La conmovedora solidaridad de los mexicanos
Mucha gente se pregunta por qué debía un camión cisterna estar descargando gas en una clínica. El problema no está ahí, sino en la inobservancia de protocolos...
Otro accidente, el del hospital de Cuajimalpa, que no hubiera debido ocurrir pero que, en la realidad tercermundista de nuestro país, termina siendo un capítulo habitual de un paisaje marcado por el descuido, la irresponsabilidad, la dejadez y —lo de siempre— la corrupción.
Mucha gente se pregunta por qué debía un camión cisterna estar descargando gas en una clínica (como si el consumo de energía de un centro médico pudiera ser asegurado de otra manera y como si una instalación subterránea —en lugar de que el energético fuera aprovisionado por camiones— no fuera, también, un factor de riesgo cuando no se cumplen las normas).
El problema no está ahí sino en la inobservancia de protocolos y, muy probablemente, en la falta de mantenimiento de equipos e instalaciones. Después de todo, la turbosina que utilizan los aviones es también muy inflamable y los pasajeros —de todas las edades, incluyendo bebés y mujeres embarazadas— embarcan en los aparatos mientras se están llenando sus depósitos de combustible.
Pero, más allá de la criminal negligencia de unos y otros (me quedan dudas, por cierto, de que los operadores del camión sean los primeros culpables de la tragedia siendo que basta una manguera desgastada o una válvula defectuosa para que todo se salga fuera de control; eso sí, serán ellos quienes pagarán, antes que nadie, los platos rotos), hemos podido observar otro fenómeno que es también muy característico cuando los mexicanos enfrentamos la adversidad: de pronto, salida de la nada, se despliega una asombrosa solidaridad ciudadana y la gente común interviene, movida por un espíritu generoso que no suele manifestarse en el simple acontecer de la cotidianidad.
Luego de que ocurriera el siniestro y de que llegaran centenares de trabajadores, por la noche, a despejar los escombros (otra cosa: la destrucción del inmueble es absolutamente desproporcionada, como si resultada de un implacable bombardeo aéreo o algo así), los vecinos salieron espontáneamente a la calle para ofrecer café, sándwiches y agua a los operarios.
Al constatar este conmovedor respaldo no puedes menos que preguntarte qué suerte de país es éste y, a la vez, interrogarte sobre esa presunta disgregación del “tejido social”—tan evidenciada cada vez que se toca el tema de la delincuencia en México y tan mencionada en el tema de las políticas públicas que habrán de implementarse para contener la oleada de violencia que estamos viviendo— que, llegado el caso, no parece manifestarse porque los ciudadanos exhiben, por el contrario, una ejemplar cohesión.
Hay que leer, en este sentido, al último libro de Sara Sefchovich (¡Atrévete!, Ed. Aguilar) —un ensayo de una extraordinaria puntualidad, aderezado de incontables citas y referencias, que describe clarísimamente los factores que componen el entramado de la inseguridad en nuestra sociedad— y en el que, a contracorriente de lo que se suele sostener, la autora afirma que ese tejido social “está sólido y fuerte, porque las familias se apoyan, ayudan y protegen. Y este tejido funciona por igual para lo que se considera ‘positivo’ como para lo ‘negativo’, es decir, para las familias ‘normales’ y para las que viven en y de la ilegalidad y la delincuencia. De hecho, entre los delincuentes existe un tejido social tan sólido que sus familias los ocultan y defienden y éstos, a su vez, ayudan, obsequian y cuidan de madres, hermanas, parientes, hijos, primos, cuñados, y hasta vecinos y amigos”.
Dejando de lado la inquietante realidad de la complicidad con el crimen en diferentes comunidades —Sara se pregunta: “¿Qué más muestra de un tejido social sólido que la solidaridad vecinal en las colonias y barrios cada vez que la policía quiere entrar a buscar delincuentes […] cuando los residentes de las vecindades se enfrentan con elementos de la policía para evitar que se lleven a quienes han asaltado automovilistas o un transporte con mercancía? ¿Qué más muestra de un tejido social sólido que cuando aparece un desconocido que resulta sospechoso y se convoca a la comunidad que inmediatamente acude a lincharlo?”— el hecho de que la gente se solidarice de manera perfectamente espontánea, así sea en situaciones de excepcionalidad, resulta bastante esperanzador cuando lo que se cuestiona, justamente, es la capacidad de los mexicanos para movilizarse en torno a intereses comunes.
Sin embargo, el reto es mayúsculo. Porque, detrás de la innegable generosidad y desinterés de los vecinos, hay siempre una causa de tan perentorio —y urgente— interés que merece su acción inmediata y solidaria. Desafortunadamente, no hemos encontrado todavía el gran sueño nacional para que la noble solidaridad de los mexicanos se manifieste en el desnudo escenario de lo cotidiano.