Televisión obligatoria por cortesía de los senadores
De qué demonios sirve interrumpir la programación de las cadenas privadas de televisión abierta para ofrecernos un resumen de cómo va la reforma energética.
Como todos los días al anochecer, me apoltrono delante del televisor y me dispongo a mirar lo que me viene en gana. Hay mucho de dónde escoger: informativos, series, telenovelas, documentales, películas, emisiones religiosas, cintas pornográficas, canales de ventas de artículos para ponerte musculoso o adelgazar, cadenas extranjeras (RTV, DW, RAI, Fox News, CNN), programas deportivos, dibujos animados, clases de cocina, concursos o conciertos.
En ocasiones, esta abundantísima oferta de contenidos resulta extrañamente soporífera porque zapeas un buen rato y no terminas por encontrar un programa atractivo pero, en fin, ese es otro asunto. Pero, en todo caso, tienes siempre la libertad total de poder maravillarte con un reportaje sobre un altísimo rascacielos, de concentrarte en un debate sobre los derechos de los animales o de anestesiar tus sentidos con la más inane y frívola de las trasmisiones.
Muy bien, se aparece, en este tablado audiovisual, el supremo Senado para proponerle a nuestro ministerio del Interior (por cierto ¿cuándo recuperaremos esa práctica republicana de nombrar ministerios a los departamentos en que se divide la gobernación del Estado mexicano, siguiendo una tradición mucho más apegada a nuestras raíces latinas que a esa otra, la estadounidense de las secretarías, que los wannabes fundadores del actual sistema político calcaron como imitamonos de los yanquis?) que obligue a las televisoras a que emitan unas cápsulas explicativas, todas las noches en horario prime time, para que los desinformados ciudadanos de este país nos enteremos de qué va la reforma energética que se tramita actualmente en nuestro Congreso bicameral.
Pero, a ver: ese mentado Congreso, ¿no tiene ya un canal propio donde se trasmiten concienzuda y meticulosamente los debates que escenifican sus prohombres, incluidos los coloridos numeritos que montan en la tribuna del pueblo personajes de la calaña de la Sansores y otros vagamente impresentables? ¿Por qué, entonces, si cualquier hijo de vecino se puede recrear y embelesar en el irrestricto consumo de las imágenes de sus inflamados cónclaves, ahora pretenden los señores senadores del Senado que el máximo responsable de la política interior de la nación interrumpa, por decreto, nuestras plácidas sesiones televisivas vespertinas?
Digo, si de cualquier manera tenemos la facultad de apagar el televisor en el momento mismo en que se aparezca algunos de ellos bramando en la pantalla plana, ¿entonces de qué demonios sirve interrumpir la programación de las cadenas privadas de televisión abierta para ofrecernos un resumen —que encima, sería una selección de los momentos legislativos realizada arbitrariamente por quien sabe quién— de sus conciliábulos? Que alguien me explique este avieso propósito de los legisladores de ensartarnos lo energético por la fuerza.