“Bendito sea Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo”

Vivir el misterio de la Trinidad quiere decir que cada uno sea capaz de traducir la fe en Cristo en una actitud de inquebrantable esperanza.

|
En la unidad familiar de Dios está el Hijo que es Jesús de Nazaret.
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram
Compartir noticia en twitter
Compartir noticia en facebook
Compartir noticia por whatsapp
Compartir noticia por Telegram

Sipse.com

MÉRIDA, Yuc.- Domingo de la Santísima Trinidad. Prov. 8,22-31; Sal 8; Rm 5,1-5; S Jn 16, 12-15

Introducción

El objetivo de esta fiesta es contemplar el misterio de Dios en el silencio de la fe y el contenido de la Palabra.
Queremos celebrar la fiesta del Dios de la Biblia, es decir, Aquel que revelándose también actúa, que trasciende los conceptos que son necesarios para buscar comprender un poco su misterio. Dice San Gregorio Nazianceno: “Los conceptos pueden crear ídolos, solo la admiración es la que nos revela algo”. Y es que Dios se revela en la creación y en la historia; y el saber captar la maravilla de éstas, su conducción y pedagogía, que nos manifiestan su sabiduría, es ésa capacidad de admiración que posee la persona que tiene fe.

Dios es contemplado por la persona en su creación, amado en su Persona-Jesús, seguido en su vida, recreado en su Palabra, comprendido en su pedagogía de la historia, asimilado en los acontecimientos, encontrado en los demás.

Las lecturas de hoy nos muestran la Revelación progresiva del Señor Dios es una unidad familiar, en la que Paternidad más Filiación y Amor de comunión son las tres especificaciones personales de una única vida.

I.- Tú eres mi Padre (Sal 89,27)

La paternidad viene descrita en el libro de los Proverbios como la actividad sabia que se proyecta en la creación.
Esa sabiduría que acompaña a Dios en la creación viene descrita como constituida desde la eternidad, (v.23) y es el primer señalamiento de lo que será el misterio del Hijo que San Pablo llama “Sabiduría de Dios” (1Cor 1,24).

Este libro nos invita a maravillarnos delante de la experiencia de la creación, para descubrir al gran artista que en ella nos revela su maravillosa obra.

La sabiduría de Dios se manifiesta en la creación y ésta se describe en el libro de Proverbios como “fidelidad”, de modo que en la armonía de la creación, admiramos la fidelidad de Dios hacia la persona humana.
Dios es fiel, tanto en su creación, como en la conducción de la historia; y esta fidelidad es celebrada por la Sagrada Escritura siempre desde Abraham hasta Cristo. Dios es solidario con su obra creadora y en el camino de la conducción de la historia; el que crea y redime no abandona ni deja solo a ninguno.
Dios se alegra, goza, se recrea en la creación y sobretodo en la dignidad de los hijos de los hombres.

El Dios de la Biblia, tiene la admirable fantasía de la creación y la sabiduría de la conducción de la historia humana.

Estamos viviendo una época de grande sensibilidad hacia todo lo ecológico, pero además de este laudable esfuerzo, ¿seremos capaces de pasar de la admiración de la creación maravillosa a interdependencia e interrelación, así como de su armonía al reconocimiento del Creador?

No nos sucede la queja que da la Epístola a los Romanos de que: “habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios ni le dieron gracias” (Rm 1,20ss.).

II.- Este es mi Hijo amado

En la unidad familiar de Dios está el Hijo que es Jesús de Nazaret.

Con el pecado se ha deformado el sentido de la paternidad de Dios (Dt.32) que se tiende a ver o como Señor temible, o como “potente, misterioso y tremendo”, o como principio infinito y omnipotente, o como un juez implacable.

Dios Padre envía a Jesucristo, su Hijo, para que comprendan con Él, la importancia del amor al Padre incluso al precio de la muerte del Hijo.

La sabiduría de Dios se hizo carne y su luz ha disipado las tinieblas de la ignorancia humana, pero fue una revelación de gloria y dolor, porque la necedad del pecado clavó en la cruz la sabiduría de Dios, y desde entonces la ignorancia de los seres humanos ha debido pasar por la sabiduría dolorosa de la cruz a la paz  con Dios (Rm 5,1).

Así nos dice San Pablo: “Nosotros nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia, la virtud probada, la esperanza y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,3ss).

La grande victoria de la Sabiduría de Dios en esto consiste: en que no obstante las dificultades, por la fortaleza de la esperanza, la persona conserva siempre su serenidad y su paz.

Por Jesús estamos en paz con Dios, en paz con nosotros mismos y generamos la paz en los que nos rodean, siendo por su amor testigos forjadores de la comunión.

