Faltaba el coro argentino en la tragedia
El monumental despropósito de que el Gobierno mantiene vivos a los 42 estudiantes de Ayotzinapa justifica, a diario, protestas y movilizaciones de ciudadanos que no cuestionan siquiera la demencial naturaleza de lo que reclaman.
Nunca habrá manera de convencer a nadie que no quiera ser convencido. Pero, al mismo tiempo, tampoco se podrá neutralizar la deliberada mala fe de quienes, aduciendo la superioridad moral que resulta de su adhesión a una presunta causa justa, se sirven abusivamente de falsedades, infundios y acusaciones tremendas.
No he escuchado suposición más irracional, absurda, incoherente, desaforada, desmedida, exagerada, ilógica, extravagante, estrafalaria, extraña, asombrosa, inaudita, inconcebible, incongruente e insensata que la de que el Gobierno mantiene vivos a los 42 estudiantes de Ayotzinapa. Pero, curiosamente, este monumental despropósito ha adquirido la dimensión de una demanda tan perfectamente legítima que justifica, a diario, protestas y movilizaciones de ciudadanos que no cuestionan siquiera la demencial naturaleza de lo que reclaman.
Hay mucho oportunismo, desde luego, e intereses bien particulares de grupos que, a la estrategia extorsionadora que suelen practicar para recibir su acostumbrada tajada de prebendas y privilegios, suman la pretextada solidaridad con esos omnipresentes “familiares de Ayotzinapa” que, no lo olvidemos, comparten su desgracia con miles y miles de mexicanos que han perdido también a sus seres más queridos en las más atroces circunstancias.
Esto ya se ha vuelto una marca registrada, vamos, una suerte de franquicia que se reparten tanto las camarillas corporativistas como cualquier pandilla de agitadores para embolsarse alegremente las cuotas de las autopistas. Es “para los padres de los estudiantes desaparecidos”, dicen, y ahí no tienes ya escapatoria porque la sombra de una tragedia tan descomunal no sólo oscurece cualquier posible reticencia sino que anestesia todo espíritu crítico.
Por momentos, se admite la posibilidad de que, en efecto, los jóvenes hayan podido ser masacrados. Pero, entonces, fue el Ejército. Y, a partir de ahí, es obligatorio inspeccionar todos y cada uno de los cuarteles de este país (digo, alguna huella habrán dejado los militares, por puro descuido).
En la ecuación faltaban los forenses argentinos. Pues, ya están. Ah…