Aguaceros en Mérida: breve crónica de un diluvio en junio de 1846
El Poder de la Pluma.
La Voz Pública, un periódico editado en Mérida, el 4 de julio de 1846 publicó en sus páginas que unos días antes, el 30 de junio del propio año, era una fecha que sería recordada eternamente por los apuros e inconvenientes que pasaron los habitantes de esta ciudad a causa del que se consideró el más horroroso aguacero que se había visto.
La sorpresa y el susto no fueron ocasionados solo por la fuerza de la lluvia, ni por la caída de rayos que acompañaban a la copiosa precipitación, sino por la dilatada duración de ese diluvio que parecía interminable, y que aumentaba por momentos el peligro, ya que el agua que había subido sobre las aceras de las calles se introducía a las casas, siendo muchas de éstas acometidas por los charcos del frente y por los que entraban por los patios, convirtiéndolas en un instante en lagos.
La fuerza de un rayo que cayó en medio de aquella tormenta dañó el Arco de Dragones, lastimando la pequeña estatua que representa a San Antonio de Padua y que está colocada en la parte superior de dicha arcada (donde actualmente hay una cruz de piedra).
El diluvio se prolongó desde el mediodía del 30 hasta las 8 de la mañana del día siguiente. Originó encharcamientos, derrumbes y otros reveses, sin precedentes cercanos. Y es que en esa época aún se tenía memoria de otro torrencial aguacero que cayó el 30 de septiembre de 1837, pero el mismo periódico señaló que le “quitó su fama” el de junio de 1846.
Como la ciudad, no contaba (y tampoco cuenta todavía) con un sistema de drenaje adecuado, el primero de julio de 1942, el profesor Alfredo Barrera Vásquez, en plena temporada de lluvias de aquel año, alertaba a los lectores del Diario del Sureste con los recuerdos arriba reseñados, indicando lo siguiente: “Estad alertas meridanos, pudiera venir otro que le quitase la fama a éste”.
La temporada de lluvias del año que termina se comportó bien, y acaba poco a poco para dar paso a nortes y frentes fríos, sin embargo deja abierta la posibilidad de que en 2020 superemos los aguaceros del lejano año de 1846.