacotilla para que le cure.

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