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En semanas pasadas, las calles de distintas ciudades de Chile, destacadamente Santiago, fueron tomadas por multitudes que, en distintos momentos, llevaron a cabo actos vandálicos mayores, como fue el caso de la destrucción de varias estaciones del metro. Estos eventos generaron una profunda división de opiniones en México. Una parte importante de las personas que prestan atención a estos asuntos y opinan vio en ellos una rebelión popular generalizada contra el neoliberalismo y la inminente derrota de éste. En las antípodas, otra masa de mexicanos expresaron su rechazo total a los rebeldes, viendo en las protestas, y especialmente en sus expresiones violentas, la catástrofe de Chile y su economía, a cargo de grupos violentos minoritarios, cuando no organizados desde el extranjero.

Me parece que, como de costumbre, la verdad se encuentra en un punto vago entre estas dos visiones. Es muy difícil atribuir seriamente a la sublevación chilena las características de una revolución, ni siquiera las de un movimiento duradero. Se trata básicamente de una expresión de desesperación masiva que estalló ante distintos nuevos agravios a sus precarias condiciones de vida. Esta frustración, transformada en ira, produjo extremos violentos, es verdad, pero su contenido principal es la pérdida de esperanza en una mejora sustancial de las condiciones de vida de los chilenos a través de las generaciones. El prestigiado funcionamiento de la economía chilena, su estabilidad e incluso los mejores salarios en relación con otros países, como México, han sido a través de los decenios notoriamente insuficientes para satisfacer las necesidades materiales, no se diga otras mínimas aspiraciones, de una mayoría de chilenos, que frente a sus precariedades observan la grotesca opulencia de una microscópica minoría social.

La crisis pasará, probablemente con algunos logros para los insubordinados, pero no resultará en un cambio estructural del modelo económico, demasiado articulado al conjunto mundial para alterarse significativamente en el corto plazo. Superar la crisis, sin embargo, no significará superar sus causas. La violencia económica cotidiana seguirá siendo sistemática y seguirá cultivando diversas expresiones políticas y sociales del descontento. Simplemente no se puede exigir a las personas que toleren condiciones degradadas de vida porque la economía está organizada sobre la base de que la voracidad económica del capital ni puede ni debe ser moderada.

Las condiciones sociales de Chile no son sustancialmente distintas de las de México. También acá, en tanto no cambien las relaciones económicas de la sociedad, el descontento seguirá encontrando condiciones para crecer y tal vez estallar, aún cuando esto no lleve a ningún lado.

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