|
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Hace unos meses, la OCDE presentaba un informe que daba a conocer unos interesantes datos acerca del trabajo, específicamente sobre la cantidad de horas trabajadas, importante material que nos hacía saber que los mexicanos eran los integrantes de la organización que más horas trabajaban, 2,255 horas al año para ser exactos. Los mexicanos trabajan un promedio de 43 horas a la semana, aunque, por supuesto, trabajar más no significa trabajar eficientemente, aún así la cantidad de horas que el promedio de los nacionales trabaja es muy alta en comparación con otras sociedades.

El trabajo, esa sagrada actividad que no solamente forja el carácter, sino contribuye a hacernos más plenamente humanos, ha pasado en el último siglo a ser también una mercancía que se compra y se vende, un producto más sujeto a la oferta y la demanda en un mundo con un exacerbado apetito de consumo, independientemente de en realidad necesitar o no aquello que se desea; ese mismo mundo en el que la publicidad trabaja denodadamente para generar en nosotros el deseo de consumo desenfrenado, pues mientras más deseemos, consumamos y acumulemos más haremos incrementar los ingresos de todo tipo de empresas.

Fuertemente condicionados e impulsados a consumir, el trabajo es el medio más eficiente y socialmente aceptado de satisfacer esa nueva adicción: la de poseer y poseer cada vez más. La nueva droga del consumo requiere de un medio y un pretexto que podamos hacer pasar como algo positivo, ético y moral, una actividad que legitime nuestra reciente adicción histórica a consumir, algo que le dé un baño de positividad y legitimidad a nuestra compulsiva adicción a tener y para ello nada mejor que el trabajo.

Hemos convertido el trabajo en el arma de explotación contra nuestro propio ser, todo con el fin de satisfacer nuestra nueva adicción a tener todo y de todo, como bien señala el filósofo coreano Byung-Chul Han: “Ahora uno se explota a sí mismo y cree que está realizándose”. El ser humano se ha convertido en un hombre trabajador como manera legítima de satisfacer nuestra nueva adicción, perversamente nos hemos dicho a nosotros mismos que perder una vida verdaderamente humana en aras de consumir es algo no solo legítimo, sino moralmente aceptable.

Byung-Chul Han afirma que “el sujeto de rendimiento contemporáneo está en guerra consigo mismo, pues mantiene una condición de autoexplotación”, y aún más, abunda señalando que “en esta sociedad de obligación, cada cual lleva consigo su campo de trabajos forzados, allí se es prisionero y celador, víctima y verdugo a la vez”.

Triste experiencia humana la de ahora, cuando nos hemos encargado no solo de pervertir la esencia del trabajo, sino que nos explotamos a nosotros mismos y llamamos a eso vivir.

Lo más leído

skeleton





skeleton