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Se podía caminar por la costera o el centro, visitar La Quebrada para ver a los clavadistas en el día o por la noche; cenar hasta altas horas de la noche en sitios de moda como “El Zorro”, que ofrecía quesos fundidos y carnes al carbón; por las mañanas, disfrutar del Sol, la arena y nadar o bucear en Pie de la Cuesta, Caleta, Caletilla, Papagayos, Condesa o cualquier playa; por las noches, las lunadas o visitar la variedad de bares, discotecas y centros nocturnos –como Sótano Bear, Bocaccio, Armando's Le Club, Tiberios, Le Dome, Mr. Frog’s y el Baby’O– en la Costera Miguel Alemán, plagada de comercios sofisticados, y otros no tanto. El turista y el residente del puerto podía trasnocharse y hasta dormir en el hotel “Camarena”, sin riesgo.

Era el puerto preferido de los “chilangos” (a unas cinco o seis horas del entonces DF, vía Flecha Roja o Estrella Blanca; aún no existía la Autopista del Sol) para escaparse con los cuates de la cuadra o con la familia en los puentes y en vacaciones. Eran famosos el burro de la Roqueta y el Yate “Fiesta” con sus paseos nocturnos por la bahía. Los lugareños disfrutaban bailar la música del “Acapulco Tropical” de Walter Torres, la Luz Roja de San Marcos y Los Magallón, de la costa chica. Comenzaba a ponerse de moda la música disco. ¿Los precios? Muy accesibles en esos primeros años de los 70 del siglo pasado, tanto en hoteles, bares, restaurantes y hasta el servicio de taxis, que te llevaban seguro a tu destino.

También era el preferido del turismo extranjero. Varias estrellas de Hollywood tenían sus residencias y siempre había mucho “gabacho” por calles y playas. Con el auge del turismo, los hoteles se multiplicaron y alargaron la costera que llegaba hasta Icacos. El Centro de Convenciones se inauguró en octubre de 1973, apenas dos meses después que llegamos al bello Acapulco. La Base Naval de la Armada, en Icacos, estaba al final de la costera y era sede de la Fuerza Naval del Pacífico, de una Compañía de Infantería de Marina, de la Primera Compañía de Trabajos Submarinos y de buques como cañoneros, escolta, transportes de guerra, salvamento, dragaminas y guardacostas recién activados de San Diego. El yate presidencial “Sotavento” entraba en desguace. Muy cerca del muelle de la Armada llegaban los enormes buque-tanques de Pemex, que casi besaban la playa, para descargar toneladas de combustibles.

Todos estos recuerdos, unos cuantos de muchos acaecimientos, aventuras y anécdotas que vivimos con varios compañeros en nuestra primera comisión, plena de aprendizaje en la Marina –cuando despuntaba nuestra adolescencia–, llegan como una marejada al ver las condiciones actuales de Acapulco, por la corrupción de funcionarios y como rehén de la delincuencia, por la incompetencia de las autoridades estatales y municipales, que afloró tras el paso del huracán “Otis”, en octubre pasado.

Dos años después, en 1975, partimos hacia una nueva comisión en otro guardacostas de base en Mazatlán. Desde entonces, nunca hemos regresado a Acapulco, donde dejamos grandes amigos y compañeros que se quedaron a radicar ahí y a quienes deseo que el puerto vuelva a resurgir y recobrar su encanto y su tranquilidad para que luzca su belleza en todo su esplendor. Los acapulqueños, sus familias, Guerrero y todo México se lo merecen.

Anexo “1”

¿…Y Cancún?

A principios de los 70, Cancún estaba en pañales, apenas recibiendo a los yucatecos, primero de municipios del oriente y luego de varios del Estado, y a chetumaleños, que iban a probar fortuna allí, en ese puerto del Caribe. Quintana Roo emergía como el estado 31 en octubre de 1974 y con ello su despegue vertiginoso cuando estaba en auge el comercio de importación y la zona libre de Santa Elena, Belice, colindante con Subteniente López del lado mexicano, y como límite el río Hondo.

Hasta inicios de los 80, de Playa del Carmen hasta Tulum –donde se podía visitar sin costo las ruinas mayas y nadar al pie– todo eran casi virgen, apenas unas cuantas casitas de pescadores, como en Puerto Aventuras. El aeropuerto de Tulum (en Felipe Carrillo Puerto) lo opera el Ejército, pero antes existía una pista de terracería donde aterrizaban por alguna emergencia aviones pequeños de la Armada, cuidada por una partida de Infantes; en 1987 el Gobierno del Estado cedió el terreno a la Marina para construir la Base Aeronaval de Tulum.

No existía la Costa Maya. Mahahual estaba entre selva y mar, lo mismo que Ubero, Punta Herrero y Xcalak, donde había partidas de Infantería de Marina, principalmente para evitar la pesca ilegal del caracol blanco y la langosta, así como tráfico de estupefacientes. También había una partida en Playa Linda, primero en campers, en la costera de Cancún, cuando estaba en su primera etapa. Ya llovió.

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