¿Un país de sueños incumplidos?
Nuestras ciudades crecen de la manera más caótica pero, a la vez, no se construyen las obras que hacen falta. Ni en Guadalajara ni en Ciudad de México se han terminado los anillos periféricos. Y de los trenes rápidos ni hablemos.
Por más que el recorte presupuestal —y la consecuente cancelación de grandes proyectos de infraestructura— resulte de políticas públicas sensatas y responsables (de hecho, en el polo opuesto de los precipitados dispendios que acostumbran los gobernantes populistas para contentar a sus clientelas), no puedo menos que sentir una gran decepción: esta historia la hemos ya vivido en incontables ocasiones los mexicanos.
Parece una auténtica maldición nacional. Naturalmente, sí se va a construir el aeropuerto de Ciudad de México, una obra necesarísima para una de las capitales más grandes y pobladas del mundo, pero el proyecto, a decir verdad, debería de estar completamente terminado, hoy, aquí y ahora.
No entiendo cómo es que no se emprendió una edificación que hubiera empleado a miles de trabajadores, que hubiera contribuido al crecimiento económico y al bienestar de incontables ciudadanos y que, por si fuera poco, la deseaban muchos de los propios pobladores de San Salvador Atenco que no tuvieron ni voz ni voto porque, al final, se impusieron los intransigentes y reaccionarios de siempre.
Y sí, cada vez que se plantea una obra, comienzan a escucharse las airadas voces de quienes quieren que México se quede fijado, por los siglos de los siglos, en una suerte de inmovilidad, pretextando el supersticioso respeto a un pasado que se reverencia de manera tan interesada como destructiva.
Al mismo tiempo, vivimos en ciudades sin parques y con aceras estrechísimas porque nuestras autoridades no han logrado todavía imponer a las compañías constructoras unos mínimos reglamentos de beneficio colectivo: ponen, eso sí, trabas absurdas e imbéciles, pero es meramente para estorbar, al principio, y luego facilitar las más abusivas prácticas a cambio del consabido soborno. Corrupción pura y dura, se llama el tema.
De tal manera, estamos en el peor de los mundos: nuestras ciudades crecen de la manera más caótica pero, a la vez, no se construyen las obras que hacen falta. Ni en Guadalajara ni en Ciudad de México se han terminado los anillos periféricos. Y, bueno, ya de trenes rápidos ni hablemos.