III.- Un solo Espíritu (I Cor 12,4)

La unidad familiar de Dios, vive un amor de comunión, que es la persona del Espíritu Santo. Jesús es el don del Padre a la humanidad, y el Espíritu es el don del Hijo a la humanidad.
Él se nos ha dado a sí mismo y lo mejor de sí mismo.

“El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones” (Rm 5, 5).

“Ese Espíritu es el que “nos irá guardando hasta la verdad completa”, es el Espíritu del amor de Dios que conduce a la verdad integral en Cristo. El camino de la persona no podría tener mejor garantía porque Dios ha transferido el dinamismo de su comunión Trinitaria al corazón de la persona, y en esto veremos su fidelidad a la alianza en Cristo con la humanidad.

No son pues conceptos abstractos y estáticos los que pueden describirnos a Dios sino el dinamismo de la vida y el reto de la fatiga de amar; ya que Él debe de convencernos de su amor a nosotros: ciudadanos del mundo en este siglo XXI, pragmáticos, convenencieros, tan llevados a lo material, que fácilmente nos hacen olvidar que la revelación en Cristo, es la máxima expresión del amor de Dios, y que para comprenderlo tenemos que abrir de par en par las puertas a la gracia del Espíritu.

Vivir el misterio de la Trinidad, quiere decir que cada uno sea capaz de traducir la fe en Cristo en una actitud de inquebrantable esperanza, de testimonio generoso y fiel, de compromiso a favor de los más necesitados y de promoción integral de la persona humana, para actuar así la caridad teologal regalo del Espíritu Santo.

IV.- La Virgen María

Por otra parte, María, queridos hermanos, es Madre de la Iglesia, porque en virtud de la inefable elección del mismo Padre Eterno y bajo la acción particular del Espíritu de Amor, ella ha dado la vida humana al Hijo de Dios, «por el cual y en el cual son todas las cosas» y del cual todo el Pueblo de Dios recibe la gracia y la dignidad de la elección.

Su propio Hijo quiso explícitamente extender la maternidad de su Madre -y extenderla de manera fácilmente accesible a todas las almas y corazones- confiando a ella desde lo alto de la Cruz a su discípulo predilecto como hijo.

De manera especial, hermanos míos, le encomendamos a Nuestra Señora de Izamal todos los esfuerzos por llevar hacia delante el Plan Diocesano de Pastoral y la Misión Continental Permanente. Con la confianza puesta en María parece necesario hacer más explícito que la Arquidiócesis se pone en estado de misión, motivo por el que se hace evidente manifestar por todos los medios que estamos en Misión, que nos interesa llegar a todos, ir a las casas, fortalecer los Centros Pastorales, las pequeñas comunidades parroquiales, la red de Mensajeros, etc.

Es importante, también, continuar con la aplicación del Decreto sobre la promoción de la Biblia, del Catecismo de la Iglesia Católica y la Doctrina Social de la Iglesia para promover la maduración de la fe de todo el laicado.

Agradezco infinitamente el esfuerzo puesto por todos ustedes en peregrinar hoy hasta este Santuario de Nuestra Madre Inmaculada y les reitero mi confianza en que podemos hacer hoy y siempre, lo que nos corresponde para colaborar con el Señor, presente y actuante entre nosotros.

IV.- Conclusiones

1)   De labios de Jesús aprendimos a dirigirnos a Dios como “Padre Nuestro”. Así se nos revela como Hijo con ése inconfundible “Abba Padre”, que sería como decir: “querido Papá Dios”. Y el Espíritu se revela como don del Padre y del Hijo cuando suscita en nuestro corazón que nos relacionemos con Dios como “Padre” y como Jesucristo como “El Señor”.

2)   Tratemos de comprender cómo cada familia debe de reflejar las relaciones Trinitarias: Respeto a la identidad de cada una de las personas, pero con relaciones recíprocas de amor.

3)  Y aunque delante de este grande misterio todos avanzamos así: hablamos de Dios balbuceando, medio entendemos los misterios de Dios confiando en su amor, exploramos la generosidad de su misericordia, cojeando en su comprensión, nos acercamos para admirar su grandeza en actitud de humilde adoración.

4)   Como decía San Agustín: “Dios es más íntimo a mí mismo de lo que lo soy yo para mí mismo”.

5)  Por esto mismo debemos aprender a respetarnos como personas y aprender a dialogar, para así proponer y exponer, y no a discutir como aquel que lo que quiere es imponer. Aprender además a conocer, tolerar, comprender e inclusive amar las diferencias, permaneciendo siempre humildes al exponer, firmes y fieles a nuestra doctrina. 

6)  Que sepamos santiguarnos con grande respeto y devoción, y alabar a la Santísima Trinidad cuando proclamamos:
“Gloria al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo como era en un principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos”.
Amén.

Mérida, Yuc., mayo 26 de 2013.
† Emilio Carlos Berlie Belaunzarán

 Arzobispo de Yucatán

Lo más leído

skeleton





skeleton