Se cumplen 20 años del salvaje asesinato en el barrio de Santiago

En agosto de 1999, Elda Zurita Azcorra Ricalde, y su hija, Cynthia Sue Ricalde Zurita fueron brutalmente asesinadas

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El predio de la calle 68 por 57 y 55-A del barrio de Santiago fue escenario de ese espantoso doble homicidio.
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Julio Amer/Mérida
La noche del 22 de agosto de 1999 sonó insistentemente el teléfono de la redacción de Novedades. Al otro lado de la línea una persona, que solo dijo ser vecina del barrio de Santiago, alertó sobre un movimiento inusitado de policías, patrullas y ambulancias en un predio de la esquina de las calles 68 por 57 y 55-A de ese rumbo del centro de Mérida, a una cuadra del parque de ese suburbio.

Enseguida, Alvaro Ruiz Méndez, entonces jefe de información del periódico, se dirigió al lugar a investigar qué ocurría. Eran alrededor de las 23:00 horas cuando nos llegó el aviso. Ya prácticamente estábamos cerrando edición. Desde el lugar de los hechos, Alvaro se comunicó a la redacción para indicar “paren rotativas, algo grande sucedió aquí”.

Efectivamente, alrededor de una hora después retornaría al periódico a redactar la nota sobre el espeluznante asesinato de dos mujeres de conocida familia yucateca. Se trataba del crimen de la prestamista Sra. Elda Zurita Azcorra Ricalde, de 70 años de edad, y su hija, la bailarina de danza clásica Cynthia Sue Ricalde Zurita, de 35 años, masacradas salvajemente a cuchilladas y martillazos en el interior de la casa No. 549 de ese cruzamiento, en tanto que el novio de la joven, Alejandro Carlo Varela Baeza, practicante de artes marciales, había sido herido gravemente y los asesinos lo habían dado por muerto luego de huir de la sangrienta escena cuando llegaba el jefe de la familia, el Sr. William Ricalde Gamboa.

Por la premura del tiempo y la hora en que se supo de la funesta noticia, al día siguiente, el lunes 23 de agosto, los periódicos de la entidad dieron una nota no muy amplia del truculento caso que sacudió a la sociedad yucateca, pero la edición se arrebató porque todo mundo quería enterarse de lo ocurrido esa espantosa noche del domingo.

El crimen

Ese día, los novios Cynthia y Alejandro habían ido al cine en Plaza Dorada, a bordo del auto Thunderbird de Varela Baeza, por lo que la señora Zurita se había quedado sola en su domicilio, pues también estaba ausente su esposo, William Ricalde (hermano, por cierto, de una agiotista asesinada el lunes 23 de febrero de 1976, Eneida Ricalde, en un predio de la esquina de la 65 por 72, conocida como “La Jardinera”, cerca de entonces fábrica de la “Sidra Pino”, a manos del carpintero José Candelario Mis Paredes, quien también mató a la hija y al esposo de ésta, el Dr. Arcadio Poveda Cárdenas, con un martillo y un formón).

Los hechos habrían ocurrido entre las 21:00 y 21:30 horas de ese día. Los criminales habían aprovechado que doña Elda estaba sola para visitarla. Ésta les abrió la puerta confiada –no había cerraduras forzadas ni vidrios fotos-, pues eran sus clientes, pero iban con la firme intención de asaltarla y matarla.

Amordazaron a la anciana con cinta adhesiva y la subieron a la planta alta, donde la torturaron, pero ella nunca reveló dónde escondía su dinero y alhajas.

Tras estrangular a la mujer, los asaltantes revisaron la casa y cuando lo hacían, llegó Cynthia Sue y su enamorado, a quienes los homicidas sorprendieron al entrar a la casa.

A la joven le deshicieron el cráneo a martillazos en el baño, ubicado a la derecha de la puerta principal de la entrada, sobre la calle 68, y al novio también lo golpearon con la intención de matarlo, y a pesar de sufrir unas 15 heridas punzocortantes en diversas partes del cuerpo, así como golpes de martillo en la cabeza, sobrevivió al salvaje ataque y fue quien dio la pista para atrapar a los malhechores, a quienes también a uno de ellos se le cayó un celular durante los forcejeos, mismo que sirvió para las pesquisas posteriores.

En el lugar de los hechos fue hallado un bulto que contenía alhajas, el cual habrían dejado los atracadores al momento de ser sorprendidos por la pareja de novios y por la premura de escapar del lugar.

Cynthia Sue Ricalde Zurita, de 35 años, era una bailarina de danza clásica.

Este truculento asesinato provocó mil y una especulaciones. La prensa manejó muchas versiones, y los vecinos de las víctimas también tenían las suyas. Se dijo en un principio que los asesinos eran unos sujetos tipo “cholos”, porque vestían pantalones a media rodilla, camisetas anchas y gorras; que eran tres jóvenes de aspecto fuereño que, incluso, antes del crimen, se les vio comiendo en una de las fondas del mercado de Santiago.

En los periódicos de la época se publicó que el esposo de la difunta Elda Zurita, William Ricalde, llegó en el momento en que los asesinos salían corriendo de la casa por la puerta principal, dirigiéndose al parque de Santiago.

El Sr. Ricalde había estacionado su automóvil Escort en la cochera que da a la calle 55-A y al caminar por la 68 vio huir a los criminales, quienes al verlo lo habían llamado, diciéndole que entrara a la casa, pero como los vio sospechosos, le dio miedo y fue cuando aquellos escaparon corriendo.

Luego, al dirigirse a la casa, vio manchas de sangre de pisadas en el jardín y en los ladrillos de la entrada. Al cruzar la puerta se encontraría con la dantesca escena de ver primero a su yerno moribundo y luego a su hija muerta en el baño de visitas, dando aviso inmediatamente a la Policía, que al llegar descubrió el cuerpo de doña Elda en la planta alta.

A la septuagenaria, que estaba amarrada de pies y manos, le habían propinado una brutal golpiza, además de infligirle heridas punzocortantes en las mejillas y en las manos. Finalmente la habían estrangulado.

No faltaron las malas lenguas de algunos conocidos de la familia y vecinos que dijeron que don William era sospechoso del crimen, porque estaba separado de su esposa y había mucho dinero y propiedades de por medio.

Se comentó que en los últimos 15 años doña Elda había acumulado una gran fortuna producto de los altos intereses que cobraba como agiotista y más de 200 predios en esta ciudad, interior del Estado e incluso en el sureste del país, que había embargado a morosos. Sin embargo, los investigadores enseguida desecharon esa tonta versión de la participación del marido en el doble crimen. (Continuará)

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