Espías, el viejo oficio

Aunque la historia no ha desentrañado el origen de la conspiración, Demóstenes aparece al menos como una parte importante.

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Demóstenes figuraba entre los principales enemigos del rey Filipo II, padre de Alejandro Magno. De esas arengas y encendidos discursos contra los ambiciosos planes de expansión del monarca se deriva el término “filípicas”. 

El célebre orador griego anunció ante la Asamblea Ateniense la muerte de su contrincante, perpetrada por un guardia en una ciudad de Macedonia. Fue un complot, ya que el sicario tenía a su disposición un operativo de escape, fallido al final de cuentas porque fue detenido en la escena del crimen.

Aunque la historia no ha desentrañado el origen de la conspiración, Demóstenes aparece al menos como una parte importante, quizás instigador, debido a que su reporte en Atenas coincidió en el tiempo con la ejecución, y en aquella época era imposible, dada la distancia, que hubiera sido informado de las novedades generadas en tierras tan distantes. 

La motivada especulación obligó al orador a dar una explicación que satisfizo a algunos en ese mundo politeísta: “Fui informado por los dioses”.

Todo este enjambre de intrigas, grillas ancestrales, llevó al poder a Alejandro Magno, en medio de una guerra de espionaje entre persas, macedonios, griegos y pueblos asiáticos, añadidos los dioses, en torno al imperio, como puede constatarse en Alexander The Great, la documentada biografía de Jacob Abbott en la serie “Makers of History” que el lector puede encontrar gratuito en la Apple Store.

Estos episodios datan de los años 300 antes de Cristo. Hoy la palabra espiar es definida en inglés, en su primera acepción, como “observar de forma secreta usualmente para propósitos hostiles”, y su primer uso es marcado por el diccionario Merriam-Webster en el siglo XIII, en su antigua forma spien derivada de una voz anglofrancesa, espier, de origen germánico. 

De hecho, en francés la definición primera de espión es más específica: “Persona encargada por un país de recolectar de forma clandestina, en otra nación, información secreta”.

Hoy la novedad, con las filtraciones de Julian Assange y Edward Snowden, radica en que en el mundo contemporáneo la información recolectada por los equipos de inteligencia de los gobiernos ya no solo es usada para presionar y conspirar a niveles ejecutivos. 

Hoy esas bases de datos están al alcance de cualquier usuario de una computadora, basta dar un clic a los portales que hacen eco de las divulgaciones de The Guardian, Der Spiegel o Le Monde.

Estas escuchas, celulares pinchados, micrófonos, alcanzan niveles insospechados. Si el televidente vio como un exceso que Walter White, el popular personaje principal de Breaking Bad, pusiera un dispositivo en la oficina de su cuñado, un agente de la DEA, tiene que leer el libro El Mossad, de Gordon Thomas, quien documenta cómo la agencia israelí colocó un pequeño artefacto debajo del escritorio del jefe de la CIA estadunidense, ni más ni menos. Primero la realidad, luego la ficción.

Frente a las “explicaciones” y “justificaciones” que hoy ensaya el jefe de la Casa Blanca por el escándalo del espionaje, hay que recordar a José Saramago, quien escribió en El Cuaderno, recopilación de blogs del portugués de septiembre de 2008 a marzo de 2009: “A Martin Luther King lo mataron”.

Cuarenta mil policías velan en Washington para que hoy no le suceda lo mismo a Barack Obama (...) Sería como matar dos veces el mismo sueño”. Después le hace un llamado a dejarse de “discursos engañosos”, porque de esos, dice, “lo sabemos todo”.

Obama acaso jamás haya leído a Saramago. Quizá tampoco a Albert Camus, quien decía que si alguien quiere ser reconocido, basta con que diga quién es. Hoy la evidencia resumida con la coloquial expresión de “hay pájaros en el alambre” demuestra que, como en el mundo de Alejandro Magno, nadie tiene que ser tan optimista.

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