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A Hugo y Carolina

Algunos espacios no corresponden a las relaciones mentales y humanas que hacemos de ellos. Y pienso realmente que no vale la pena hacer el intento de indagar por qué les buscamos nombres y apellidos, ya que dichos puentes se tejen solamente con los hilos del corazón. No del corazón como el órgano que bombea nuestra sangre y al que estamos agradecidos, sino el corazón al que nos referimos cuando queremos hablar de sentimientos, cuando queremos hablar de amor.

Mi hermano mayor huele a mar y a confianza. Su imagen se representa como un hombre fuerte aún en la orilla, pero mar adentro, y con la terquedad de quien tiene todas las probabilidades en su contra como el Sol de la una de la tarde quemando su piel, la marea golpeando su pecho, mojando su carrete que gira, y viene y va recogiendo una línea por mucho tiempo para finalmente traer un pescado, y no uno pequeño. Así es él. Un mar. Grande. Ganador. Precioso.

Su ahora, hoy sábado, esposa. También huele a mar. Pareciera que su hábitat es la arena. Camina en ella con propiedad sin tropezar. De ella hace su hogar, espacios habitables para comer, convivir y para unir a la familia. No me extraña que se encontraran; no me extraña que cuando caminan juntos sus pasos lleven huellas húmedas de arena.

Gioconda Belli, en su poema “Castillos de arena”, trae entre versos una serie de cuestionamientos que parecieran narrar la falta de información de una persona a otra sobre la construcción de un castillo de arena. “¿Por qué no me dijiste que estabas construyendo ese castillo de arena? Hubiera sido tan hermoso poder entrar por su pequeña puerta, recorrer sus salados corredores, esperarte en los cuadros de conchas”. Si bien existe una nostalgia presente entre líneas y en el resto del poema, quedémonos en la parte que decidimos preferir: la decisión de construir. “Desde nuestro castillo de arena, relamiendo el tiempo, con la ternura honda y profunda del agua, divagando sobre las historias que nos contaban cuando, niños, éramos un solo poro abierto a la naturaleza”.

Mis hermanos de mar construyen ahora su propio castillo de arena que, como ellos, es arena especial. No se derrumba, no cede ante la fuerza del mar. Todo lo contrario; ante cada oleada se fortalece y se solidifica. Cada habitación de su castillo es uno de sus preciosos hijos que son ventanas de sus almas y también son fortalezas de risas. Son en conjunto, un castillo perfecto, un castillo de arena junto al mar.

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