Pasión, afición y profesión de Scherer

“Camine, camine y camine”, recomendaba Julio Scherer. “No hay nada mejor para la salud y, cuando sienta que no puede dar un paso más, es que apenas va usted a la mitad”.

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“Dígame, Carlos, ¿qué hago con este hombre?: sale a las seis de la mañana para ir al sauna y regresa a las doce de la noche… ¡para meterse al sauna!”, me decía jocosa en la casa de Gabriel Mancera doña Susana Ibarra de su marido, Julio Scherer García, a quien le habíamos regalado para su hogar lo que tanto le gustaba y que a Froylán, Vicente y a mí nos divertía suponer una “caja de tormento”.

Don Julio acostumbraba mucho también irse a nadar todos los días, y las conversaciones intensas o importantes las prefería en caminatas de una o dos vueltas a la manzana o (y no había manera de zafarse), dos o tres de Pilares a San Antonio y de regreso hasta Félix Cuevas para retornar a Fresas 13.

“Camine, camine y camine”, recomendaba. “No hay nada mejor para la salud y, cuando sienta que no puede dar un paso más, es que apenas va usted a la mitad”.

En una de ésas me contó de alguien que le había dicho que todos los hombres debemos tener una afición, una pasión y una profesión.

“Para mí las tres son lo que hacemos…”, decía.

Y es que el reporteo de todo lo llevaba en la piel y la entraña.

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