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En los años 70 el avituallamiento de los buques de la Marina incluía al menos una veintena de cajas de refrescos en botella de vidrio, dos exclusivas para el comandante y las demás se vendían en la “fayuca” (tiendita del barco), pero rápido se agotaban en un operativo de 30 días en altamar para una tripulación de un centenar de hombres en un guardacostas.

Por ese entonces, algunos subíamos a bordo, de contrabando, refrescos, latas de atún, galletas y otras golosinas para mitigar el hambre en esa época en que el importe de las raciones no alcanzaba para el “rancho” en la Armada. No se había popularizado el refresco enlatado o en pet.

Tampoco se hablaba de separación de basura ni de reciclaje. Lo novedoso era lo desechable: cubiertos, vasos y platos de plástico o unicel, pañales, pañuelos, etc. Era la modernidad y lo que imponía la mercadotecnia: “úsese y tírese”. Hasta que nos alcanzó el desastre ecológico: mares de plásticos y desechos que tardan cientos de años en degradarse, además de la contaminación ambiental que provocó el cambio climático.

Según Greenpeace, los residuos plásticos han llegado prácticamente a todas las regiones del planeta, desde el Ártico hasta la fosa de las Marianas, lo más profundo de los océanos; desde las calles de las ciudades, hasta las áreas naturales protegidas de México, como la Reserva de la Biósfera de Sian Kaan, cerca de Tulum, Quintana Roo (https://bit. ly/3j24VzU).

Esto recordábamos esta semana cuando inició en China la COP15 (una gran conferencia de la ONU sobre la preservación de la naturaleza), y el mensaje de la secretaria ejecutiva de la Convención sobre Diversidad Biológica (CDB), Elizabeth Maruma Mrema, fue contundente: “La comunidad internacional se enfrenta a la hora de la verdad. Si queremos en 2050 vivir en armonía con la naturaleza, debemos actuar en esta década para detener e invertir la pérdida de diversidad”.

Un dato dramático que se dio a conocer es que alrededor de un millón de especies de animales y plantas están en peligro de extinción “ante la invasión humana de sus hábitats, la sobreexplotación, la contaminación, la propagación de especies invasivas y el cambio climático”.

Dos días después, un centenar de países adoptaron la Declaración de Kunming, un ambicioso plan “30/30”, que tiene como meta otorgar estatus de protección al 30% de las tierras y océanos para el 2030, para limitar la contaminación agrícola y marina.

En México, hace dos años la Semarnat lanzó la campaña “Sin popote está bien”, para llamar la atención sobre el impacto ambiental de este producto y se extendió a las bolsas de plástico, entonces varios estados comenzaron a reformar sus leyes para disminuir o eliminar el uso de los desechables y promover los reutilizables o reciclables, como alternativas más amigables con el medio ambiente.

No se han reportado cifras acerca de estas medidas, algo se debe haber avanzado, pero no lo suficiente, por lo que hay que tomar conciencia sobre este tema, pues es por un bien común, nuestra casa.

Anexo “1”

¿Playas ¿vírgenes?

Por tierra, aire y mar, desde hace años la Armada de México realiza vigilancia en varias islas del país, una de ellas es Tiburón (que los seris asumen como suya –conservamos algunas artesanías de palo fierro que ellos elaboran), la más grande de México, ubicada en el extremo de la Península de Baja California Sur, separada del continente por el canal del Infiernillo, y que ahora una reserva ecológica, hábitat del borrego cimarrón, el venado bura y otras especies endémicas. La conocimos a mediados de los 70 cuando nuestro buque, el Guardacostas “Ponciano Arriaga”, operaba en esas tranquilas aguas donde iniciaba el Mar Bermejo en el Pacífico mexicano.

En una ocasión nos permitieron bajar a conocerla. La lancha ballenera nos llevó a un grupo de marinos a esa isla solo ocupada por infantes de Marina en tres partidas en sus áreas neurálgicas: "Tormenta", "El Tecomate" y "Las Cruces" (pocos años después volvería a visitar la isla con el entonces segundo comandante de la Compañía de Infantería de Marina No. 4, teniente de corbeta René Gómez Vite --hoy vicealmirante en retiro y con quien me une una relación fraterna muy especial)

En se entonces, cuando desembarcamos, las playas desoladas eran tranquilas, blancas, limpias… hasta que vimos la huella del hombre: latas vacías de cerveza y algo de basura, evidencia del desembarco de algún yate o lancha.

Contra eso es difícil todo esfuerzo a favor de la naturaleza.

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