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La furia de la naturaleza manifestada en el poderoso huracán “Otis” de categoría 5, la máxima en la escalada de Saffir-Simpson, que los clasifica según su poder de destrucción, se hizo presente en Acapulco la madrugada del pasado miércoles, y al paso de las horas se ha ido revelando la estela de víctimas, daños y graves afectaciones que dejaron en ese puerto turístico del Pacífico mexicano, causando asombro al ver lo que puede ocasionar con su bipolaridad el mar,ese que inspira a los poetas, el que evocan los marinos navales y mercantes, del que los pescadores cosechan los alimentos, al que todos respetan; Ese “mar sagrado” que cantaba el “Acapulco tropical” mostró su lado menos amable.

Particularmente, quienes radicamos en puertos (o cerca de ellos) hemos tenido experiencias como las que ahora viven los guerrerenses. La Península de Yucatán lo experimentó en 1988 con “Gilberto” y en 2002 con “Isidore”; Cancún, con “Wilma” en 2005. Las temporadas de huracanes en ambos litorales mexicanos nos ponen en alerta. Se habla de que ha permeado la cultura de prevención, pero hay eventos imprevisibles –como los sismos–, porque ocurren en tiempos y circunstancias diferentes; lo más que se puede hacer es aprovisionarse si se tiene un lugar seguro y desalojar comunidades vulnerables para trasladar a la gente a refugios y asegurar bienes materiales. Los buques en puerto sueltan amarras y zarpan hacia los puertos de abrigo, mientras los que navegan se alejan de la zona de influencia del meteoro. 

En estas horas aciagas para los acapulqueños y sus familias, es momento de solidarizarnos y ayudar en lo que se pueda para que lo más pronto posible logren su recuperación. No es momento de politizar –como ya se está haciendo– una desgracia para capitalizar simpatías, la experiencia ha demostrado que esto no ocurre ante una tragedia, incluso puede ser un bumerán. Cada órgano de Gobierno debe hacer su tarea, como lo hacen ahora el Ejército al aplicar el Plan DN-III, y la Armada el Plan Marina, su estrategia de ayuda a la población civil en casos y zonas de desastre o emergencia. Y no hay que olvidar que soldados y marinos de base en esas zonas dejan a sus familias para ayudar a otras, durante muchos días; sólo les otorgan un par de horas de franquicia para llevarles víveres y ver que se encuentren bien.

Para levantar de nuevo a Acapulco, además de la voluntad y trabajo de parte de esa gente noble y muy trabajadora de Guerrero, se requiere de tiempo y dinero. La Secretaría de Hacienda afirma que hay suficientes, pese a la desaparición del Fondo de Desastres Naturales (Fonden) extinguido por este Gobierno en 2020. Este fideicomiso, creado para atender a la población en este tipo de desastres, permitía a los gobiernos estatales y municipales acceder de inmediato a recursos para reconstruir carreteras y otras infraestructuras, entregar ayuda en efectivo y en especie a las familias más afectadas, al restablecimiento de negocios, etc.

Ahora, la Ley de Protección Civil señala que los estados deberán ahorrar dinero para alguna contingencia; que cada Estado, no la Federación, debe atender a su población y su infraestructura dañada. Son tiempos difíciles, pero quienes conocemos a la gente de Guerrero sabemos que saldrán adelante, como siempre lo han hecho. ¡Ánimo, Acapulco!

Anexo “1”

El primer barco 

Hace medio siglo arribamos al bello puerto de Acapulco, recién egresados ​​de la Escuela de Grumetes de la Armada, en Veracruz. Nuestro primer barco asignado fue el Guardacostas IG-14 “Ignacio L. Vallarta”, que formó parte de una veintena de buques de guerra reactivados por la Marina mexicana en la base naval de San Diego, California (EU), pues habían servido en la Segunda Guerra Mundial. Con apenas 16 años, Acapulco era el puerto ideal para vivir esa adolescencia fuera de casa, con rebeldía, ávida de conocer el mundo, de nuevas experiencias… y de aprender la disciplina a bordo. No fue fácil, pero con los años se valora ampliamente.

Muchos de nuestros compañeros de aquella tripulación de mi primer barco eran originarios de Guerrero: El Ticuí, Aguas Blancas, Coyuca de Benítez, la costa chica o del propio Acapulco, al que nunca regresamos desde nuestra partida en 1975 para cumplir nuevas comisiones en otros puertos. .

Recuerdo a esos compañeros como muy trabajadores, siempre alegres, incluso en las faenas más duras en cubierta o en máquinas; buenos nadadores, mejores amigos. Su peculiar forma de hablar –como en cada región del país– era inconfundible: "tú eres garrobo", les decían, y ellos asentían con orgullo.

Con frecuencia reencontrábamos en algún tramo de nuestra travesía de más de un cuarto de siglo en la Armada a un Orbe Loeza, Suástegui, Baylón, Serna, Mayo y otros de apellido guerrerense. Aún tenemos comunicación por redes sociales con varios de ellos, incluso algunos de otro lugar anclaron en Acapulco al desembarcar de la Marina. Para ellos y sus familias, el abrazo fraterno con nuestra solidaridad y el deseo de una pronta recuperación tras el embate de “Otis”.

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