Ancla de la esperanza
El Poder de la Pluma.
Si algo fortalece a una institución son sus tradiciones, usos y costumbres que a través del tiempo se consolidan en el quehacer diario. Son acciones que, sin ser ley, se han establecido como tal. Las usanzas y jergas marineras han forjado una rica y abundante terminología náutica que durante siglos se ha nutrido de frases y palabras que, pasadas de generación en generación, han creado un lenguaje lleno de matices y curiosidades sólo para iniciados en el arte de navegar y la profesión de los caballeros del mar.
Dentro de esa tradición marinera se encuentran los símbolos, algunos universales como el ancla, que todas las marinas de guerra del mundo ostentan con orgullo en sus uniformes e insignias y que está presente en los estandartes, gallardetes, clubes y hasta en la decoración de la vajilla.
En tiempos remotos, cuando no se contaba con sofisticados instrumentos de navegación ni grandes motores propulsores, los barcos dependían de las velas para surcar los mares, y mucho del ancla para su seguridad y resguardarse en el fondeadero o puerto más cercano, en caso de mal tiempo en su derrotero.
En los buques de la Armada hay cuando menos dos anclas (a babor y estribor) y, según las tradiciones marineras, debe haber otra llamada “de respeto” o “ancla de la esperanza”. No está visible, creo que quedó como un dogma de fe heredado de los viejos marinos. Aún así, confiábamos en que, si llegaba una tormenta, teníamos a bordo un ancla de la esperanza. Porque, como leí en algún escrito: "El ancla es para el barco lo que la esperanza es para el corazón".
Así, en este inicio de año en que se advierten turbulencia y mar “picado” en lo económico y en otros ámbitos en nuestro país, debemos tener fe en el futuro y no olvidar que tenemos un ancla de la esperanza que nos mantendrá firmes y seguros mientras amaina el temporal para salir del fondeadero y volver a navegar con buenos vientos. Porque siempre, después de la tormenta viene la calma.
Hago votos porque 2021 sea un mejor año para todos. Recobremos la esperanza de que en este gran navío llamado México el capitán encuentre el rumbo correcto en su travesía y nos conduzca a buen puerto; que los nubarrones de la pandemia encuentren su ocaso en el horizonte y sea sólo una estela efímera en nuestra travesía; que registremos buenas nuevas en nuestros libros de navegación.
A quienes cumplen misiones en el cielo, mar y tierra, de manera especial al personal de salud, les deseamos que retornen sanos y salvos a casa, y a quienes se anclaron en el puerto seguro de sus hogares, estar siempre alertas al toque de “babor y estribor de guardia” para velar por el bienestar de nuestras familias.
Que el Sol en el levante sea la esperanza y el aliento que nos impulsen a alcanzar nuestras metas y sueños.
¡Buen inicio de año!
Anexo “1”
Morder el ancla
La iniciación en la Marina tiene muchas vicisitudes. Los marineros bisoños o grumetes –como alguna vez fuimos– realizan de todo a bordo, especialmente lo que nadie quiere hacer, comenzando por lampacear la cubierta todos los días a la hora de diana, o adujar la cadena a la hora del zarpe (incluso a media noche), labor que se realiza metido en un minúsculo pañol, vestido sólo con un short porque acaba uno lleno de arena y lodo marino.
Además, los noveles son víctimas de bromas de los más antiguos, especialmente de los cabos, quienes les encomiendan faenas a veces imposibles de cumplir, como “cerrar las válvulas de guardabalance” para evitar el vaivén del barco en puerto. Y hablando de anclas, se nos decía que una de las formas de curar el mareo es “morder el ancla”, y algunos incautos caían en ese ritual o remedio, aunque a hurtadillas, para que nadie viera que caían en el garlito.
¡Muchas felicidades!