¿A dónde vamos después de morir?
David Ojeda: ¿A dónde vamos después de morir?
Las creencias se van construyendo a lo largo de la vida. A la pregunta ¿a dónde vamos después de morir? Se pueden encontrar muchas respuestas, cada una desde la mirada de cada persona y sus credos, pero ¿y si hubiera una forma de juntar las creencias científicas, humanistas y teológicas podríamos obtener una hipótesis más aceptable de lo que sucederá con nosotros después de morir?
Resulta que a esta pregunta le he dado infinidad de vueltas, por un lado, soy cristiano (católico) y como casi todas las religiones creo en Dios, en uno omnipresente que nos dio dos grandes regalos: la vida y el libre albedrío. De hecho, somos, desde mi mirada, seres tan libres que tenemos la posibilidad de creer en cualquier cosa, incluso en que Dios no existe.
Por otro lado, soy médico, y con ello científico. Mi vida se basa en la comprensión del porqué de las cosas, de la fisiología, de la razón, de los números y la verdad constatable y, por otro último lado, soy psicoterapeuta, amante del humanismo y la tanatología, teniendo tras su estudio el privilegio de acompañar a personas que están cerca de la muerte mientras suspiro frente al miedo que la misma causa por el desconocimiento de qué vendrá después de morir.
Con todo lo anterior me he fijado una hipótesis que conjuga mi mirada científica, religiosa y humanista: En una materia de la maestría en psicoterapia humanista llamada bioenergética, nos dijeron que los seres humanos somos energía. Mi yo médico rió, ¿cómo es posible?, me pregunté, pero luego recordé que nuestro corazón tiene latidos porque tiene impulsos eléctricos generados por el nodo sinusal y que, las células tienen un potencial de membrana que también es energía, así como poseen, en la mitocondria, una molécula llamada adenosín trifosfato (ATP), la cual transporta energía química para las funciones de la célula y que se forma gracias a la glucosa que proviene de los carbohidratos que se convierten en esa energía para poder hablar, pensar, caminar, etc. Incluso recordé que para que mi bebé se duerma temprano hay que cansarlo para que gaste su “energía”.
Así que sí, somos seres de energía por donde queramos ver, desde el músculo actuando con la miosina para contraerse hasta las neuronas que transmiten señales eléctricas para que tengamos emociones. Como parte de la ley de la conservación de la energía, Lavoisier, padre de la Química, dijo que la energía no se crea ni se destruye sólo se transforma. Así que, desde mi visión científica, nunca nos terminamos, si somos seres de energía y esta no se destruye y sólo se transforma, quiere decir que dejamos nuestro cuerpo físico mientras la energía, que bien puede ser el alma, se transforma o se une a la energía del ambiente conjugándose en el calor del universo, tomando como “universo” a todo lo que tenemos a nuestro alrededor, aquí cerca y más allá de las estrellas.
Curiosamente, para la astronomía, se considera como cielo a todo el universo que se expande ante nosotros y, para la Biblia y las religiones que creen en el Dios de Abraham, Éste está en el cielo. Desde mi mirada católica, al morir, iré con Dios, iré al cielo. Si Dios está en el cielo y este (el cielo) está en todo lo que nos rodea y, como nos dice el cristianismo, Dios está en todas partes, quiere decir que, al morir estaremos con Dios, es decir, en todas partes, formando una misma energía, la de disfrutar de Nuestro Señor y la de estar junto a nuestros seres queridos, pues, como la energía se transforma, pasa a ser parte también de la energía quienes amamos dentro de su corazón, el verdadero cielo, el lugar donde también se encuentra Dios, así que sí, al morir, también desde esta hipótesis, nos esperaría una nueva vida, la vida eterna donde nos volveremos a encontrar siendo uno mismo, la energía que mueve al mundo, la que creó el universo, la que está en todas partes, la energía del amor, la que no tiene fin: Dios.