Libros perturbadores
Hay libros desagradables, perturbadores, pero obras maestras que el lector no podrá soltar hasta la última página.
Claudio Magris ha escrito que ser un autor desagradable es arduo y aunque muchos lo intentan y presumen serlo, no se trata más que de buenos muchachos deseosos de parecer provocadores, ofensivos y malos, pero buenos sin remedio y personas de bien. Recuerda las palabras de André Gide, quien decía que con buenos sentimientos no se hace literatura.
Así también hay libros desagradables, perturbadores, pero obras maestras que el lector no podrá soltar hasta la última página.
El fusilero quiere dar fe en la materia comenzando con La fiesta del Chivo, novela de Mario Vargas Llosa que relata un tramo de la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en República Dominicana, El Benefactor, cuyos crímenes alcanzaban no sólo al enemigo, sino a sus propios colaboradores y familiares.
Los efectos de las barbaridades del tirano, en la pluma de Vargas Llosa, van de las náuseas al dolor de cabeza, pero la prosa magistral obligará a quien se haya dado una pausa a volver al libro hasta ponerle fin. Caso similar al de Ensayo sobre la ceguera, en el que José Saramago cuenta la historia de un hombre que llega a un semáforo en rojo y en la espera ocurre el hecho insólito de que no sólo él, sino toda una población, han perdido la vista, escenario que, como en el desastre seguido a un fenómeno natural, transforma la naturaleza humana: caos, pillaje, violencia, violaciones, secuestro, trata.
Los cantos de Maldoror, obra maestra y única del Conde de Lautréamont, francés nacido por accidente en Uruguay cuyo nombre real es Isidore Ducasse, es, en palabras de Gaston Bachelard, el complejo de la vida animal, la energía de la agresión, una verdadera fenomenología de la agresión. El ser ducassiano no digiere, muerde; las ganas de vivir son ganas de atacar.
Dostoievski, como dice Magris, es familiar con el mal y con la infamia, pero no es desagradable, porque en sus tinieblas más oscuras se advierten, al menos como exigencia inalterable, caridad y redención. Sin embargo, el lector no puede escapar al horror de algunos personajes, como Raskólnikov en Crimen y castigo, joven estudiante que termina enredado en una maraña de crimen, usura, amor filial, persecución policiaca, remordimientos y condena en Siberia.
En crear personajes detestables, abominables, Charles Dickens es un maestro, porque no son seres de ultratumba al estilo de Poe, Hoffman y Lovecraft, sino demasiado humanos, como Uriah Heep, pesadilla de David Copperfield a lo largo de todo el segundo tomo de la gran novela que lleva el nombre del héroe.
En el ensayo que dio pie a esta selección, titulado “Cuando la literatura golpea como un puño”, Magris resume que este sentido de lo terrible, como Cumbres borrascosas, radicalmente desagradable, representa una alta humanidad, porque mirar de frente a la Medusa es la única posibilidad de resistirse a ella. “El corazón”, decía Flaubert, “tiene sus letrinas, y sólo la pluma de un escritor verdadero es capaz de limpiar y pulir esa podredumbre”.