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Han pasado 214 años desde que Miguel Hidalgo dio el grito de independencia en Dolores, la madrugada del 16 de septiembre. Desde entonces, los gobernantes han cambiado las arengas y vítores originales para exaltar a “los héroes que nos dieron patria y libertad” y a la soberanía nacional.

Leo que el primer registro conocido de esta celebración fue el 16 de septiembre de 1812, por Ignacio López Rayón en Huichapan (ahora Hidalgo), con una descarga de artillería, según escribió en su diario de operaciones militares. Al año siguiente, José María Morelos y Pavón incluyó en sus Sentimientos de la Nación una solicitud para conmemorar este movimiento en homenaje a sus iniciadores. Y en 1825, Guadalupe Victoria, primer presidente de México, designó el 16 de septiembre para celebrar nuestra independencia.

Al paso de los años, se comenzó a hacerlo desde la noche anterior, y en 1896, por decreto del presidente Porfirio Díaz, se oficializó la tradición de dar el “Grito” la noche del 15 de septiembre, acto que sigue erizando la piel y aflora el sentimiento por nuestra patria. Precede al desfile militar del día 16, emulando la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, consumando así la independencia el 27 de septiembre de 1821.

A más de dos siglos de este hecho histórico, cada mandatario ha pretendido dejar su impronta en las arengas del Grito, incorporando héroes ajenos al movimiento (Juárez, entre ellos), lemas de Gobierno o postulados que llaman a la paz y la concordia. El pasado domingo, el titular del Ejecutivo incluyó nuevas ¡vivas! a la justicia, la democracia, a la soberanía, al amor, a los trabajadores mexicanos que son de los mejores del mundo (sic), a nuestros hermanos migrantes, a todas y todos los mexicanos; y ¡mueras! a la corrupción, la avaricia, el racismo y la discriminación.

Además, cada Gobernador o Alcalde trata de poner su sello el día del Grito. Algunos lanzando vivas al Presidente o ideologías de partidos, como corifeos de un Gobierno ávido de ovaciones y reconocimiento; estas alabanzas agravian a quien las hace y a quien las recibe. A veces cometen yerros por ignorancia o porque los nervios traicionan. Todo esto no es patriotismo, definido como el sentimiento positivo hacia la tierra natal, que se expresa por motivos culturales, históricos o populares; sino patrioterismo, es decir, una actitud producto de fanatismo exacerbado que raya en lo ridículo. Al respecto, ya hemos mencionado aquí algunos casos, como los siguientes:

Un boxeador portando una bata con los colores de la bandera y el escudo nacional sube al ring con música de banda o mariachi y alguien de su equipo ondea el lábaro patrio; un atleta gana una competencia de pista y da la vuelta al estadio ondeando la enseña nacional que luego se coloca como capa; un músico de un conjunto norteño toca un acordeón con los colores patrios… ¡y el escudo nacional! Todos estos actos, incluso cambiar la letra o música del Himno Nacional, transgreden la ley que regula el uso de los símbolos patrios (no son “logos”), pero se soslayan y hasta se aplauden porque se consideran patriotas, esencia del mexicano. Nada más falso, pero mientras no se sancione el uso indebido de estos símbolos, nada se podrá hacer porque no se respeta lo que no se conoce ni se entiende.

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